Son niñas encerradas en cubículos donde reciben a catorce clientes al día por 1,2 euros el servicio. «Solo espero que no me maten de una paliza y no contraer el sida». Prostitutas de Bangladesh cuentan su vida
Hasina todavía siente escalofríos cuando recuerda aquella cálida noche
de julio. Han pasado ya casi cinco años desde que una turba de violentos
islamistas radicales les atacó e incendió el complejo de chabolas de
bambú y uralita en el que trabajan a la orilla del río, pero las heridas
continúan abiertas. «Tuvimos que saltar al agua para que no nos
quemaran vivas, y muchas ni siquiera sabían nadar. Afortunadamente no
murió nadie, pero perdimos casi todo lo que teníamos y estuvimos más de
un mes viviendo al raso», recuerda esta mujer de 42 años que, como
muchas de las que ejercen la prostitución en el complejo de burdeles de
C&B Ghat de la ciudad bengalí de Faridpur, vendió su virginidad
incluso antes de que le llegara su primera menstruación.
Lima fue violada cuando tenía 13 años. /
ZIGOR ALDAMA
Aunque las autoridades de Bangladesh aseguraron que la violencia no
se volvería a repetir, Hasina asegura que la situación no ha mejorado.
Aunque ya se les permite salir calzadas a la calle y no se prohíbe que
sus cuerpos sean enterrados con los del resto de los vecinos como
sucedía hasta hace poco, la crisis económica que también se siente en la
antigua Pakistán Oriental hace estragos entre las miles de mujeres que
se juegan la vida satisfaciendo las necesidades de una población que,
según Ahya Begum, directora de una asociación local de prostitutas que
exigen sus derechos como seres humanos, está «reprimida por las
retrógradas convenciones sociales y una interpretación cada vez más
integrista del islam».
Begum no lee el Corán, pero está convencida de que su dignidad tiene
poco que ver con su profesión. «Quizá nuestro trabajo sea diferente,
pero tiene que estar regido por unas reglas como cualquier otro, de
forma que podamos vivir dignamente». Por ello, todas las asistentes a la
pequeña asamblea que la Asociación de Trabajadores del Sexo de Faridpur
celebra en los bajos de un pequeño edificio comercial asienten cuando
Begum plantea reclamar a los políticos que deroguen la normativa que
exige incluir en el carné de identidad el trabajo que cada cual
desempeña, y pedirles que no se escriba la palabra ‘burdel’ allí donde
debe figurar el domicilio. «Esa es la pelea de hoy, pero la guerra solo
se ganará cuando la prostitución se legalice, de acuerdo con el punto de
la Constitución de Bangladesh en el que se garantiza que ‘todo
ciudadano es libre de elegir su profesión’».
Una prostituta del burdel de Faridpur, donde trabajan 200 mujeres, trata de convencer a un cliente para que la escoja a ella. / ZIGOR
Eso sí, conscientes de que son las propias mafias de la prostitución
quienes más abusan de las trabajadoras, en Faridpur la Asociación ha
trabajado para imponer un código de conducta que erradique algunas
lacras que sufren las trabajadoras del sexo: se establecen un precio
mínimo de 100 takas (1,2 euros) por cada servicio sexual, la
obligatoriedad del uso del preservativo, y una edad mínima de 15 años
para ejercer la prostitución. No obstante, rara vez se cumplen estas
normas. «La situación se está deteriorando con la inflación. Cada vez es
más caro todo, y los clientes se niegan a pagar más por los servicios.
Algunos incluso ponen pegas por los 10 takas (12 céntimos de euro) que
cobramos por el condón», explica Hasina.
Además, a su edad, ella tiene difícil aparecer atractiva frente a
quienes buscan juventud. Así que ha decidido competir de la misma forma
que cualquier otro sector en una economía capitalista: baja los precios y
accede a prácticas sexuales que antes ni siquiera se le pasarían por la
cabeza. El objetivo es lograr ahorrar lo suficiente para acceder al
siguiente nivel y convertirse en proxeneta. «Cuando nos hacemos viejas y
nadie quiere tener relaciones con nosotras, comenzamos a introducir en
la profesión a chicas más jóvenes de las que podemos sacar algún
provecho. Las protegemos, les damos consejos, y las tratamos como si
fuesen nuestras propias hijas».
Historia de amor
Julie, de 20 años, posa en el cubículo donde recibe a una docena de hombres al día. /
ZIGOR ALDAMA
A veces la relación sí que es de sangre. Es el caso de Brishti, que
ahora tiene 14 años. Tras el fuego que arrasó el C&B Ghat, decidió
que la mejor forma de ayudar a su madre, prostituta, era vendiendo su
virginidad al mejor postor. «Sabía lo que hacía. Mi abuela, que ha hecho
lo posible por mantenerme al margen de este trabajo, todavía está
decepcionada y no quiere dirigirme la palabra, pero mi dignidad no es
tan importante como la responsabilidad que tengo en el bienestar de la
familia». Así, poco a poco, el círculo vicioso del estigma se perpetúa, y
las que fueron explotadas se convierten en explotadoras. La propia
Begum emplea a varias chicas que, cuando ella no está presente,
reconocen no haber cumplido los 15 años.
Algunos rayos de esperanza iluminan fugazmente este negro escenario
al que muchos se refieren como las cloacas del sexo, porque el C&B
Ghat se encuentra cerca de los desagües de la ciudad. Que no son muy
duraderos queda patente con la historia de amor que protagonizan Julie,
una joven de 20 años que lleva un año prostituyéndose en una chabola
empapelada con fotos de bebés sonrientes, y Sagore Hossain, uno de sus
clientes habituales. «No me gusta la idea de que esté con otros hombres,
pero no hay otra opción. Es una prostituta y nunca podré casarme con
ella», asegura él ante la mirada de tristeza de ella. «Eso sí, mientras
Julie me acepte no contraeré matrimonio con ninguna otra. Nuestra
relación es muy estrecha, aunque en el sexo tenemos total libertad»,
añade.
Una mujer posa junto al cartel que recuerda el uso del preservativo. /
ZIGOR ALDAMA
«Cuando empecé me dijeron que tendría que hacerlo con dos o tres
hombres cada día, pero ahora son muchos más y no puedo negarme», comenta
Julie cuando Hossain no está presente. «Solo conseguiré tener una vida
normal cuando escape de aquí y vaya a algún lugar en el que nadie me
conozca», afirma. Desafortunadamente, pocas han llegado a esa meta. Y
cada vez es más difícil hacerlo. Porque el desarrollo ha traído consigo
nuevos grilletes. Uno de los últimos se llama Oradexon, un esteroide
utilizado para engordar al ganado y que las chicas más jóvenes toman
para adecuar su cuerpo al canon de belleza de un país en el que, debido a
la miseria que reduce a la mayoría a huesos y pellejo, las curvas
generosas son muy apreciadas. Y, además, con esos kilos extra las chicas
de 12 años aparentan unos cuantos más.
El problema está en que el Oradexon puede provocar graves problemas
de salud: «Afecta a los riñones, incrementa la presión arterial, y
afecta a la producción normal de hormonas», explica Bashirul Islam,
doctor del centro de salud de Faridpur. Pero es barato y efectivo. Y
adictivo. En el gigantesco complejo que ocupa el burdel del centro de la
ciudad, apodado City Brothel, otras drogas sintéticas también son
fáciles de encontrar. «Algunas las tomamos, porque nos permiten escapar
de esta realidad por un rato y divertirnos», comenta Asha en el pequeño
cubículo de paredes descoloridas en el que sirve a una media de 14
clientes al día. A sus 20 años, tiene claro que está condenada a vivir
entre esas paredes: «Solo espero que no me maten de una paliza y que no
contraiga el sida».
Fuente: http://www.diariovasco.com/internacional/asia/201504/06/cloacas-sexo-20150324191444.html
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