Felicidad Abadía, Alicia Estela Segarra, Ana Corral y Dominga Abadía (de izda a dcha). |
Manos atadas. Ojos vendados. Rodillas al suelo. Y de repente, un disparo. Entonces las manos, los ojos, las rodillas y hasta el corazón caen en una fosa cavada minutos antes por la propia víctima. Se acabó todo. O quizás empezó algo, porque allá donde terminó la vida de Ana Corral Romano, una adolescente de apenas 16 años, arrancó el calvario de quienes llevan una eternidad preguntándose dónde está. Es una pregunta dolorosa e imborrable. Es, al mismo tiempo, parte del castigo que impusieron los verdugos: te matamos, pero jamás le diremos a los tuyos dónde te enterramos.
Ana Corral era nieta de españoles, por lo que oficialmente era considerada una ciudadana hispano-argentina. Por tales motivos, su caso se convirtió en un expediente de la Embajada de España en Buenos Aires. Los archivos que hablan de su búsqueda estuvieron muchos años a oscuras, guardados bajo llave, en algún salón de la representación diplomática. Ahí está, precisamente, la otra parte de la tragedia: te matan, no dicen a nadie dónde reposan tus huesos… y quienes deben pedir explicaciones y reivindicarte allá donde haga falta prefieren convertirte en una carpeta que hoy, escaneada, pesa 12,5 megas.
Casi 42 años después del golpe de estado en Argentina, Pikara Magazine ha accedido a los expedientes de 80 mujeres vinculadas familiarmente a España que fueron brutalmente asesinadas por el régimen de Jorge Rafael Videla. Las estadísticas señalan que diez de ellas habían nacido en territorio español, mientras que otras 70 se encuadraban dentro de la categoría de “hispano-argentinas”.
Alicia Estela Segarra, en la imagen guardada en su expediente de desaparecida. |
Entre esas madres asesinadas y esos hijos robados están Alicia Estela Segarra, nieta de almerienses, y la criatura que tuvo algún día de diciembre de 1978 o enero de 1979. Para entonces, ella llevaba varios meses en manos de los salvajes torturadores de la dictadura argentina. La habían secuestrado el 21 de junio de 1978 en Buenos Aires junto a su pareja, Carlos María Mendoza. Ambos tenían 22 años y una vida por delante.
Un par de días después, la muerte se acercó hasta el hogar de Laura Segarra, hermana de Alicia. Pero no una muerte cualquiera, sino la más terrible que un ser humano pueda imaginar. A Laura, de 18 años, la cogieron junto a su novio, Pablo Torres, en Merlo –un barrio de la capital argentina- y la llevaron al Club Atlético, nombre muy deportivo para un sitio nada saludable: así se llamaba uno de los campos de concentración que funcionaron en Buenos Aires durante los años 70. Al igual que Estela, Laura también estaba embarazada. Le faltaban diez días para dar a luz. No sabía el sexo. Si era niño le pondrían Guillermo. En caso de que fuese niña, Angélica. Hoy es otro caso sin resolver: su hijo o hija fue robada y entregada a familias de militares o civiles cómplices. Laura, tal como ocurrió con su hermana Estela, fue asesinada poco después del parto. Su cadáver jamás apareció.
La madre de Alicia y Laura es una de las Abuelas de Plaza de Mayo que aún hoy sigue buscando a sus nietos. No en vano, en los papeles que forman parte de los expedientes de sus hijas figuran sus continuas gestiones ante la Embajada española para pedir ayuda. Al igual que en otras decenas de casos, los diplomáticos redactaron notas oficiales para preguntar a las autoridades militares por el paradero de ambas jóvenes hispano-argentinas. Si bien cambiaban las palabras, la respuesta siempre era la misma: “no hay constancia”; “se desconoce el paradero”; “resultados negativos”.
Trabajadoras asesinadasDolor y más dolor. No hay palabra en estas 80 carpetas que transmita un mínimo de esperanza. Es como leer un libro a sabiendas de que el final ya está escrito. Un libro en el que los malos no se conforman con ganar (o pretendidamente ganar). Necesitan también secuestrar, torturar, violar… o fusilar junto a una fosa, como hicieron con Ana Corral. O con las hermanas Dominga y Felicidad Abadía Crespo, dos jóvenes oriundas de Zamora que trabajaban en una fábrica de cerámica en Buenos Aires. Un día tuvieron la osadía de pedir mejoras laborales. Y otro día las secuestraron. El calendario del horror decía que era 2 de noviembre de 1977. El reloj del espanto marcaba las 23.45.
“Me ha relatado el atribulado padre que la detención se produjo el día 2 de noviembre de 1977 en su domicilio particular (…). Según los informes del señor Abadía, la detención de sus dos hijas fue realizada por un grupo de personas quienes, titulándose policías, amedrentaron arma en mano a toda la familia antes de sacar por la fuerza de su domicilio a sus hijas”, relató el entonces embajador de España en Argentina, Enrique Pérez Hernández, en una carta enviada al General Santiago Omar Riveros, un siniestro personaje que dirigió Campo de Mayo, otro gigantesco campo de concentración sobre suelo de Buenos Aires.
En el voluminoso expediente de las hermanas Abadía –se trata del caso que generó mayor cantidad de documentos- figura la respuesta de Riveros, quien actualmente se encuentra en prisión por distintos crímenes de lesa humanidad. Hoy es un asesino condenado a cadena perpetua, pero en aquel trágico 1978 era un militar que se reía de las familias desesperadas que buscaban a sus hijas e hijos. “Lamento profundamente la situación por la que atraviesa la familia Abadía Crespo, producto, casi con seguridad, de la delincuencia subversiva”, decía en el último párrafo de su nota. Algunos renglones más arriba negaba tener ni la más mínima información sobre el destino de las hermanas. Lo negó entonces y lo siguió negando después. Gracias a él, los restos de Felicidad y Dominga continúan sin ser localizados.
Respuesta dada a la familia de las hermanas Abadía. |
Los archivos del horror también contienen la historia de la malagueña María Gloria Alonso Cifuentes, secuestrada el 28 de junio de 1977 en la ciudad de Mar del Plata. A sus 52 años, esta mujer acumulaba un récord de tristezas y dolores difícil de superar: su familia había sido arrasada al cien por ciento. Su hija María Matilde había desaparecido unos meses antes, mientras que sus otros dos hijos, Daniel y Carmen, habían sido asesinados en diciembre de 1975, cuando Argentina veía muy cerca el inminente golpe de estado que se produciría en marzo de 1976.
En el expediente de Gloria Alonso Cifuentes aparecen varias cartas enviadas desde Málaga por un cuñado suyo, que se presentaba como militar. En sus escritos, el familiar de esta víctima de la dictadura argentina imploraba cualquier dato sobre su paradero y reiteraba que aquella mujer no tenía ningún tipo de vinculación política. También hay notas escritas por otras madres que, al igual que Gloria, buscaban a sus hijas e hijos desaparecidos. Esas mujeres pasarían a la historia bajo un nombre imposible de olvidar: las Madres de Plaza de Mayo. “Sus captores dijeron pertenecer a la Policía Federal”, denunciaban sus compañeras de lucha en una carta que quedaría archivada para siempre en la Embajada de España en Buenos Aires.
Una práctica habitualLos padecimientos de Gloria, Dominga o Felicidad fueron exactamente los mismos que sufrieron otras tantas mujeres durante la dictadura de Videla. No en vano, distintas investigaciones han permitido concluir que el régimen fue brutalmente cruel con todas y cada una de las mujeres que cayeron en sus manos. “En Argentina, durante la última dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983, más del 30 por ciento de las víctimas del terrorismo de Estado fueron mujeres”, describió la investigadora Victoria Álvarez en un informe titulado ‘Género y violencia: Memorias de la represión sobre los cuerpos de las mujeres durante la última dictadura militar argentina’, publicado en 2015 en la revista académica Nomadías, adscrita a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
“Ellas –en tanto detenidas– sufrieron condiciones atravesadas por el abuso sexual, ya sean agresiones verbales (insultos, bromas, burlas y denominaciones impropias, expresiones obscenas, comentarios y tonos lascivos que convierten al cuerpo en objeto); amenazas de abuso sexual y/o amenazas referidas al destino de sus hijos o de sus embarazos; desnudez forzada, requisas vejatorias, tratos humillantes a detenidas y familiares visitantes; embarazos no deseados, inducción del parto, abortos provocados por la tortura, separación y apropiación de los hijos; así como también fueron sometidas a formas de esclavitud sexual, violación y aplicación de tormentos en órganos sexuales”, concluyó Álvarez. Las 80 españolas que mató Videla también pasaron por esa lista de calvarios.
Fuente: http://www.pikaramagazine.com/2018/02/las-80-espanolas-que-mato-videla/
No hay comentarios:
Publicar un comentario