Lo peor del asunto es que la cualidad tóxica del arsénico era bien conocida ya en aquella época, lo que no detuvo la moda de poner el tinte verde absolutamente a todo: ropas, juguetes, pintura, muebles… con la excepción del pelo, pues todavía quedaba un siglo y pico para la irrupción del punk en Londres.
La descabellada popularidad del tinte verde de arsénico se debió a una asunción errónea por parte de la sociedad, que aún era bastante inocente en cuanto a los peligros de la química: como nadie iba a lamer las paredes o chupetear el forro del sofá verde, no había ningún peligro. Gran error: la humedad del ambiente extrae el arsénico del tinte, convirtiendo una mansión inglesa en un Bhopal en miniatura en el que los moradores morían a cámara lenta por respirar la nube tóxica.
Las damas de la alta sociedad victoriana caían como moscas por actos tan triviales como jugar una partida de cartas o regalar un juego de costura. La propia reina Isabel ordenó eliminar el papel verde de todas las salas del palacio de Buckingham tras enterarse de las cualidades letales del tinte, una operación ya de por sí peligrosa.
Pero la víctima más ilustre del “verde de Scheele” fue el mismísimo Napoleón Bonaparte, que mandó forrar las paredes de su casa de Santa Elena con papel pintado de los colores de la Francia imperial: oro y el nefasto verde. Durante los cinco años y medio que duró su exilio, Napoléon estuvo respirando el vapor de arsénico que desprendían aquellas paredes.
Fuente: http://blogs.publico.es/strambotic/2018/02/papel-pintado-verde/
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