Gesine Schwang.
Olaf Kosinsky |
¿Están en crisis los Estados nación? La Gran Recesión ha
permitido comprobar que, como afirma Manuel Castells, estos se ven
desbordados desde arriba por los flujos financieros y desde abajo, como
está sucediendo en España, por otras circunscripciones administrativas
que manejan numerosas competencias y que en ocasiones pretenden ir más
allá. En un período en el que el populismo de derecha y de ultraderecha,
emergente, responde precisamente a esta debilidad de control y de
regulación estatal, activistas, dirigentes e intelectuales progresistas
se han visto forzados a impulsar soluciones creativas para hacer frente a
los problemas más acuciantes de la población. El más representativo
quizá sea el fracaso de la gestión de la crisis de los refugiados en
Europa. Por esta razón se ha propuesto recientemente la iniciativa de
las ‘ciudades refugio’ como entidades administrativas encargadas de la
integración y del apoyo a dichos refugiados. Para Gesine Schwan,
profesora de Ciencia Política, activista en diversas ONG y candidata por
el socialdemócrata SPD a las elecciones de la República alemana en
2004, este tipo de compromiso con los más necesitados puede
paradójicamente convertirse en un impulso económico y social para la
debilitada Unión Europea. Schwan ha estado presente en el festival
‘Transeuropa’ en Matadero, Madrid, y, considera que esta iniciativa
contribuiría, además, a reforzar el sentimiento de pertenencia a una
entidad supranacional cada vez más cuestionada.
¿Cómo puede la red de ciudades comprometidas hacer
frente al actual reto de la inmigración y, en especial, al de los
refugiados en Europa?
La Unión Europea, bajo el liderazgo de Alemania, no ha
sido capaz de arbitrar una solución de carácter solidario para su
integración y relocalización. La exministra de Trabajo portuguesa y
europarlamentaria Maria Joao Rodrigues se refirió por primera vez a la
oportunidad de convertir la crisis de los refugiados en una ocasión para
impulsar una estrategia de crecimiento y de desarrollo sostenible en
Europa. Dicha estrategia se basa en la creación de un fondo de la Unión
Europea para que las ciudades interesadas en alojar e integrar a un
número determinado de refugiados puedan contar con la financiación para
ello. Pero el trabajo no se detendría solo en el alojamiento y en la
integración, sino que iría más allá, con un dinero adicional para poder
impulsar el desarrollo de estas personas. De esta última manera,
evitaríamos que los refugiados, en precarias condiciones económicas,
compitieran con las personas pobres de cada país. Aquí hay un punto
fundamental que no debe perderse de vista: el apoyo de los alcaldes de
cada ciudad debe venir combinado con el trabajo conjunto con el sector
privado y con organizaciones de la sociedad civil. La unión de estos
tres tipos de colectivos daría lugar a una propuesta sobre cuántos
refugiados integrar, con la ventaja de poder combinar diversos puntos de
vista.
Tratándose de una idea con tanto potencial,
resulta extraño que los Estados nacionales, desbordados por estos
tiempos, no la hayan propuesto…
Se trata de una competencia estatal. El problema es que
los Estados no quieren ceder su poder. La financiación de los
denominados fondos de cohesión está destinada a proyectos muy
específicos, mientras que nosotros perseguimos la puesta en marcha de
proyectos de carácter más general y holístico para los refugiados. Y lo
cierto es que esta financiación de carácter directo es más eficiente que
la que hay actualmente: la vía tradicional es muy cara, burocrática y
complicada, tanto que en muchas ocasiones las ciudades interesadas
pierden la ocasión de solicitar la ayuda porque no cuentan con personal
cualificado para realizar los trámites necesarios. La vía propuesta
podría ponerse en marcha con el próximo marco de financiación
comunitaria que comienza en el 2021.
Un ejemplo paradigmático de esta perspectiva es el de
Polonia: allí y en otros países de Centroeuropa hay muchas ciudades que
quieren llevar a cabo este tipo de iniciativas de integración y
desarrollo, aun cuando el gobierno central es absolutamente xenófobo. A
finales de junio de este año se publicó un manifiesto de once alcaldes
de grandes ciudades polacas como Gdansk en el que declaran que la
inmigración es un reto que hay que afrontar sea como sea. De llevarse a
cabo con éxito, este plan contribuiría a modificar el punto de vista
dividido que tenemos sobre este problema.
Cuando se refiere a la financiación directa Unión
Europea-ciudades, ¿está pensando en escapar de la capacidad de captura
de las élites nacionales?
La rebelión que se está produciendo actualmente contra la
democracia viene principalmente motivada por una falta de participación.
Este tipo de iniciativas tiene lugar en un ámbito, el local, en el que
dicha participación puede ser muy efectiva, ya que los ciudadanos pueden
ejercer cierto control y saber lo que está pasando. No se trata
precisamente de esquivar al Estado nación. Lo que proponemos desde las
municipalidades constituye una manera adicional de solucionar este tipo
de problemas. Los políticos nacionales están metidos en tantas luchas
por el poder, con los medios de comunicación de por medio, que pierden
energías para resolver problemas como estos. Al mismo tiempo,
determinadas ciudades han encontrado soluciones nuevas y creativas que
involucran, además, a organizaciones de la sociedad civil y a parte del
sector empresarial.
¿Pero no cree que en lo local también se produce un juego político que condiciona también la solución de este problema?
Depende del sistema electoral; por ejemplo, en Alemania
hay mucho poder descentralizado en las ciudades, lo que hace que los
alcaldes sean más independientes. Al existir en las elecciones un mayor
énfasis sobre su persona que sobre su partido, pueden tener más
autonomía; además, están más pegados a la vida del día a día, tienen más
libertad y menos sumisión a la disciplina de partido.
Usted afirma que es el momento de las ciudades.
Pero los Estados podrían haberlo conseguido: en 1999, el ministro de
Hacienda alemán, Oskar Lafontaine, propuso impulsar el gasto público,
los salarios y la demanda en Alemania para potenciar las importaciones a
otros países de la Zona Euro, como España y Portugal. El SPD y los
organismos internacionales echaron abajo esa propuesta… Y de entonces,
los desequilibrios actuales…
Hay que tener en cuenta que Lafontaine competía con el
canciller Shroedder: había también una lucha de poder dentro del
gobierno. Schoedder estaba del lado neoliberal y Lafontaine trataba de
resistirse a sus políticas. Siempre ha habido un enfrentamiento entre
los que defienden que se debe incentivar la demanda y los que dicen que
la oferta. El neoliberalismo promovía la segunda opción y una de las
razones de la crisis de los partidos socialdemócratas es su énfasis en
las políticas de oferta. Y eso que en Alemania esto no ocurre de manera
tan clara como en otros sitios, ya que también se impulsó la demanda.
Pero se acabó perjudicando a muchos países vecinos. Estoy segura de que
la falta de equilibrio entre las exportaciones y las importaciones
alemanas fue en detrimento de España y de otros países del euro. Con sus
políticas de corte neoliberal, Schroedder se aprovechó de incrementar
la demanda de otros países europeos a través de las exportaciones
alemanas, lo que hizo crecer la deuda de estos países. Y ahora, Alemania
está diciendo que estos países le imiten, cuando la situación es bien
distinta: estos países podrán vender, pero Alemania no va a comprar…
Lafontaine ahora defiende la salida del Euro y la vuelta a
las monedas nacionales respaldadas por los Estados. Considero que, si
bien la política de la Unión Europea fue errónea, una vuelta a las
monedas nacionales no solucionaría los desequilibrios existentes, y
estos llevarían a dinámicas que acabarían con la depreciación de muchas
monedas, lo que no ayudaría precisamente. Lo que hay que hacer, más
bien, es poner en marcha mecanismos de inversiones solidarias en Europa;
en esto Emmanuel Macron tiene razón al proponer el incremento de las
inversiones europeas para crear empleo y ayudar a los países con
elevados nivel de paro.
¿Puede tener aquí algún papel funcional su
propuesta sobre la financiación directa a las ciudades para proyectos de
desarrollo e integración?
Exactamente. Hay que tener en cuenta que una gran parte de
la inversión comunitaria pasa por las ciudades. Considero que estas son
las que están en mejores condiciones de decidir qué hacer con el dinero
y si, más allá de construir unas carreteras que apenas van a
utilizarse, se puede atender a las necesidades prioritarias de los
ciudadanos, por ejemplo, las educativas. La educación no solo necesita
infraestructuras físicas, sino también mucho personal, y durante mucho
tiempo, no solo los primeros años. Hace falta un nuevo diseño económico
que se desmarque del modo neoliberal que, obsesionado ideológicamente
con la reducción del Estado, se opondrá siempre al incremento de
personal educativo.
Para solucionar este tipo de problemas hace falta, por una
parte, una mayor inversión y, por otra, una compensación o moratoria de
las deudas existentes. La denominada mutualización de la deuda en
Europa es un asunto controvertido, no sé qué pensarían los ciudadanos
alemanes si se les explicara adecuadamente pero el crecimiento de
determinados partidos extremistas a la derecha no invita al optimismo…
¿Cree que las redes de ciudades pueden potenciar
el sentimiento europeo en un momento en el que este se debilita desde el
punto de vista de las naciones?
El potenciamiento de las municipalidades y de la conexión
entre estas fomentaría un sentimiento paneuropeo de conocimiento y de
empatía sobre cómo viven los demás. Incluso habría que ir más allá,
colaborando con ciudades del norte de África, lo que nos permitiría
generar interés por la vida de sus ciudadanos. Esto permitiría la
creación de empleos sostenibles y de calidad y, además, cambiar el punto
de vista clásico del Estado nación.
Una pregunta algo previsible en este momento en
España: ¿qué opina a partir de su experiencia como científica social de
lo que está sucediendo en Cataluña?
Una buena parte de mis investigaciones han versado sobre
las denominadas ‘políticas de la memoria’. Por ello, lo que me viene a
la cabeza es precisamente el larguísimo conflicto existente entre
Cataluña y la España franquista. Quien no conozca esta perspectiva no
puede entender lo que está sucediendo ahora. A este marco hay que
incorporar otro como el de la larga tradición del anarquismo en el
movimiento socialista y sindical español. No hay que olvidar tampoco que
hace unos once años hubo una propuesta de solución: en el Parlamento
español se aprobó un Estatuto de autonomía, pero Rajoy lo obstaculizó,
haciéndolo imposible, lo que ha propiciado el actual conflicto. Rajoy
pertenece a la derecha y procede de esa tradición franquista a la que me
refiero. Y eso se ve en cómo maneja el problema. Creo que Puigdemont no
es precisamente el dirigente más inteligente que podrían haber
escogido, pero desde luego Rajoy está actuando echando gasolina al
fuego.
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