lunes, 9 de julio de 2018

Berlín y Europa en el verano de 2018

 Merkel ha logrado frenar la crisis desencadenada por su ministro del Interior acerca de la política migratoria. Entre agravios, amenazas e intentos de chantaje, la canciller ha sobrevivido a las intrigas de sus adversarios y enemigos internos

Berlín y Europa en el verano de 2018Angela Merkel ha superado el desafío bávaro. Ha frenado a su ministro del Interior, entre cuyos planes figuraba que Alemania actuase por su cuenta en la frontera bávaro-austriaca para defenderse de los refugiados. Merkel insistió en llegar a un acuerdo con la UE y los países vecinos. El titular de Interior, Horst Seehofer, un veterano de la CSU y su presidente, amenazó a la canciller y a su partido con dimitir. La situación era crítica.

No se trataba solo de los refugiados y otros emigrantes, el objetivo era la propia canciller. La dirección de la CSU, así como algunos miembros del ala derecha de su partido, la CDU, querían obligar a Merkel a dimitir. Ella lo sabía, se defendió y ganó, al menos este asalto. Ciertamente, la canciller no tiene demasiadas ganas de verse envuelta en más luchas de poder con los machos de Múnich —el partido bávaro está formado casi exclusivamente por hombres—. Todavía seguirá un tiempo en el cargo, y no será un camino de rosas. Y quién sabe cuánto va a durar la paz social. Puede que su cuarto y último mandato sea aún más breve de lo previsto.

Quizá Angela Merkel se anime a contarlo algún día en sus memorias. Aunque no es el tipo de persona que se expresa con palabras abiertas y directas, tal vez un editor hábil y un redactor con talento puedan animarla a poner por escrito con todo detalle lo que sucedió de veras aquel verano político de 2018 tras las puertas cerradas y en los tuits y los mensajes de texto intercambiados entre la CDU y la CSU. Quién agravió a quién y quién amenazó a quién. Quién intento chantajearla a ella, a la canciller. Quién la apoyó. Cómo, a pesar de todo, sobrevivió a las intrigas de sus adversarios y enemigos internos. ¿Qué nos enseña todo esto sobre la política democrática?

Este verano crítico de 2018 está siendo temible, un camino al borde del abismo. El panorama alemán de la política realista parece una ilustración dramática del discurso internacional sobre la crisis y las posibilidades de supervivencia de la democracia liberal. Cómo mueren las democracias, título de un libro reciente, es el que mejor lo refleja. En todas sus variantes, el asunto es siempre el mismo: los movimientos nacionalistas radicales, populistas y chovinistas y su conexión ideológica con el fascismo y el nacionalsocialismo. No hay sociedad democrática que no se encuentre enfrentada a este posible riesgo. Los logros de los adversarios ofensivos de los Estados de derecho liberales saltan a la vista. Allí donde los antidemócratas han arraigado, han empezado a desmantelar los derechos y las estructuras democráticas apelando a sus mayorías. Nada que no se haya visto antes.

No obstante, también se registran fenómenos positivos, casos excepcionales, no muchos, pero importantes. Entre ellos se encuentra la península Ibérica, que ahora Europa central contempla con envida. En el discurso liberal-progresista, Portugal, y recientemente España, desempeñan cada vez más el papel de modelos factibles de una política reformista ilustrada. Al núcleo de las democracias aún operativas a pesar de todos los reveses pertenecen, en particular, la Francia de Emmanuel Macron, los países del Benelux —todavía—, incluida Holanda, amenazada por el populismo xenófobo e islamófobo, y, con reservas, los países escandinavos. Por supuesto, otro de los miembros destacados del arco democrático de los Estados de derecho europeos más o menos estables es Alemania, apenas 29 años después de la caída del Muro.

Por otra parte están Austria e Italia y los países del Grupo de Visegrado, los ruidosos vecinos del arco democrático. Cada uno tiene sus particularidades, sobresaliendo el curioso caso de Sebastian Kurz, cuyo programa de gobierno contiene un extravagante cóctel de puntos, entre ellos la prolongación de la jornada laboral, el recorte de las prestaciones sociales y el rechazo a toda forma de “inmigración de refugiados a nuestro sistema social”. Con respecto a esta delicadísima cuestión, precisamente Austria, que actualmente preside la UE, aboga por una política común de blindaje de las fronteras exteriores de la UE. En este contexto, el canciller Kurz hizo referencia, ya antes del conflicto entre Merkel y Seehofer, a un “eje de países dispuestos” que atravesaría Roma, Viena y Berlín o, mejor aún, Múnich. Para los demócratas históricamente sensibles, la declaración constituía un problema, puesto que el eje como objetivo político ya caracterizó al fascismo paneuropeo cuando los fascistas ocupaban el poder en Roma, Austria y Berlín.

En lo que respecta al futuro de la democracia, sin ayudas económicas, como ocurrió en el caso italiano, es más difícil reforzar las estructuras democráticas. Para impedir que el Mediterráneo y el trayecto que conduce a él se conviertan en un gran cementerio, en el desierto y en el mar, sigue siendo necesario que Europa intervenga activamente. No solo los alemanes, pero también ellos. Y es que, también en este caso, hace falta mucho dinero. La “fortaleza Europa” es una tarea de miles de millones. El éxito depende de en qué se emplee el dinero; si se gasta en las personas que se pretende impedir que emprendan viaje hacia Europa, o si va a parar en su mayor parte a las arcas y los bolsillos de los gobernantes de los países de tránsito. Es interesante que las propuestas más inteligentes de empleo de los recursos en África (un Plan Marshall para África) las haya hecho Gerd Müller, el ministro de Desarrollo de Berlín, procedente de la conservadora CSU.

El balance provisional de la crisis de julio en Berlín es que Merkel no ha asumido la retórica del “hombre fuerte” de Seehofer, y eso está bien. En lo que respecta al contenido, ha replegado parcialmente sus posiciones. Es evidente que la política alemana de los refugiados, y con ella también la europea, ha comenzado a desplazarse desde la “política de bienvenida” de Merkel hasta la inflexible filosofía del aislamiento de Orbán y Seehofer. En consecuencia, los organizadores y los activistas de la cultura de la bienvenida han sido cada vez más víctimas del acoso de la prensa, la radio y la televisión sensacionalistas, y del bombardeo de la propaganda del odio y la calumnia de los populistas de derechas. Ayudar a los refugiados se volvió impopular.

El periódico berlinés Tagesspiegel mencionaba un detalle significativo que describe muy bien este cambio de estado de ánimo de la opinión pública: “Al día siguiente del cierre del acuerdo entre la CDU y a CSU, la economía respira y la Bolsa se tranquiliza. Lo principal es que no haya crisis ni nuevas elecciones. Todo lo demás no importa”. Así que será interesante ver qué recordará pormenorizadamente Angela Merkel, la mujer que en 2015 acuñó la frase “lo conseguiremos” —el yes, we can alemán—, cuando llegue el momento. Quién ha salido ganando y quién perdiendo del gran enfrentamiento. La nueva derecha xenófoba y enemiga de la cultura que se extiende entre el Báltico, el Vístula, el Danubio, los Alpes y los Apeninos, o la Europa de la Ilustración y del Derecho, de la solidaridad y de la democracia. La respuesta aún no está clara.

 Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/07/07/opinion/1530978836_867495.html

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