domingo, 18 de febrero de 2018

La voz pública de las mujeres

 En el principio mismo de la tradición literaria occidental, hay un primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer "que se calle", que su voz no había de ser escuchada en público. Me refiero a un momento inmortalizado al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años, una historia que tendemos a considerar como el relato épico de Ulises y las aventuras y peripecias a las que tuvo que enfrentarse para regresar a casa tras finalizar la guerra de Troya, mientras su leal esposa Penélope le aguardaba y trataba de ahuyentar a sus pretendientes que la apremiaban para casarse con ella. No obstante, la Odisea es asimismo la historia de Telémaco, hijo de Ulises y de Penéolope, la historia de su desarrollo personal, de cómo va madurando a lo largo del poema hasta convertirse en un hombre. Este proceso empieza en el primer canto del poema, cuando Penélope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: "Madre mía -replica-, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca... El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa". Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior.

Vaso ateniense del siglo V a.C. que muestra a Penélope sentada junto a su telar (la tarea de tejer fue siempre indicativa de una buena esposa griega). Telémaco está de pie frente a ella.
    Hay algo vagamente ridículo en este muchacho recién salido del cascarón que hace callar a una Penélope sagaz y madura, sin embargo, es una prueba palpable de que ya en las primeras evidencias escritas de la cultura occidental las voces de las mujeres son acalladas en la esfera pública. Es más, tal y como lo plantea Homero, una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su especie. Las palabras literales pronunciadas por Telémaco son harto significativas, porque cuando dice que el "relato" está "al cuidado de los hombres", el término que utiliza es mythos, aunque no en el sentido de "mito", que es como ha llegado hasta nosotros, sino con el significado que tenía en el griego homérico, que aludía al discurso público acreditado, no a la clase de charla ociosa, parloteo o chismorreo de cualquier persona, incluidas las mujeres, o especialmente las mujeres [...]

La pintura de David Teniers, del siglo XVII, muestra el momento en que Júpiter entrega a la pobre Ío, ahora convertida en vaca, a su esposa Juno, para disipar cualquier sospecha de que su interés por ella fuera de carácter sexual (que, por supuesto, sí lo era).
    El arrebato de Telémaco no fue más que el primer caso de una larga lista, que se extiende a lo largo de toda la Antigüedad griega y romana, de fructuosos intentos no solo por excluir a las mujeres del discurso público sino también por hacer ostentación esta exclusión. A principios del siglo IV a.C., por ejemplo, Aristófanes dedicó una comedia entera a la "hilarante" fantasía de que las mujeres pudieran hacerse cargo del gobierno del Estado. Parte de la broma consistía en que las mujeres no podían hablar en público con propiedad, o más bien que no podían adaptar su charla privada al elevado lenguaje de la política masculina. En el mundo romano, las Metamorfosis de Ovidio -esa extraordinaria épica mitológica sobre los cambios físicos de los personajes (y probablemente la obra más influyente de la literatura occidental después de la Biblia)- vuelve reiteradamente a la idea de silenciar a las mujeres en su proceso de transformación. Júpiter convirtió en vaca a la pobre Ío para que tan solo pudiera mugir, no hablar; mientras que la parlanchina Eco es castigada a que su voz no sea nunca la suya, a ser un simple un instrumento que repita las palabras de los demás. En el famoso cuadro de Waterhouse, Eco contempla a su anhelado Narciso sin poder entablar conversación con él, mientras este se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque.


En la fantástica e imaginativa versión de John William Waterhouse de esta escena (pintada en 1903), la semidesnuda Eco contempla enmudecida a su "narcisista" preocupado por su propia imagen en el estanque

   Un antólogo romano serio del siglo I d.C. solo pudo recopilar tres ejemplos de "mujeres cuya condición natural no consiguió acallarlas en el foro". sus descripciones son reveladoras. La primera, una mujer llamada Mesia, se defendió a sí misma con éxito en las tribunales y "dado que tenía una auténtica naturaleza masculina tras su apariencia de mujer fue apodada la "andrógina". La segunda, Afrania, solía iniciar ella misma las demandas judiciales y era tan "descarada" que las defendía personalmente,por lo que todo el mundo estaba harto de sus "ladridos" o "gruñidos" (no se le concede la gracia del "habla" humana). Sabemos que murió en el año 48 a.C., porque "con semejantes bichos es más importante documentar su muerte que su nacimiento" [...].

En la década de 1880, Pavel Svedomsky ofreció una desconcertante versión erótica de Fulvia deleitándose con la cabeza de Cicerón, que al parecer se había llevado a casa.
   Una anécdota especialmente sangrienta ilustra a la perfección los conflictos de género no resueltos agazapados bajo la superficie de la vida y el discurso públicos en la Antigüedad. En el trascurso de las guerras civiles romanas que siguieron al asesinato de Julio César en 44 a.C., Marco Tulio Cicerón, el orador y polemista público más potente jamás habido en el mundo romano, fue linchado. El escuadrón de la muerte que lo liquidó, le cortó la cabeza y las manos, y las llevó a Roma a guisa de triunfo, donde las clavó, para que todo el mundo las viera, en la tribuna del orador ubicada en el foro. Entonces, según cuenta la historia, Fulvia, la esposa de Marco Antonio, que había sido víctima de algunos de los discursos más demoledores de Cicerón, se acercó a echar un vistazo, pero al ver aquellos restos, se sacó unas horquillas del pelo y las clavó repetidamente en la lengua de su enemigo. Es una imagen desconcertante de uno de los artículos característicos del adorno femenino, la horquilla, utilizado como arma contra el mismísimo lugar en el que se gesta el discurso masculino.
   Lo que quiero señalar aquí es que existe una antigua tradición con consciencia crítica de sí misma: no una que desafía directamente al modelo clásico sino una que está decidida a desvelar sus conflictos y paradojas, y plantear cuestiones cruciales sobre la naturaleza y propósito del lenguaje, masculino o femenino. Quizás deberíamos actuar y hacer aflorar a la superficie aquellos temas que tendemos a posponer acerca de cómo hablamos en público, por qué y cuál es la voz adecuada. Lo que necesitamos es cierta sensibilización sobre lo que entendemos por "voz de autoridad" y cómo hemos llegado a crearla. Es preciso resolver esto antes de decidir cómo responderíamos nosotras, las modernas Penélopes, a nuestros Telémacos...

Mujeres y poder
Mary Beard

No hay comentarios:

Publicar un comentario