Zambrano, a su regreso a España desde Cuba en 1984. :: EFE |
Cuando en 1940 el químico Francisco Giral rasgó el sobre y leyó la carta que le había enviado el prestigioso doctor Bernardo Houssay -tan prestigioso que siete años después sería galardonado con el Premio Nobel de Medicina- se quedó de piedra. Poco antes Giral, junto a otros compañeros del exilio mexicano, había escrito a Houssay para pedirle que colaborase en la revista que el grupo acababa de fundar: Ciencia. En vez del artículo que esperaba, o tal vez una diplomática carta en la que Houssay se excusaba por no poder participar debido a su falta de tiempo o fuerzas, lo que se topó Giral en la misiva fue una tremenda regañina del galeno argentino.
"La carta de respuesta fue una especie de reprimenda, negándonos la colaboración porque estaba harto de las muchas revistas que se publicaban sin dar el nivel adecuado", recordaría años después Giral. El enfado del futuro Nobel de Medicina era comprensible: en muy poco tiempo las cabeceras habían estado naciendo y muriendo a un ritmo vertiginoso. Pero en el caso concreto de Ciencia se equivocó de lleno.
Ciencia -Ciencia. Revista Hispano Americana de Ciencias Puras y Aplicadas, que así se llamaba en realidad, con todos sus nombres y apellidos-, no solo se publicó de forma periódica durante más de tres décadas, hasta 1975, superando con creces la corta vida de la mayoría de las cabeceras especializadas que nacieron en América a principios de los años cuarenta. En sus páginas escribieron además figuras destacadas y desempeñó un papel clave en el exilio. Durante sus 35 años Ciencia se convirtió, desde México, en un símbolo de la comunidad científica española que se había visto condenada a la diáspora. Cuando en marzo de 1940 tuvo el primer número en sus manos y pudo constatar su calidad, el propio Houssay les envió un artículo que se publicó en diciembre, en el número 10 de una revista que ya era imparable.
El cambio de parecer de Houssay fue uno de los primeros reconocimientos que logró la nueva publicación. Quizás otro igual de significativo fue el recibimiento que tuvo en España, donde poco antes -noviembre de 1939- el Régimen había dado luz verde a la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con una ley que recogía toda una declaración de intenciones sobre las máximas que debían inspirar el desarrollo del conocimiento en España: "Tal empeño ha de cimentarse, ante todo, en la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII".
Parte de la clase científica española acogió la aparición de Ciencia con entusiasmo. Giral y sus compañeros incluso recibieron peticiones de suscripción. Cuando en mayo se presentaron ante Correos de México con los paquetes de los nuevos envíos sus funcionarios les mostraron, sin embargo, un notificación de España que desaconsejaba el envío: el Régimen franquista había
prohibido la difusión de Ciencia.
"Jamás se escribió una sola línea de política en la revista, a diferencia del 'Boletín' de la UPUEE (Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero), pero el hecho de ver reunidos tantos nombres de la ciencia española exiliada trabajando y publicando desde México en colaboración con una selecta y numerosa lista de científicos hispanoamericanos parece que fue resentido por las autoridades tiránicas franquistas como una agresión peor que los ataques militares. Desde entonces, estuvimos enviando números sueltos de forma irregular", recordaría Giral años después.
Ciencia -apuntaban Cristina Carapeto, Antonio Pulgarín y José M. Cobos en la revista LLULL, en 2002- desempeñó un papel decisivo como "canal formal de difusión científica" entre los investigadores españoles que se habían visto obligados a abandonar su país tras al golpe de estado de 1936 y la guerra civil que le siguió. Para muchos el dilema era quedarse en España y arriesgarse a acabar en una cuneta u optar por el exilio. Una parte destacada de los científicos que cruzaron las fronteras entre 1939 y 1940 terminó en México, adonde llegaron, entre otros, Blas Cabrera, Augusto Pi Sunyer o Ignacio Bolívar y su hijo, Cándido Luis Bolívar, ambos claves en la historia de Ciencia. También nombres importantes de las letras, como Max Aub, María Zambrano, Wesceslao Roces, o Pedro Bosch Gimpera.
Carrusel de publicaciones
El enfado de Houssay cuando recibió la carta de Giral era bastante comprensible. En la diáspora, esa activa comunidad de españoles exiliados se lanzó a impulsar cabeceras de diferentes tipos y vocaciones. Y a un ritmo sorprendente. A la revista España Peregrina, le siguieron un carrusel de títulos: Cuadernos Americanos, Las Españas, El correo de Euclides... Como recuerdan Carapeto, Pulgarín y Cobos, ya en la travesía del buque Sinaia, a bordo del que llegaron al puerto de Veracruz casi 1.700 refugiados españoles procedentes de Sète, se promovió un pequeño periódico para informar a los pasajeros. Una vez en tierra, ese impulso editor lo completaron publicaciones como Revista Mexicana de Sociología (1939), Boletín de Derecho Comparado, Cuadernos Americanos (1942), Romance (1940-1941), El Pasajero (1943), Los cuatro gatos (1948-1952), Ultramar (1947) o Nuestro Tiempo (1943-1953).
Ciencia seguiría esa larga estela en 1940 bajo la dirección de Ignacio Bolívar. Como se puede leer en su portada, el equipo de redacción lo completaban Cándido Bolívar Pieltain, Isaac Costero y Francisco Giral. El consejo lo formaban -al menos en ese primer número- 72 profesores y doctores de campos tan diversos como la Física, la Matemática, la Zoología, diferentes especialidades médicas, la Anatomía, la Química... Sus centros de trabajo se repartían por buena parte de Sudamérica, América Central y Norte América. Además de México, los colaboradores trabajaban desde Cuba, Nueva York, Colombia, Venezuela, Argentina, Santo Domingo... También desde grandes metrópolis europeas, como Londres o París. Ese número inaugural salió en Ciudad de México el 1 de marzo de 1940 y lo publicó Editorial Atlante.
"Su objetivo era incorporar investigaciones de científicos españoles, no importa dónde trabajasen en el mundo, y convertirse en el principal exponente de la ciencia española en el exilio", apunta Fernanda Mancebo en El exilio valenciano en América. Con el paso del tiempo sus apoyos variarán. En su último número, en 1975, la revista agradece la "ayuda económica" prestada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey S.A. y el Banco de México.
En su editorial de presentación Ciencia avanzaba a sus lectores que su objetivo era "difundir el conocimiento de las Ciencias físico-naturales y exactas y sus múltiples aplicaciones". Dos objetivos se marcaba en esa carta de presentación que lanzó al mundo en 1940: "Tener al lector al corriente de los progresos" de las diferentes áreas de la ciencia y hacerlo además con un "lenguaje para todos comprensible". Su meta última era "contribuir a elevar el nivel de la cultura pública" con su labor.
Para lograrlo, el equipo encabezado por Bolívar optó por estructurar los contenidos en siete grandes secciones: "Ciencia moderna", "Comunicaciones originales", "Noticias", "Ciencia aplicada", "Misceláneas", "Libros nuevos" y "Revista de revistas". A la hora de seleccionar contenidos -reconoce Bolívar- los integrantes del equipo se guiaban "tan solo por su amor a las Ciencias, que de antiguo vienen profesando, y el anhelo de contribuir al progreso y desarrollo de las mismas en los países hispano-americanos, animados del deseo de que rivalicen con los más adelantados, y de que la revista pueda llegar a ser un medio de relación entre cuantos se interesan por estos estudios en América".
En América, pero con la vista puesta siempre en el resto del mundo, más allá del Atlántico o el Pacífico. La mejor prueba de su vocación internacional la dejó en febrero de 1960, cuando en las páginas de Ciencia se publicó, en español, el discurso que pronunció Severo Ochoa en 1959 al recibir el Nobel de Medicina.
Interés de una empresa extranjera
Con el paso de los años, Ciencia adquirió cada vez más prestigio. Tanto, que una empresa comercial anglófona llegó a mostrar su interés por adquirirla. Los responsables del consejo de administración rechazaron la oferta sin embargo por miedo a que la revista perdiese el enfoque original con el que había nacido en 1940. La cabecera con sede en México fue además una de las siete principales revistas de habla española incluidas desde su creación en la base de datos científica de Current Contents.
Entre 1940 y 1975 Ciencia publicó 29 volúmenes que sumaron en total 294 números. Primero bajo la dirección de Ignacio Bolívar, más tarde con Blas Carrera y Cándido Bolívar. Varios autores citan también al fisiólogo José Puche, fundador del Instituto Luis Vives, en México. El último ejemplar salió a la calle el 15 de diciembre de 1975, apenas un mes después de la muerte de Franco en España. Sus responsables se lo dedicaron al fisiólogo Augusto Pi-Suñer, fallecido justo una década antes en Ciudad de México. En un editorial titulada "El lenguaje de la ciencia", la dirección lanzaba un alegato en favor de la independencia y el progreso del conocimiento.
La diáspora española en Latinoamérica tuvo también un efecto positivo sobre el propio tejido científico de los países de acogida. Entre los exiliados había nombres de primer orden, como médicos que se habían formado en la escuela de Cajal. El país más favorecido fue México gracias a la política aplicada por su entonces presidente, Lázaro Cárdenas, para acoger exiliados. Solo en México se llegaron a instalar, entre 1939 y 1940, cerca de medio millar de médicos españoles. "Esa amplia diáspora trasplantó en buena medida los conocimientos e ideales que llevaron al apogeo de la ciencia en la España de la preguerra a los países de acogida", apunta Mancebo.
Fuente: https://www.investigacionyciencia.es/blogs/ciencia-y-sociedad/103/posts/ciencia-el-grito-desde-mxico-de-los-investigadores-espaoles-exiliados-16262
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