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El profeta. Un enviado. Elvis fue el enviado para sacar a una generación de la oscuridad. Son palabras del escritor Nik Cohn. Afirmaciones cargadas de sentido, que se pueden compartir, pero no es fácil entender si se ha crecido en una época en la que la música es como el agua del grifo. Sobre todo porque cada vez queda menos gente que pueda transmitir lo que sintió al escucharlo por primera vez cuando no existía nada semejante. Algo que se nota incluso en el precio de sus reliquias, según Diego Manrique, al morir los coleccionistas su tesoros vuelven al mercado y este se satura. El culto a Elvis también ha iniciado su declive, como el artista.
Elvis no fue 
padre del rock and roll, pero fue su gran intérprete. Sobre todo por un 
detalle, presentó una anomalía. Se saltó las normas de segregación. Iba 
desde niño a escuchar la música de los negros. Solo se puede decir en su
 contra que no tenía mucho que perder, su familia era pura white trash,
 pobre de solemnidad. Pero sin él hubiera tenido que ser otro quien 
popularizara el rhythm and blues más allá de la etiqueta racial. Era su 
principal influencia, junto al blues y al góspel, y dándole su toque 
personal, y siendo blanco, ocasionó una explosión que cambió la música 
popular para siempre. 
El martes pasado habría cumplido 84 años. Quien quiera celebrarlo, tiene una buena oportunidad de hacerlo con Elvis Presley: The Searcher, el documental estrenado el año pasado por Thom Zimny
 en HBO. Un minucioso repaso a toda su trayectoria de más de tres horas 
en la que los testimonios no interrumpen imágenes constantes de la época
 del cantante. 
En la 
primera parte, el valor del documental reside en comprobar cómo Elvis no
 era un vulgar imitador, sino que aportó su personalidad a la enseñanza 
de maestros como Ray Charles, Big Joe Turner o BB King. Por otro lado, no fue un abanderado del antirracismo con el puño levantado, pero revela Zimny que cuando asesinaron a Martin Luther King, dijo: "Él siempre decía la verdad". 
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Su aparición fulgurante pronto cayó en las garras del mercado. Su manager, o apoderado prácticamente, "Coronel" Parker,
 era un empresario de origen holandés exprimió al chaval, como es 
habitual, sin tener en cuenta la música. El objetivo era vender y eso 
amargó al artista. Sabía que las composiciones que le estaban pasando no
 eran auténticas, eran canciones condescendientes y confortables.
Al mismo tiempo forzó el marketing para 
que Elvis diera la imagen de joven poco problemático que cumplía con la 
patria y no era rebelde nada más que sobre el escenario. Una 
instrumentalización de su figura, no orientada a ningún fin político, 
pero sí a acceder a más capas de mercado. 
De
 su publicitada mili al menos lo que sacó bueno fue que se aficionó a la
 canción italiana, un género que tendría gran influencia en el doo-wop 
blanco de la costa este, que también configuraría fuertemente el pop de 
los 60. Pero desgraciadamente, en esos años Elvis abandonó las giras y 
centró su carrera en el cine, en Hollywood, donde entró como parte de 
una cadena de montaje, le pusieron por delante películas comerciales en 
busca del máximo beneficio. 
Parker
 llegó a manipularle hasta tal punto que, cuando Elvis quería salir a 
hacer una gira por el extranjero, le engañó y le decía que no se podía. 
Pero eran motivos personales de su manager. Parker no podía abandonar el
 país porque no era ciudadano americano, temía que se supiera a su 
regreso cuando le pararan en la frontera. Por eso se inventó lo del 
concierto por satélite retransmitido a la vez en todo el mundo, para 
tenerlo atado en corto. Él quería conocer a públicos de todo el mundo y 
no pudo. Por eso llegó un momento en el que fue superado por la época. 
No era un creador, como Bob Dylan o los Beatles, lo suyo era simplemente
 interpretar. Era un cantante, sin más. Por conformismo o porque le 
cortaron las alas habría que debatirlo. 
Zimny
 cree que la obsesión del cantante era la de seguir creciendo como 
artista. Llegó a plantearse sus shows como una muestra de toda la música
 americana, una experiencia estadounidense, un país unido del que él era
 el rey. Sin embargo, preguntado por si era fácil llevar a cuestas 
tamaña leyenda, contestó a un periodista: "Es muy difícil estar a la 
altura del icono".
Los problemas con su manager y el 
encorsetamiento al que era sometido le frustraron al mismo tiempo que 
las giras americanas le iban extenuando. En esa fase recurrió a las 
pastillas e inició un declive total. No podía encadenar demasiados 
conciertos y tomaba estimulantes para salir a escena y calmantes para 
relajarse después del show. 
En
 1974 dio 158 conciertos. En 1975, 108. En 1976, 129. Murió en el 77. 
Cohn escribió que, aunque triunfase en cada pase, volvía a casa 
"derrotado espiritualmente". Sin su querida madre al lado, separado de 
su mujer e hija, también perdió el contacto con su padre y en la 
soledad, aislado, es cuando empezó a consumir pastillas ya sin control 
alguno. 
Siempre han 
circulado vídeos entre los coleccionistas tanto de sus años dorados como
 de sus errores y olvido de la letra en los peores momentos. Era 
horrible verlo actuar, daba pena. Hay quien prefería que hubiesen 
cancelado el concierto antes que tenerlo enfrente en ese estado. 
En
 la grabación de su último disco, en la que acudía al estudio por 
sorpresa, tanto a las dos de la mañana como cuando creyese conveniente, 
eligió canciones que mostraban su estado de ánimo. El de un hombre que 
lo ha conquistado absolutamente todo y, sin embargo, está solo y 
amargado. El tópico, sí, pero el estereotipo a escala del mito de Elvis 
Presley. 
 
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