Francia Márquez, durante un acto en Barcelona. / fotos de Arianna Giménez Beltrán |
Esto también es Colombia: la ganadora del Premio Goldman
-conocido como el Nobel Ambiental-, mujer afro y descendiente de
personas esclavizadas, comparte experiencias con la comunidad colombiana
en la diáspora, en Barcelona. Escuchan en silencio. Francia Márquez Mina,
lideresa social y defensora incansable de los derechos humanos y
medioambientales, es ejemplo de lucha, pero también del precio que ésta
tiene en su país: el desplazamiento forzado o la muerte.
Márquez ha sido galardonada con este premio por su lucha contra la minería ilegal en Colombia. La hondureña Berta Cáceres y el mexicano Isidro Baldenegro también recibieron este reconocimiento por su lucha contra el proyecto hidroeléctrico de Agua Zarca y la tala irregular en la Sierra Madre Occidental (México), respectivamente. Ambos han sido asesinados.
—¿Por qué quieren acabar con ustedes? ¿Quién está detrás de esta matanza?
—A mis ancestras las esclavizaron por un
modelo económico de desarrollo. Si hablamos de comercio internacional,
la primera comercialización que hubo fue la de personas. Les
cosificaron, quitándoles su don de seres humanos y les volvieron cosas.
Hoy existe el mismo modelo, pero basado en una economía extractivista
que saca recursos naturales de los territorios donde vivimos. Ya no
pueden volvernos cosas, pero nos desechan igual. Para nosotros, estos
territorios no son fuente de riqueza acumulativa sino de vida para las
próximas generaciones y nos oponemos a la entrada de las multinacionales y a su saqueo. Por eso nos matan. En Colombia no están matando a la gente porque sí, sino porque defienden los derechos humanos y dentro de éstos, los colectivos.
A la alimentación, a un ambiente sano, al agua. A vivir tranquilos.
Matan o desplazan a la gente porque se enfrenta a un modelo económico de
muerte -la minería, por ejemplo- que, si uno mira, es el mismo modelo
económico histórico. Punto. A mí me han declarado objetivo militar por
oponerme a la entrada de multinacionales en mi territorio. Nosotros
hemos estado allí desde 1636, cuando llevaron a nuestros ancestros de
África y, ahora, que hemos hecho comunidad y establecido relaciones en
el lugar, somos un obstáculo para el desarrollo. Europa y el mundo tiene
que replantearse su forma de vida. La gente tiene que dejar de consumir
tanto y saber que sus privilegios son a costa del sufrimiento de muchos
pueblos como el nuestro. Lo que hoy está pasando con la migración
africana no es gratis: a África la han saqueado y violentado. Y, si no,
uno puede preguntar ¿de dónde llegan las armas a África que ponen a la
gente a matarse? ¿Cuáles son las industrias que las mueven para que la
gente se mate? ¿Cuáles saquean y ponen a la gente a aguantar física hambre? Estos países que dicen ser desarrollados tienen que cambiar su lógica de ver la vida, porque de lo contrario nosotros seguiremos poniendo los muertos y ellos gozando de sus privilegios que, a veces, ni se dan cuenta que tienen.
— No es la primera vez que Europa comete un
genocidio en nombre del desarrollo. Usted dice que el conflicto en
Colombia no solo es cuestión de estos últimos 60 años, sino que debemos
remontarnos a la época en la que los españoles invadieron América
Latina.
— Este conflicto se ha degradado, pero no se
puede separar del conflicto histórico. Para el pueblo afrodescendiente,
el conflicto no empezó hace 60 años. Desde la colonización, cuando nos
trajeron de África a América, hemos estado en medio de la violencia. La
invasión de América por España y Europa, de alguna manera, generó las
condiciones para que luego la gente se levantara en armas: la
concentración de la tierra, la desigualdad, el racismo estructural…
esas situaciones no son de ahora, empezaron durante la época colonial.
Se hacen estadísticas de los líderes que están muriendo este año,
olvidando los de los años anteriores. Eso me parece terrible. Se va
olvidando esa memoria. Ha pasado lo mismo con la violencia histórica: la
violencia que importa es la de hace 60 años, pero la violencia que
vivimos como pueblos étnicos, afrocolombianos e indígenas, no.
Ahora se habla de reparación a las víctimas del conflicto armado pero,
como pueblo afrodescendiente y pueblo indígena ¿cómo va a ser la
reparación?
— ¿Cómo tiene que ser esta reparación?
El primer paso es que estos países no sigan saqueando
nuestros pueblos. Mostrar una fe de reparación implica, por lo menos,
dejar de destruir los territorios. Son las presiones económicas que
están matando a la gente. Yo no estoy pensando en una reparación
económica simplemente para que me den plata y ya. La reparación tiene
que llevarnos a dignificar nuestro ser, porque nos quitaron ese ser de
humanos. Tiene que ser la dignidad humana y la vida digna, permitirnos
vivir en condiciones dignas en los territorios a los que hemos llegado.
Una reparación real tiene que permitirnos vivir en libertad como pueblos
afrodescendientes, como pueblos indígenas. Permitirnos ejercer nuestra
propia democracia y no una democracia impuesta basada en el discurso del
desarrollo.
Francia Márquez posa al finalizar la entrevista. / Foto: Arianna Giménez Beltrán |
— Empezó su activismo con apenas 15 años, para
defender el río Ovejas. Consiguieron que el Gobierno de entonces no
desviara el río hacia la presa de Salvajina, lo que hubiera supuesto un
gran impacto para la gente y el medioambiente. ¿Qué la llevó a decir
“hasta aquí”?
— Nosotros disfrutábamos mucho del río. Era
todo para nosotros y, de un momento a otro, se había construido una
represa. Unión Fenosa, una empresa española, era la dueña del embalse y quería desviar el río
a otra represa, la Salvajina, para aumentar su capacidad productiva. La
comunidad se opuso y yo me hice parte de esa lucha. Salvajina ya nos
había generado muchos impactos ambientales, culturales, económicos, de
salud…y la gente dijo no. Así de sencillo. Hacíamos obras de teatro
durante las reuniones y allí fui formándome, reconociéndome como una
mujer afrodescendiente. Me fui empoderando y metiendo en los procesos
organizativos y comunitarios. En 2014, un grupo de mujeres
nos movilizamos para denunciar cómo la minería ilegal estaba
destruyendo el territorio, igual que la minería inconstitucional
[Márquez a menudo se refiere a la minería con este término], entendida
como aquella que el Gobierno ha promovido sin consulta previa durante el
conflicto armado, concediendo derechos a terceros y negando nuestros
derechos ancestrales sobre el territorio. Inicialmente salimos 15
mujeres y llegamos a Bogotá 80. Nos constituimos en la Movilización de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales.
Como mujeres, usamos nuestro amor maternal para así, igual que cuidamos
a nuestros hijos, sacar nuestro amor para cuidar nuestro territorio
para las próximas generaciones. Hoy soy parte del Proceso de Comunidades Negras
nacional, que es una de las organizaciones más grandes del país y que
ayudó a hacer la Ley 70 del 93, empujando el derecho a la consulta y al
consentimiento previo, libre e informado que tenemos como pueblo
afrodescendiente cada vez que un proyecto o una ley nos vaya a afectar.
— La lucha de 2014 le valió amenazas de muerte y
tuvo que abandonar su tierra. Imagino que es imposible resumir o
explicar en palabras lo efectos psicológicos o afectivos que usted ha
sufrido por este desplazamiento…
— Son muchos: esto te cambia la vida. Uno
termina dejando a veces de ser feliz, de vivir los sueños que tiene.
Como persona, uno termina poniendo todo a la lucha. Cuando salí
desplazada sentí que el mundo se me venía encima, que mi vida ya no
tenía sentido y que todo se me estaba acabando. Tenía que seguir
luchando por mis dos hijos y por una comunidad que también estaba en
riesgo. No es un trabajo individual de Francia, es un trabajo colectivo
que ha pasado de generación en generación. A veces he tenido
frustraciones y pensar que no es posible, pero ha habido momentos en que
me ha llegado mucha inspiración que me dice: “Sí, hay que seguir”.
Tener esperanza ha sido importante para mí. Yo amo la lucha. Creo en la
justicia para la humanidad, el territorio y el planeta. Apelo a la
necesidad de aplicarla y luchar por ella. Como seres humanos hemos sido
muy egoístas. Destruimos el planeta: nuestra casa. Toca que repensemos
todo esto.
— Muchos colombianos y colombianas que se
encuentran en la diáspora también sufren efectos psicológicos y
afectivos muy fuertes –sobretodo los considerados en plano institucional
como ilegales–. Estos días en Barcelona, usted ha podido hablar con
algunas de ellas y de ellos. ¿Cómo se pueden tejer redes con tanta
distancia de por medio?
— Hay que trabajar en la educación para la
libertad, la autonomía y la vida porque la de hoy es la educación para
la muerte. ¿Cuánta gente estudia para ponerse al servicio de la muerte,
de las multinacionales, violentando el derecho de las comunidades?
También discutimos sobre las situaciones económicas de la gente: cómo
repensar alternativas al desarrollo que permitan otras economías. Salió
una estrategia de articulación inicial, de empezar, al menos, a
comunicarnos.
— Como desplazada por el conflicto armado, fue
invitada a La Habana para dialogar con los negociadores del Gobierno de
Juan Manuel Santos y de las FARC. Actualmente, pertenece al Consejo
Nacional de Paz y Convivencia que se encarga de velar por la
reconciliación en el país. Con casi 400 líderes y lideresas sociales
asesinadas en los dos últimos años, ¿qué está fallando de acuerdos?
—La paz no ha llegado a los territorios donde
había violencia. Hay que tener muy claro que los acuerdos de La Habana
se firman para la dejación del conflicto armado como un paso muy
importante para la paz, pero que no son la paz en sí. La paz implica
transformaciones sociales, cerrar las brechas de inequidad y
desigualdad, acabar con el racismo estructural. Implica terminar con ese
modelo de muerte que hizo que personas se levantaran en armas. Si no se acaba con las razones por las cuales se generó el conflicto armado, difícilmente vamos a lograr un proceso de paz. Ahora, hay una mesa de diálogo con el ELN (Ejército de liberación Nacional) que no avanza, porque el nuevo Gobierno, bien de ultraderecha, se opuso. Ganó el Gobierno que dijo ‘no’ a la paz
y está echando para atrás todos los acuerdos. ¿Esto qué significa? El
recrudecimiento de la violencia en los territorios. Es muy preocupante
porque, sobre todo a nivel internacional, se vende como que no, en
Colombia ya se hizo un acuerdo de paz y ya todo está bien y la paz no es un papel.
La paz son acciones de transformación de esas situaciones de violencia,
de las situaciones que generaron la violencia. Estuve en el Parlamento Vasco hablando de esto
con su presidenta y estaba como “¿en serio? ¿Colombia no está en paz?
¿Yo pensaba que ustedes ya estaban en paz?” [exagera el tono pero no es
de burla, más bien de sorpresa]. Me pareció muy ridículo porque la paz no se hace con la firma de un acuerdo, la paz implica acciones concretas. Y esas acciones son las que este Gobierno nuevo está echando para atrás.
— Si los acuerdos no garantizan la paz en los
territorios ni el cese de la violencia sobre las comunidades, ¿quién
garantiza la vida de estas personas?
— Ustedes tienen que ayudar a que el Gobierno
asuma la implementación de los acuerdos y genere condiciones de
transformación que permitan avanzar hacia una paz real. Necesitamos una
paz para vivir tranquilos, no para seguir generando empobrecimiento de
la gente y despojo de las tierras. La comunidad internacional puede
jugar un papel importante: en cómo la paz se consolida en la justicia
social y en garantías reales para las comunidades. Y sostener los
acuerdos de La Habana es importante: que no haya un actor armado dándose plomo en nuestros territorios es un avance muy importante.
España también forma parte de este despiste y
silencio internacional al que apunta Márquez. Desde su llegada a la Casa
Nariño en agosto, dos representantes políticos tan distantes -al menos
en apariencia- como Pedro Sánchez y José María Aznar han visitado al
nuevo presidente colombiano Iván Duque. Ambos ven en él un garante para
la paz. Nada más lejos de la realidad. Desde su llegada, los asesinatos a
lideresas y líderes sociales se han disparado (sobre todo en el Cauca, territorio de donde ella viene) y su mentor, Álvaro Uribe, lideró la campaña por el no a los acuerdos en 2016. A Uribe se le relaciona desde hace tiempo con el paramilitarismo, el narcotráfico, los asesinatos selectivos, los falsos positivos y la corrupción. Las pasadas elecciones presidenciales en Colombia,
las primeras después de la firma de los acuerdos, han supuesto la
vuelta del uribismo al poder. También la participación de Márquez por
primera vez en la política institucional. Dice que nunca ha creído mucho
en ella y que no tenía interés en convertirse en “una politiquera”. Lo
hizo de la mano del partido Colombia Humana, con Gustavo Petro.
— Muchos se ilusionaron con Colombia Humana, pero
el cambio no fue posible. Aún así algo se ha movido en la sociedad
colombiana. ¿Se ha plantado una semilla en estos últimos meses?
— Sí, sin duda. Yo creo que se está generando un cambio.
Nunca antes un Gobierno progresista había sacado más de tres millones
de votos en Colombia. La derecha siempre había sacado muchos votos y
siempre había estado ahí. Esta vez le tocó usar muchas mentiras y
engaños [durante su campaña, se acusó al Centro Democrático de lanzar fakenews]. Sin embargo, yo creo que la gente no está comiendo cuento.
Hay un movimiento que está pensando en una alternativa al desarrollo,
luchando por el medio ambiente, por unas condiciones dignas, frente a
esas situaciones de inequidad que ha generado una diligencia política
que ha estado allí por 200 y pico de años. Colombia Humana perdió, pero
hay un movimiento político y alternativo que está creciendo. El uribismo
también se valió de una ignorancia política que han sembrado por muchos
años para que la gente no piense en un cambio. Ese cambio va a llegar.
— Durante los años de esclavitud, sus ancestras
dibujaban con tropas -trenzas delgadas pegadas al cuero cabelludo- mapas
que mostraban cómo escapar de las haciendas esclavistas. Eran los mapas de fuga, un código oculto que permitía huir a los esclavos. ¿Cómo dibujaría usted el mapa de fuga hoy en Colombia?
— No creo que hoy haya un mapa de fuga. Al contrario: estamos haciendo resistencia para permanecer en los territorios.
El territorio es esencial para hacer comunidad afrocolombiana. Hacemos
parte de Colombia. Hemos construido y apostado por este país y lo único
que queremos es vivir dignamente y tranquilos de una vez, pero el racismo
estructural no lo permite. Estamos resistiendo con toda la fuerza para
que nos permitan ejercer gobierno propio, autonomía y pensar en el buen
vivir. A veces poniendo el cuerpo. A veces, el alma y el espíritu. Nos
posicionamos en un espacio que no fue regalado, que le costó a las
ancestras y ancestros muchos años de sufrimiento y de trabajo. En ese
sentido, seguimos pariendo la libertad de nuestro pueblo.
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