Merkel ha logrado frenar la crisis desencadenada por su ministro del Interior acerca de la política migratoria. Entre agravios, amenazas e intentos de chantaje, la canciller ha sobrevivido a las intrigas de sus adversarios y enemigos internos
Angela Merkel ha superado el desafío bávaro. Ha frenado a su ministro
del Interior, entre cuyos planes figuraba que Alemania actuase por su
cuenta en la frontera bávaro-austriaca para defenderse de los
refugiados. Merkel insistió en llegar a un acuerdo con la UE y los
países vecinos. El titular de Interior, Horst Seehofer, un veterano de
la CSU y su presidente, amenazó a la canciller y a su partido con
dimitir. La situación era crítica.
No
se trataba solo de los refugiados y otros emigrantes, el objetivo era
la propia canciller. La dirección de la CSU, así como algunos miembros
del ala derecha de su partido, la CDU, querían obligar a Merkel a
dimitir. Ella lo sabía, se defendió y ganó, al menos este asalto.
Ciertamente, la canciller no tiene demasiadas ganas de verse envuelta en
más luchas de poder con los machos de Múnich —el partido bávaro está
formado casi exclusivamente por hombres—. Todavía seguirá un tiempo en
el cargo, y no será un camino de rosas. Y quién sabe cuánto va a durar
la paz social. Puede que su cuarto y último mandato sea aún más breve de
lo previsto.
Quizá Angela Merkel se anime a contarlo algún día en sus memorias.
Aunque no es el tipo de persona que se expresa con palabras abiertas y
directas, tal vez un editor hábil y un redactor con talento puedan
animarla a poner por escrito con todo detalle lo que sucedió de veras
aquel verano político de 2018 tras las puertas cerradas y en los tuits y
los mensajes de texto intercambiados entre la CDU y la CSU. Quién
agravió a quién y quién amenazó a quién. Quién intento chantajearla a
ella, a la canciller. Quién la apoyó. Cómo, a pesar de todo, sobrevivió a
las intrigas de sus adversarios y enemigos internos. ¿Qué nos enseña
todo esto sobre la política democrática?
Este verano crítico de 2018 está siendo temible, un camino al borde
del abismo. El panorama alemán de la política realista parece una
ilustración dramática del discurso internacional sobre la crisis y las
posibilidades de supervivencia de la democracia liberal. Cómo mueren las democracias,
título de un libro reciente, es el que mejor lo refleja. En todas sus
variantes, el asunto es siempre el mismo: los movimientos nacionalistas
radicales, populistas y chovinistas y su conexión ideológica con el
fascismo y el nacionalsocialismo. No hay sociedad democrática que no se
encuentre enfrentada a este posible riesgo. Los logros de los
adversarios ofensivos de los Estados de derecho liberales saltan a la
vista. Allí donde los antidemócratas han arraigado, han empezado a
desmantelar los derechos y las estructuras democráticas apelando a sus
mayorías. Nada que no se haya visto antes.
No obstante, también se registran fenómenos positivos, casos
excepcionales, no muchos, pero importantes. Entre ellos se encuentra la
península Ibérica, que ahora Europa central contempla con envida. En el
discurso liberal-progresista, Portugal, y recientemente España,
desempeñan cada vez más el papel de modelos factibles de una política
reformista ilustrada. Al núcleo de las democracias aún operativas a
pesar de todos los reveses pertenecen, en particular, la Francia de
Emmanuel Macron, los países del Benelux —todavía—, incluida Holanda,
amenazada por el populismo xenófobo e islamófobo, y, con reservas, los
países escandinavos. Por supuesto, otro de los miembros destacados del
arco democrático de los Estados de derecho europeos más o menos estables
es Alemania, apenas 29 años después de la caída del Muro.
Por otra parte están Austria e Italia y los países del Grupo de
Visegrado, los ruidosos vecinos del arco democrático. Cada uno tiene sus
particularidades, sobresaliendo el curioso caso de Sebastian Kurz, cuyo
programa de gobierno contiene un extravagante cóctel de puntos, entre
ellos la prolongación de la jornada laboral, el recorte de las
prestaciones sociales y el rechazo a toda forma de “inmigración de
refugiados a nuestro sistema social”. Con respecto a esta delicadísima
cuestión, precisamente Austria, que actualmente preside la UE, aboga por
una política común de blindaje de las fronteras exteriores de la UE. En
este contexto, el canciller Kurz hizo referencia, ya antes del
conflicto entre Merkel y Seehofer, a un “eje de países dispuestos” que
atravesaría Roma, Viena y Berlín o, mejor aún, Múnich. Para los
demócratas históricamente sensibles, la declaración constituía un
problema, puesto que el eje como objetivo político ya caracterizó al fascismo paneuropeo cuando los fascistas ocupaban el poder en Roma, Austria y Berlín.
En lo que respecta al futuro de la democracia, sin ayudas económicas,
como ocurrió en el caso italiano, es más difícil reforzar las
estructuras democráticas. Para impedir que el Mediterráneo y el trayecto
que conduce a él se conviertan en un gran cementerio, en el desierto y
en el mar, sigue siendo necesario que Europa intervenga activamente. No
solo los alemanes, pero también ellos. Y es que, también en este caso,
hace falta mucho dinero. La “fortaleza Europa” es una tarea de miles de
millones. El éxito depende de en qué se emplee el dinero; si se gasta en
las personas que se pretende impedir que emprendan viaje hacia Europa, o
si va a parar en su mayor parte a las arcas y los bolsillos de los
gobernantes de los países de tránsito. Es interesante que las propuestas
más inteligentes de empleo de los recursos en África (un Plan Marshall
para África) las haya hecho Gerd Müller, el ministro de Desarrollo de
Berlín, procedente de la conservadora CSU.
El balance provisional de la crisis de julio en Berlín es que Merkel
no ha asumido la retórica del “hombre fuerte” de Seehofer, y eso está
bien. En lo que respecta al contenido, ha replegado parcialmente sus
posiciones. Es evidente que la política alemana de los refugiados, y con
ella también la europea, ha comenzado a desplazarse desde la “política
de bienvenida” de Merkel hasta la inflexible filosofía del aislamiento
de Orbán y Seehofer. En consecuencia, los organizadores y los activistas
de la cultura de la bienvenida han sido cada vez más víctimas del acoso
de la prensa, la radio y la televisión sensacionalistas, y del
bombardeo de la propaganda del odio y la calumnia de los populistas de
derechas. Ayudar a los refugiados se volvió impopular.
El periódico berlinés Tagesspiegel mencionaba un detalle
significativo que describe muy bien este cambio de estado de ánimo de la
opinión pública: “Al día siguiente del cierre del acuerdo entre la CDU y
a CSU, la economía respira y la Bolsa se tranquiliza. Lo principal es
que no haya crisis ni nuevas elecciones. Todo lo demás no importa”. Así
que será interesante ver qué recordará pormenorizadamente Angela Merkel,
la mujer que en 2015 acuñó la frase “lo conseguiremos” —el yes, we can
alemán—, cuando llegue el momento. Quién ha salido ganando y quién
perdiendo del gran enfrentamiento. La nueva derecha xenófoba y enemiga
de la cultura que se extiende entre el Báltico, el Vístula, el Danubio,
los Alpes y los Apeninos, o la Europa de la Ilustración y del Derecho,
de la solidaridad y de la democracia. La respuesta aún no está clara.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/07/07/opinion/1530978836_867495.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario