Los pacientes de cáncer, en muchos casos, se ven afectados por situaciones de pobreza y exclusión. |
Ser autónomo, estar en desempleo o cobrar menos del salario mínimo…. y tener cáncer. Si en una situación precaria se intenta sobrevivir al día,
con la llegada de la enfermedad vivir es una meta el doble de
complicada. Son personas que sufren el proceso del cáncer, sus
tratamientos y su recuperación trabajando como pueden o, en otros casos,
sin poder hacerlo. El cáncer siempre supone un antes y un después, pero
para las personas en esta situación es un salto al vacío rotundo.
3.744 pacientes con cáncer viven con menos de 710 € al mes que pueden ser, en muchos casos, el único ingreso de la familia. De estos, el 90.98% son mujeres.
Hablamos con tres pacientes que superaron la
enfermedad en circunstancias laborales difíciles y con crisis, donde el
cáncer supuso una pausa tan contundente en sus carreras que volver al trabajo suponía un esfuerzo imposible.
Begoña Gozalbes: “Empiezas de cero y vuelves a un mundo laboral que no es el mundo que dejaste”
Begoña recuerda perfectamente la fecha: el
23 de junio de 2012. Por entonces su vida era frenética, como autónoma
empresaria en plena crisis, a la captura de clientes y echando horas sin
parar para mantener a los que ya tenía: “En ese momento no escuchas el
cuerpo, aunque sabes que no va bien. Estás más cansada, pero lo
atribuyes a que cuando trabajas como autónoma eres, además de tu trabajo
principal, el gestor, el community manager y todo lo que sea preciso. Si te duele algo no lo atiendes porque tiene prioridad el seguir adelante”, reconoce Begoña.
Begoña Gozalbes / Ana I. Bernal Triviño |
Tuvo que llegar ese día 23 de junio para,
después de almorzar, se encontrase mal. “Vomité, pero yo misma le dije a
mis amigos que era normal, producto del estrés y la ansiedad”, lamenta
ahora. Al día siguiente no se podía levantar, con fuerte dolores
abdominales, y al tercer día fue a urgencias. Estuvo desde las 9 de la
noche hasta las 5 de la mañana. En principio no encontraron nada, pero
cuando le hicieron la ecografía ya le indicaron que no saldría del hospital.
“Yo recuerdo que comenté una molestia en los ovarios, pero la
doctora, sin decirme diagnóstico, ya me avisó que no era de ahí”.
Ingresó el día 26 en el hospital, le hicieron multitud de pruebas y el 6
de junio tuvo la confirmación: cáncer de colon. Tras saberlo, lo
primero que respondió fue: “Y ahora, ¿qué tenemos qué hacer?”.
“Supongo
que fue una reacción porque no te puedes parar, tu mente está entrenada
para no parar. Yo no era consciente de lo que era tener un cáncer. Yo les decía a los clientes que me operaba en agosto de un tumor y que en octubre pondría en marcha su proyecto. No era consciente de que la vida se para”, asume ahora Begoña.
Tardó dos años en volver a trabajar porque
pasó dos veces por quirófano, más una depresión una vez superada la
enfermedad. “O lloras cuando te enteras, que yo apenas lo hice, o lloras
cuando lo superas y hay que retomar la vida. Yo, de septiembre a
diciembre de 2013 me lo pasé llorando e intentando volver a trabajar.
Empiezas de cero y vuelves a un mundo laboral que no es el mundo que
dejaste”.
Se tuvo que dar de baja de autónomo. Al no tener ingresos, adquirió deudas y recuerda que en su cuarta quimio tuvo hasta que firmar la dación en pago de su vivienda. “Si no fuese por la Seguridad Social que tenemos estaría muerta, estoy viva porque ella me ha curado. El día a día me lo pagaba todo mi familia porque mis ingresos eran cero”.
Hablamos de la diferencia de afrontar una
enfermedad en un trabajo por cuenta propia y cuenta ajena: “Quien tiene
un trabajo normal sigue cobrando y puede volver a su puesto de trabajo,
pero de autónomo no tienes solo el reto de vivir por la enfermedad sino de sobrevivir,
y económicamente te quedas sin nada”, denuncia. Tras los tres meses de
duelo, empezó a reconstruirse. Fue a congresos y conferencias, empezó a
buscar los primeros clientes y escribió un artículo, “Crujir el alma”,
donde contaba que su vida acabó guardada en cajas, en un habitáculo de 6
metros cuadrados, cuando su cuerpo ni siquiera le ayudaba a levantar
una hoja. Dice que escribir ese artículo la curó, en parte.
Confiesa
que con cada revisión el cuerpo se altera, y que cada día todo enfermo
de cáncer piensa en la angustia de si volverá la enfermedad. O si se
habrá ido para siempre y no perderá más su vida.
Mar Carpena. |
La revista donde Mar trabajaba cerró en
2008. Desde entonces hizo varias colaboraciones en prensa hasta que
consiguió un trabajo en una agencia de comunicación de una
multinacional, pero he aquí la condición: ser falso autónomo. Mar
acudía a su trabajo como alguien de plantilla, de lunes a viernes. En
2010 notó molestias en su abdomen. Los médicos decían que eran gases,
hasta que un día, doblada de dolor, entró por urgencias y ya se quedó en
el hospital. Con 38 años le detectaron un cáncer de colon.
“Claro que pensé en mi trabajo y, como
tenía mis jornadas normales, creía que durante la enfermedad me
protegería algún derecho. Me operaron y con el mismo parte médico del
ingreso, el martes fue mi chico a la empresa. Y por correo les remitimos
el resto de los partes de baja”, comenta. Pero la sorpresa vendría
después. Ese mes de baja no lo cobró, así que llamó a la empresa,
les comunicó que ya tenía el alta y preguntó si podía trabajar desde
casa una semana. La respuesta: “Tú ya no trabajas aquí”.
Mar se encuentra sin opción a paro y sin
trabajo. “Lo viví muy mal porque se generó una doble angustia. La
primera era salir del cáncer y la segunda era ver que las sumas no alcanzaban para el alquiler ni el resto de los gastos.
Y trabajar, mentalmente, me hubiese servido de ayuda, aún faltando los
días de quimio”. Se sentía enferma y se dejó de sentir útil, inserta en
el aislamiento de las quimioterapias. “Recuerdo que, por entonces, mi
pareja no tenía una estabilidad económica y que había unos parches
cicatrizantes que no me pude comprar. También cuando mis padres me
prestaban dinero o esa preocupación cuando los médicos te dicen que
comas mejor. Quieres lo mejor para ti y cuidarte, pero no puedes, ¿con qué dinero? Igual que las cosas de la casa, que las hacía todas mi pareja”.
Le faltaba un ciclo de quimio para terminar
cuando le detectan al año un cáncer de mama. Vendría la radioterapia y
más debilidad a su cuerpo. “Fue un mazazo, convencidísima de que tras el
primer año de cáncer me incorporaría al trabajo, el segundo cáncer me
lo impedía aún más.” En aquel tiempo la Mar que todos conocían intentaba vivir. La suya, la interior, se sentía a veces como un zombie.
Tras el cáncer de 2010 y el de 2011, en 2012 le detectan un cáncer de tiroides. Le mandaron quimioterapia de pastillas y Mar no quería esperar más, aunque su cuerpo ya no era el mismo. “Tenía miedo a las entrevistas de trabajo. Era el miedo del cáncer y el miedo a que te rechacen porque ¿quién iba a contratar a alguien que sabe que faltaría cada tres meses para las revisiones? Y también me preguntaban qué había hecho en esos años, por qué había un parón laboral. Al principio mentía. Luego, ya decía la verdad, no quería esconderme”.
Con todas sus fuerzas consiguió un trabajo
temporal de jefa de prensa de un evento. “Fue oxígeno, la mejor
medicina. La otra me mantuvo viva pero esta me hizo volver a ser yo. A
nivel profesional yo no era nadie”, admite. Comenta que subió su nivel
de autoexigencia, que quería demostrar que aquel parón no era nada en su
carrera. “Quería que vieran que era buena profesional y que estaba sana.
Que iría a trabajar y a echar más horas que nadie, y si todo el mundo
estaba cansado, yo diría que no. El cáncer volvió mi vida más precaria
y, sin ayuda de todos los que estuvieron, hubiese tenido que dejar mi
piso y a saber qué hubiese sido de mí”.
Eva Álvarez: “El cáncer precarizó mi vida al 100%”
En un hotel Radisson de Irlanda trabajaba
Eva, en el año 2004. “Recuerdo que por ser extranjera me dieron como un
bono social para una limpieza de boca gratis y una revisión
ginecológica”. En la citología, menciona que sangró. Se lo echó a humor,
dadas las circunstancias, pero no sabía que aquello era el primer
síntoma de la enfermedad. La llamaron del hospital a los pocos días y
recuerda que, al entrar en la consulta, junto al médico, había dos
enfermeras que sostenían una caja de pañuelos. “Tienes cáncer de cérvix”, le dijo.
Pidió quedarse un rato a solas y lloró. Le explicaron que este cáncer
era muy agresivo pero muy lento. Tras la biopsia, le advirtieron sobre
la operación.
Eva Álvarez |
Hizo las maletas corriendo, entre las lágrimas que sus compañeros de
piso no sabían cómo consolar, y dejó su trabajo. De operarse, era en
España. “Yo estaba acojonada de miedo. Yo estaba a 2000 kilómetros a mi
familia. Sólo quería volver a casa”. A las pocas semanas, la
operan en el hospital Virgen del Rocío en Sevilla. Y le hacen una
histerectomía completa. Le aconsejaron que, para recuperarse antes,
tenía que caminar pero “me salió una úlcera en el talón brutal y fue un
posoperatorio muy molesto, donde engordé casi diez kilos por no poder
moverme. Me decían en la calle…. ¿pero estás embarazada? Era horrible”.
Pero para ella, una mujer independiente,
aquel estado físico no era lo peor. “Yo venía de Irlanda muy bien, pero
aquí me empecé a sentir perdida, no sabía qué hacer. Necesité un
psicólogo porque tuve que vivir en casa de mi madre de nuevo. No por
ella, que es un cielo, sino el hecho de no tener mi vida, porque ya no
tenía nada. Y, por el tipo de cáncer que es incluso me sentía culpable”.
Durante un año acudía, cada tres meses, a
sus revisiones con el oncólogo. Y, a la vez, intentó buscar trabajo.
Tampoco se sentía bien físicamente, así que solo pudo afrontar trabajos
de fines de semana, sin cotización, en bares. “Recuerdo que aquella
época vivía amargada, el cáncer precarizó mi vida el 100%. No sé en
Irlanda qué hubiese sido de mí, pero lo de ahora no era lo mío, se acabó mi sustento económico propio y el cáncer me mandó a empezar de cero.
Fue muy difícil”. Esa fue su situación de 2005 a 2007, cuando vuelve a
trabajar en varios hoteles en Ronda, hasta que encuentra la que pensaba
que sería la mejor oferta posible: trabajar de administrativa en una
empresa de madera, Polanco. “No era tan duro como la hostelería, mejor
horario y valoraban mis idiomas. Aquellos primeros seis meses fueron
estupendos… Y de pronto se hundió, fue de las primeras empresas en
hundirse durante la crisis. A los seis meses estaba en la calle.”
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