Entre los pocos seres vivos que se atreven a devorar a los peligrosos cnidarios (medusas, anémonas, ..) destacan los nudibranquios, o babosas marinas, que, pese a poseer un cuerpo blando y delicado, no resultan afectados por las sustancias urticantes de los primeros. Esta inmunidad les permite aprovechar en exclusiva unos nutrientes que resultan vetados para la mayor parte de los organismos marinos, lo que sin duda les confiere una notable ventaja competitiva.
Los nudibranquios, sorprendentemente, poseen además muy pocos enemigos. El secreto de ello reside en su elevada capacidad defensiva, basada en un poderoso arsenal químico. Este se compone de diversas sustancias, de origen muy variado, que las babosas van concentrando en el cuerpo. En unas pocas especies los productos son de síntesis propia y son excretados a través de la piel en forma de un mucus de olor repelente y sabor desagradable, o bien de propiedades nocivas e irritantes. Otras especies exudan un ácido concentrado cuyo componente principal es el ácido sulfúrico. Con semejante catálago de sustancias repulsivas se comprende que pocos depredadores ataquen a los nudibranquios
Pero en la mayoría de los casos el origen de los venenos empleados por los nudibranquios resulta mucho más complejo. Las babosas marinas no solo se alimentan de los peligrosos cnidarios, sino que además extraen de ellos las sustancias tóxicas que poseen y las acumulan en su cuerpo para utilizarlas en su propia defensa. Las babosas, inmunes a la acción de dichas toxinas, devoran a los cnidarios y al mismo tiempo ingieren las células urticantes que, sin ser alteradas, pasan a través del tracto digestivo y se depositan y concentran en el extremo de las protuberancias existentes en el dorso del cuerpo, los ceratos. Esas estructuras constituyen el sistema defensivo de los nudibranquios. Cualquier animal que ataque a una babosa marina experimentará la misma reacción alérgica que si se hubiera aproximado a los cnidarios tóxicos.
Fernando Jordán Montés
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