lunes, 2 de julio de 2018

¿Por qué seguimos reduciendo los conflictos africanos a guerras religiosas o étnicas?



Salvo honrosas excepciones, los medios de comunicación españoles reducen los conflictos africanos a enfrentamientos étnicos o religiosos. Esta es la mayor mentira que se puede decir sobre ellos. Esos elementos pueden estar presentes en la superficie y suelen ser agitados por las partes interesadas en que las disputas se eternicen en el tiempo, pero nunca se encuentran en ellos las causas profundas de estos conflictos. Esta tesis se comprueba muy bien en el que tiene lugar en el centro de Nigeria en la actualidad.

Una nueva matanza tuvo lugar en esta zona entre el jueves 21 y el domingo 24 de junio. Más de 200 personas perdieron la vida en los enfrentamientos entre pastores y agricultores en el estado de Plateau, según las últimas estimaciones de las autoridades. El presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, ha prometido que no escatimará esfuerzos para encontrar a los responsables y prevenir que se repitan hechos similares, como ya ha hecho en ocasiones anteriores. Mientras, el gobernador del estado, Simon Bako Lalong, ha impuesto un toque de queda de seis de la tarde a seis de la mañana en las comunidades afectadas.

No es la primera vez que se toman estas medidas o se hacen estas promesas y, a pesar de ello, los enfrentamientos no cesan. Los conflictos violentos entre pastores nómadas procedentes del norte de Nigeria y las comunidades agrícolas sedentarias de las regiones centrales y meridionales se han incrementado dramáticamente en los últimos años, paralelamente al rearme de los grupos de pastores fulani, que se han convertido en una gran amenaza para los civiles. Estas bandas serían responsables de la muerte de casi 1.000 civiles en lo que va de año; frente a los 200 que ha matado Boko Haram, afirma the Armed Conflict Location and Event Data Project (ACLED).

El aumento en el número de ataques a los agricultores por parte de los pastores nómadas ha llevado a muchos de los primeros a abandonar sus tierras, cuando se encontraban en plenas tareas agrícolas. Este movimiento ha sido especialmente fuerte en el estado de Benue, en el centro norte del país, que ha visto disminuir su producción de alimentos en un 45%, ya que las granjas son abandonadas, lo que favorece que los pastores se incauten de los productos sembrados, sobre todo para alimentar con ellos a su ganado. Una situación que amenaza no solo a la seguridad alimentaria del estado, sino también la de todo el país.

Desde tiempos inmemoriales, los pastores del norte de lo que hoy es Nigeria han trashumado hasta las sabanas y los bosques tropicales de los estados centrales y meridionales durante la estación seca del año. Sin embargo, cada vez bajan más y penetran en regiones donde el alto crecimiento demográfico ha producido una fuerte presión sobre las tierras agrícolas y el acceso al agua. Esto se ha traducido en un aumento de las disputas sobre daños a los cultivos, contaminación del agua y robo de ganado. Ante la ausencia de mecanismos de mediación aceptados por ambas partes, los desacuerdos se transforman, cada vez más, en violencia.

No se puede acusar a los pastores de haber decidido voluntariamente salirse de sus rutas tradicionales de trashumancia;  las raíces de esta nueva situación se encuentran en el cambio climático. La sequía y la desertificación han degenerado los pastos y han secado muchas fuentes naturales de agua a lo largo del cinturón saheliano del norte de Nigeria. Este nuevo escenario obliga a gran número de pastores a migrar hacia el sur en busca de pastizales y aguas para sus rebaños. A este dato hay que añadir la inseguridad que existe en muchos estados del norte y noreste como consecuencia de la presencia de Boko Haram y del bandolerismo rural que se centra, sobre todo, en el robo de ganado en la zona noroccidental y centro-norte. Ambos fenómenos propician el desplazamiento de muchas poblaciones. Por otra parte, el crecimiento de los asentamientos humanos, la expansión de las infraestructuras públicas y las adquisiciones de tierras por parte de granjeros o grandes corporaciones agroindrustriales y otros intereses comerciales privados han usurpado a los pastores cientos de hectáreas de tierras de pastos que el Gobierno nigeriano les había asignado tras la independencia, lo que igualmente les empuja a buscar nuevos destinos para mantener vivo a su ganado. Todos estos elementos también han causado que lo que antaño eran migraciones estacionales se hayan convertido en permanentes. Hecho que aumenta, aún más, la tensión entre los dos grupos.

Evidentemente, estamos ante un conflicto cuyas causas están en el control de los recursos de la tierra. Pero intereses espurios lo embarran cada vez más con elementos religiosos y políticos. Los pastores pertenecen mayoritariamente al grupo étnico fulani y practican el islam, mientras que la mayoría de los agricultores son cristianos. Elementos, que no tienen nada que ver con el origen del conflicto, ya que durante generaciones, las poblaciones musulmanas y cristianas del Plateau han convivido sin enfrentamientos violentos, aunque en las ciudades y aldeas tendían a vivir en zonas separadas
Sin embargo, la utilización política de estas divisiones empieza a pasar factura. Los últimos asesinatos parecen ser una venganza por un ataque a pastores. El jueves, cinco ganaderos que viajaban en un camión lleno de ganado fueron emboscados, sus vacas robadas y el camión incendiado. Hasta el momento, los cinco hombres siguen desaparecidos.

Una de las asociaciones de criadores de ganado en Plateau se quejó ante el Gobierno estatal y las fuerzas de seguridad de que más de 400 cabezas de ganado habían sido robadas y sus pastores atacados o asesinados en los últimos meses.

A finales de abril, unos 30 pastores fulani fueron acusados de asaltar la iglesia católica de San Agustín y de matar al menos a 17 de sus fieles y dos sacerdotes.

De todas formas, volvemos a insistir en que el enfrentamiento religioso no está en el fondo de este conflicto. Igualmente, aunque el cambio climático y las tensiones religiosas puedan ser factores importantes detrás del aumento de este conflicto entre pastores y agricultores, son en realidad la ausencia de una institución eficiente capaz de resolver las disputas y la circulación de armas lo que provoca que los desacuerdos terminen en hechos violentos.

A pesar de ello, como decíamos al inicio, los medios de comunicación españoles siguen reduciendo este conflicto, como la mayoría de los que se producen en suelo africano, a un enfrentamiento religioso o étnico o “conflictos de tinte étnico-religioso”, como se leía en un periódico.

Siempre es más fácil explicar estos enfrentamientos así, desde la superficie, sin profundizar en sus raíces. Una forma más de mantener los estereotipos sobre un África que se identifica con el Corazón de las tinieblas, un lugar oscuro y cruel, donde desde el principio de los tiempos unas tribus luchan contra otras sin más aparente razón que el gusto por la disputa.

Basta ver cómo se trata en la mayoría de los medios españoles conflictos como el de la República Centroafricana: musulmanes selekas contra cristianos anti-balakas, olvidando que en la actualidad grupos selekas se han aliado con anti-balakas y pelean sencillamente por el control de los recursos naturales del país, sin importarle a ninguno la religión del aliado o del enemigo. O Sudán del Sur donde nos dicen que se enfrentan dinkas contra nuers, olvidando el papel de las grandes potencias (China y Estados Unidos, principalmente) que agitan las distinciones étnicas para defender sus propios intereses. Y así podríamos seguir recorriendo cualquier disputa que existe en el continente.
¿Es pereza?, ¿desprecio a África?, ¿ignorancia? No lo sabemos, pero lo cierto es que este tipo de simplificaciones no ayudan a comprender los conflictos africanos y profundizar en sus causas y prolonga en el tiempo la estereotipación de África.


Fuente: http://mundonegro.es/por-que-seguimos-reduciendo-los-conflictos-africanos-a-guerras-religiosas-o-etnicas/

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