domingo, 12 de abril de 2015

No pienses y no serás cornudo

  En el Lothus-Matra, el libro sagrado de los sidonios que, por lo común, tan mal ha sabido leerse e interpretarse, se dice que al hombre le florecen los cuernos cuando comete el pecado de pensar. No pienses y no serás cornudo (salmo CXXIII), porque los pensamientos solidifican su sustancia en forma de cuerno al salir de la cabeza y entrar en contacto con los espíritus que flotan en el éter.
  Paracelso, estudiando el síndrome de Raymond que presentaba su callosa tía Engracia, observó que los cuernos producen los antídotos necesarios para luchar contra los trastornos del carácter y de la memoria, la amnesia topográfica, las anomalías de la conducta y la falta de coordinación de las ideas, ya que proceden a modo de pararrayos que desvía la chispa a los abismos.
  Y si partimos del axioma -suficientemente explicado por Franz Jakubowski en su Der ideologische Uberbau in der materialistischen Geschichtsauffassung- jamás hubo un mamífero vertebrado superior sin cuernos.
  Jenócrates, sucesor de Espeusipo como escolarca de la Academia platónica, sostuvo, en su pitagorismo, la teoría de que los cuernos son mudadizos como las nubes, ya que no hay dos iguales, y Jenófanes de Colofón -cerca de doscientos años más viejo- explica, en su poema Sobre la naturaleza, que el universo se rige por un dios único, supremo y esférico- "todo ojos, todo oídos, todo cuernos"- que es inmóvil pero que, pese a su inmovilidad, lo rige y gobierna todo por su pensamiento y reparte cuernas, entre los seres racionales, con prodigalidad infinita.

Camilo José Cela


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