jueves, 24 de enero de 2019

Los faros de la familia Stevenson



El faro de Bell Rock. J. M. William Turner
...
   No creo que pudiera sentirme en casa en este lugar jamás, a pesar de lo mucho que mi padre amaba Escocia y de nuestras visitas de infancia a esta tierra. El mar del Norte ruge a lo largo de sus playas vírgenes; no podría ser amigo de estas olas. No están hechas a escala humana; son indómitas, bárbaras y brutales. No son un lugar de reposo o de vacaciones. Aquí no hay bálsamo, sino la oferta de más daños. Los faros que las guardan como centinelas, construidos por la familia Stevenson, son testigos de ello.
   En una extraordinaria gesta de ingeniería, los Stevenson se propusieron desafiar al mar. Entre 1807 y 1810, Robert Stevenson construyó en Bell Rock un faro de treinta y cinco metros de altura, uno de la docena que levantaría a lo largo de la costa de Escocia, y encargó a Turner que conmemorara el dominio humano de los océanos y, quizá, de sus animales; cuando Robert llevó a sir Walter Scott a visitar la zona, el célebre autor mencionó la presencia de "varias focas, que podríamos haber matado, pero, debido a las dudosas circunstancias del desembarco, preferimos no llevar armas". Entre 1838 y 1844, el hijo de Robert, Alan, trabajó duro para erigir el faro más alto de Escocia en Skerryvore, un remoto arrecife de las Hébridas. Usó trescientas cargas de dinamita para excavar un agujero en la roca; la torre de cuarenta y siete metros y medio que construyó, que se yergue esbelta y curvada, fue calificada por su sobrino, Robert Louis Stevenson, como "el más noble de todos los faros de alta mar".
   Estas respuestas fabricadas por el hombre eran tan ingeniosas como fútiles. En 1849, Alan Stevenson construyó el faro de Covesea Skerries, de nombre evocador, frente a la costa de Nairn; lo siguieron en la tradición familiar sus hermanos David y Thomas, padre de Robert Louis. Entre los tres, construyeron en 1854 el faro de Whalsay Skerries, así como otros treinta más. Pero, a diferencia de sus hermanos, Thomas Stevenson estaba fascinado por las cualidades del adversario contra el que le había tocado combatir. Las olas eran su obsesión: las fuerzas que determinaban qué construía lo perseguían en sueños.
   Parece que Thomas consideraba sobrenatural el poder de las olas; su hijo vio cierta melancolía en su padre. Thomas las medía, estimaba su altura, longitud y volumen con una pértiga y un dinamómetro, y pedía a los fareros que registraran la velocidad del viento, la altura a la que llegaba la espuma y la presión del agua por pie cuadrado. El mar se convirtió en un laboratorio para sus ideas. Incluso intentó pesar las olas y publicó sus conclusiones en la prestigiosa revista de la Royal Society de Edimburgo. Pero sus estudios de las olas fueron meramente descriptivos. No fue capaz de reducir su agitación a una comprensión científica lo bastante sólida como para hacer predicciones. Dicho con sencillez: el mar estaba fuera de su alcance y de la ciencia.
   Esa misma sensación de tensión e intangibilidad se manifestaría en la obra de Robert Louis Stevenson, quien reemplazó las preocupaciones técnicas que causaron tanta ansiedad a su padre, por otras de cariz metafísico. Siguiendo la costa, en North Berwick, Robert contemplaba Bass Rock, cuyo faro sería construido por su primo David; puede que se inspirara en las islas del fiordo de Forth para su isla del tesoro. Stevenson admiraba a Melville y fue, a su vez, admirado por Jack London, quien le citó en Martin Eden y visitó su tumba en Samoa. Fue el vasto mar que se extendía desde Escocia al Pacífico Sur lo que proporcionó a Stevenson su inspiración.
   En su juventud, durante una visita a una obra en compañía de su padre, Robert se enfundó un traje de buzo y, ataviado con latón, lona impermeabilizada y botas de plomo, se sumergió bajo las olas. "Era como un hombre cataléptico", escribió sobre su descenso a la penumbra del mar. "Cuando miraba hacia arriba, veía un cielo verde moteado con cascabeles blancos que aparecían y desaparecían; al mirar en derredor [...] nada, excepto un fulgor verde, un tanto opaco pero tranquilizador y delicioso". Al regresar a la superficie, "emergí de súbito en una gloriosa luz rosada, casi sanguínea. El inmenso mar se había vuelto carmesí, el cielo sobre nuestras cabezas era una cúpula enrojecida". fue una especie de renacer, una reversión de la muerte de Billy Budd. En El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, una de las pocas historias no ambientadas en el mar, escrita en 1885, más o menos cuando Melville escribía sobre su bello marinero, Stevenson describe otro descenso: el del buen doctor que se convierte en malvado de un modo que recuerda la crisis de su padre cuando intentaba explicar el significado de las olas y las observaciones de Darwin sobre la ascendencia del ser humano. Para el doctor Jekyll, la "angustiosa matriz de la conciencia" es "una maldición para la humanidad"; solo se acentúa "la temblorosa inmaterialidad, la condición efímera como la neblina de este cuerpo en apariencia tan sólido con que nos ataviamos".
   Stevenson no escribió su libro en las calles de Edimburgo que lo habían inspirado, ni en las rocosas islas de North Berwick, sino en su casa de campo de Bournemouth, construida sobre acantilados más tranquilos y arenosos y que bautizó como Skerryvore. Enfermo de la tuberculosis que había propiciado su migración al sur, se encontraba encerrado; estaba demasiado débil para salir de casa, o sus admiradores, que lo perseguían por todas partes, lo acosaban de tal modo que no podía dar una vuelta y disfrutar del aire que lo había llevado allí. Como Joseph Conrad, Stevenson vio oscuridad y dominio en el mar imperial. Escaparía a los mares del Sur, a sus aguas claras y cálidas, lejos de las construcciones erigidas por su familia, los faros con sus luces siempre ardientes, siempre girando, avisando de obstáculos invisibles y de los peligros de abandonar la tierra.

El alma del mar
Philip Hoare

No hay comentarios:

Publicar un comentario