martes, 24 de julio de 2018

Las caídas y ascensos de Bill Hicks, el cómico posmoderno

En un país como el nuestro, donde ni el humor puede evitar tener como público objetivo a la señora de Cuenca, cuesta imaginar que los monologuistas dejen de lado temas tan generales con los que el público se siente identificado: situaciones que tienen que ver con la familia, las relaciones de pareja y demás elementos cotidianos. En resumidas cuentas, una manera muy blanca de hacer reír. Del mundo anglosajón, en cambio, nos ha venido más de un cómico cínico de lengua afilada, como Ricky Gervais o George Carlin, cuyos monólogos se centran esencialmente en quejarse. Pero nosotros queremos centrarnos en una figura de culto de monologuismo, que con crítica social mordaz, habitual autorreferencia y pasmosa honestidad bajo los focos se convirtió en el cómico posmoderno definitivo. Repasamos la trayectoria vital y artística de Bill Hicks.


 Nacido en Georgia en 1961 y criado en Houston, Texas, alguien llamado William Melvin Hicks —su apellido es traducible como «Paletos»— diríase que tenía cierto hándicap para la vida. Era el tercer hijo de una familia bautista del sur que iba a misa cada domingo. Desde la temprana adolescencia, Bill empezó a pasar horas encerrado en su cuarto junto a su amigo Dwight Slade preparando chistes. «La familia Hicks era inteligente e intelectual, pero había sospechas respecto a ciertos temas», dijo Slade. Con el tiempo, la madre de Bill encontró la manera de forzar la cerradura para investigar lo que hacían los dos chavales.

Houston era un solar para la comedia en los 70, lo que no les impidió a Hicks y Slade hacer un humor de guerrilla con medios autogestionados. Con 16 años, Bill se subió a los escenarios por primera vez. Al acabar el instituto decidió que tenía que ir a Los Ángeles si quería crecer como cómico. En una familia en la que los otros cuatro miembros eran graduados universitarios, no era fácil de encajar.

En Los Ángeles lo admitieron para actuar en el mítico Comedy Store. Debutar con un monólogo bien preparado es más fácil de lo que parece. Lo complicado es convertirse en cómico habitual de un recinto y no acabar aburriendo. Por aquel entonces, Bill era un cómico limpio que no decía palabrotas en el escenario. Maduró, pero no encontró su voz.


El público empezaba a darle cocaína gratis. Querían ver hasta dónde podía llegar el show con Hicks puesto hasta arriba.
Un día, Hicks llamó a su amigo Kevin Booth. «Adivina qué, estoy de vuelta en Houston y tú y yo vamos a tomar setas alucinógenas». Y así lo hicieron. Aquél fue, de hecho, el primer contacto que tuvo Bill con cualquier droga, incluido el alcohol. Desde entonces, ambos hacían esporádicas visitas a un rancho en Fredericksburg donde experimentar con los psilocibios. Para Bill, escuchar sobre algo no era suficiente. Él quería que la revelación le viniese de primera mano. Algo pasó en una de esas experiencias para que él pensase que tenía que abrirse a su público respecto a estas cuestiones.
«¿Habéis oído alguna noticia buena sobre las drogas? ¿No? Yo tampoco. Las noticias se supone que han de ser objetivas. Siempre sale la misma noticia sobre el LSD. “Un hombre joven puesto de ácido piensa que puede volar y salta desde un edificio, ¡qué tragedia!”. ¡Qué gilipollas! si lo piensas. Si él creía que podía volar, ¿por qué no probó a despegar desde el suelo?».
Acto seguido, Hicks anhelaba que por una vez hubiese una noticia positiva sobre el uso de drogas:
«Hoy un joven puesto de ácido se ha dado cuenta de que toda materia es simplemente energía condensada en una vibración más lenta, que somos todos una única conciencia que se experimenta a sí misma de manera subjetiva, que no existe la muerte, la vida sólo es sueño y somos una imaginación de nosotros mismos. Pasamos a Tom con el tiempo».
Bill empezó a fumar y consumir alcohol. También lo hacía sobre el escenario. Lo que al principio eran copas con sus colegas de profesión pasaron a ser consumiciones que le hacía llegar gente desconocida del público. Luego empezaron a darle cocaína gratis. Querían ver hasta dónde podía llegar el show con Hicks puesto hasta arriba.

La hermana y el hermano mayores de Bill fueron a ver una de sus actuaciones un día. Lo único que encontraron fue un borracho tendido sobre el escenario. Nadie se reía. Al final lo despidieron.

Como suele suceder, no es hasta que tocó fondo que Bill se dio cuenta que tenía cambiar de aires. En febrero de 1988 dejó de beber. Aun así, sabía que iba a ser difícil mantener la sobriedad estando rodeado de cómicos en Houston. Así que Bill decidió desaparecer para resurgir en Nueva York. Ahí es donde se convirtió en el monologuista espectacular al que se recuerda. Él bromeaba con que los dos años anteriores había estado en su Platillo Volante Tour, porque sólo los paletos de pueblos perdidos lo habían visto. La única droga que consumía con mucha habitualidad era el tabaco, y su adicción a los cigarrillos pasó a ser un tema recurrente en sus monólogos.
«No me drogo pero me gusta hablar sobre drogas. Dicen que fumar marihuana te convierte en una persona desmotivada. Menuda chorrada. Cuando yo estaba colocado podía hacer todo lo que haría normalmente, hasta que me di cuenta de que no merecía la puta pena. No voy a salir de la cama si es para meterme en un atasco de camino a un trabajo que odio. Mejor me quedo en la cama viendo dibujos animados».
«Si queréis entender una sociedad, prestad atención a las drogas que utiliza. ¿Qué nos dice esto sobre la cultura americana? Exceptuando el veneno farmacéutico, hay esencialmente dos drogas que la civilización occidental tolera: cafeína de lunes a viernes para convertirte en un miembro productivo de la sociedad, y alcohol de viernes a lunes para mantenerte estúpido como para darte cuenta de la cárcel en la que vives».
Otros temas con los que habitualmente hacía crítica eran la moral cristiana, el antiintelectualismo imperante y el belicismo promovido por la administración Reagan y Bush. Bill Hicks empezó a ser conocido riéndose de su padre; ahora lo era riéndose de su patria.
«Me parece bien que por quemar una bandera la gente no tenga que ir a la cárcel un año. Aparece alguien y te dice: “Eh, amigo, mi padre murió por esa bandera”. ¿De verdad? Yo la compré, sin más, por tres pavos. “Murió en Corea por esa bandera”. Oh, ¡qué coincidencia! la mía fue fabricada allí. Vale, sé que no murió por una puta bandera, sino por lo que dicha bandera representa, que es precisamente la libertad para quemar esa puta bandera».
Bill Hicks alcanzó la plenitud como cómico. Sus vídeos fueron retransmitidos en el Reino Unido, lo que le llevó a cruzar el charco en calidad de rockstar, saltando de clubes de la comedia estadounidenses a los abarrotados teatros británicos. Hicks era con 31 años, tras media vida sobre las tablas, un cómico de éxito.
«Seguimos experimentando la evolución, y todas las instituciones a nuestro alrededor se desmoronan porque ya no son importantes. La evolución no es sólo adquirir pulgares oponibles. Estamos en la primera época de nuestra historia en la que podemos evolucionar a través de las ideas. Por cierto, ahora vienen unos cuantos chistes de pollas».
Pero en junio de 1993 todo se torció. Llamó a su hermano y le preguntó si le podía conseguir una cita con el médico de familia porque sufría problemas estomacales. Que un cómico te diga por teléfono que tiene cáncer puede sonar a broma pesada. En el caso de Bill, no lo era. Volvió a casa de sus padres. Su madre le preguntó si quería estar solo. Bill respondió: «¿Quién quiere estar solo?». Decidió que estaría sobre el escenario hasta su último día, porque allí arriba era imposible que pensase en la enfermedad.

Hicks, que también era un buen guitarrista, empezó a preparar álbumes híbridos entre monólogo y música. Arizona Bay, álbum conceptual que narra el hundimiento en el océano de estado de California y sus gentes disolutas, inspiró a Tool para su canción Ænema. De hecho, el cómico llegó a telonear a la banda californiana en el Lollapalooza de 1993. 

Bill decidió hacer una última visita al rancho a por otro festín de setas. Él sabía que sería su última vez, pero sus amigos desconocían que se estaba muriendo. No paraba de pensar que él era víctima del gran chiste, de la broma asesina. «Me muero cuando todo estaba uniéndose».

Le ofrecieron una actuación en el show de Letterman. Él sabía que era la última vez que el país entero tendría oportunidad de verle. Para su desilusión, el mismo David Letterman censuró su actuación. El presentador se retractó en 2009, cuando tras una queja formal de Mary Hicks, la madre de Bill, decidió invitarla al programa, mostrar su arrepentimiento y emitir la grabación, cuyo tema central era crear un reality show para dar caza y muerte a Billy Ray Cyrus.

          

Bill Hicks murió de cáncer de páncreas en febrero de 1994. Tenía 32 años. En sus últimos meses retumbarían los «¿por qué yo?» y «¿por qué ahora?» en su cabeza. Pero, como dejó claro en su carta de despedida, se marchaba en paz. Después de todo, la vida es sólo un viaje.

 Fuente: https://www.revistacactus.com/las-caidas-y-ascensos-de-bill-hicks-el-comico-posmoderno/

No hay comentarios:

Publicar un comentario