domingo, 17 de julio de 2016

…y nos apoderamos del viento

Un dhow surca el Océano Índico en la actualidad. Por estas mismas aguas, las del Golfo Pérsico y las de Egipto comenzaron a navegar los primeros navíos a vela conocidos hace unos 8.000 años. Eran embarcaciones de papiro atado, con un mástil simple y vela cuadrada. Las velas triangulares como esta no aparecerían hasta bastante después.
Origen: Wikimedia Commons, dominio público
 No sabemos quién ni cuándo se hizo al mar por primera vez con el viento soplando en su velamen. Claro, que tampoco tenemos muy claro quién ni cuándo se hizo al mar por primera vez, punto. De algún modo alguien –ignoramos si un homo sapiens como nosotros (aunque con un aspecto y un comportarse algo más bruto), u otro primo nuestro, pero alguien– tuvo que llegar a Creta hace unos 130.000 años para perder unas herramientas de tecnología achelense por la parte de Plakias, donde ahora los turistas se tuestan al sol tras viajar tranquilamente en uno de esos navíos del aire que decimos aviones.

Si quieres llegar a Creta desde la actual Grecia, por Citera y Anticitera, hay que cruzar al menos dos estrechos de unos treinta kilómetros que jamás estuvieron emergidos en tiempos homínidos. Intentándolo desde lo que hoy llamamos Turquía, por Rodas y Cárpatos, los tramos mínimos a navegar aumentan hasta los cincuenta kilómetros. Cualquier otra combinación saltando entre islas e islotes del Egeo los supera. O aquellos tipos nadaban de lujo o tuvieron que utilizar alguna clase de navío, seguramente algo más marinero que un mero cacho de tronco echado al mar.

Más todavía: si eran sapiens, no pudieron llegar ni desde Grecia, ni desde Turquía, ni desde ningún otro punto de Europa. Más que nada porque hace 130.000 años todavía éramos una especie casi exclusivamente africana que apenas andaba tanteando titubeantemente las fronteras exteriores en el Oriente Medio de los auténticos europeos, esos grandullones neandertal, antes de replegarnos al interior de África durante otros cuantos milenios. Aquí somos todos inmigrantes africanos, que sólo mucho después le arrebatamos Europa al neandertal.

Mapa del Mediterráneo Oriental con la ubicación de Plakias, Creta, por donde alguien se dejó unas herramientas achelenses hace unos 130.000 años. El camino más corto para llegar a Creta desde un continente es partiendo de la actual Grecia por las islas de Citera y Anticitera, lo que obliga a recorrer un par de brazos de mar de 30 km. El siguiente es saltando por las islas del Egeo, con tramos marítimos de hasta 50 km. Sin embargo, hace 130.000 años no había Homo sapiens por esas zonas. Lo más cerca que podíamos estar en esos momentos (y está disputado) era en la costa norteafricana, a más de 250 km en línea recta. O unos sapiens fueron capaces de recorrer más de 250 km por el Mediterráneo sin ahogarse hasta hallar una isla totalmente invisible desde su costa, o lo hizo desde Europa el neandertal.
Origen: Wikimedia Commons, dominio público.

O sea que si aquellos tipos que se olvidaron la caja de herramientas por los montes del Sur de Creta eran sapiens, tuvieron que llegar desde el Norte de África. Tal cosa implicaría surcar las aguas del Mediterráneo Oriental a lo largo de más de doscientos cincuenta kilómetros, lo que vienen siendo unas ciento cuarenta millas náuticas, sin que se los tragara el mar. Esto exigiría o mucha suerte o un conocimiento primitivo pero relativamente sofisticado de las técnicas marineras. En suma: o nuestros recontraretatarabuelos sapiens arcaicos fueron capaces de recorrer una distancia asombrosa entre África y Creta, quizá con alguna especie de balsa o cayuco, o el primo neandertal también sabía navegar. Existen indicios de que neandertal cazaba mamíferos marinos por la zona de Gibraltar, ¡y sin broncas con ninguna patrullera!

Esto es curioso: ahí frente al Cabo de la Nao está Ibiza, a unas cincuenta millas, a menudo visible desde los riscos del continente. Sin embargo, no nos consta que ningún prójimo se acercara a ver si ya habían abierto Pachá hasta la Edad del Bronce o por ahí. Mientras tanto, allá bien adentro de la Edad de Piedra alguien se dio una vuelta por Creta, totalmente ignota e invisible desde los continentes circundantes. Hay que ir saltando de isla en isla para descubrirla, o verse arrastrado por alguna corriente afortunada –o desafortunada, vete a saber qué se hizo de esa gente; no parece que perduraran allí–. Quizá la cosa fuese por barrios. Por cierto, que lo del barrio británico no tiene mérito: aunque ocupado como mínimo desde el Paleolítico medio, Gran Bretaña fue una península de Europa hasta mucho después del Último Máximo Glacial y siempre se pudo cruzar a pie, sin campos de infelices frente al muy reciente Canal de la Mancha ni nada.

La embarcación más antigua recuperada hasta el momento: la "canoa" de Pesse, un cayuco de pino con 298 cm de eslora y 10.000 años de antigüedad hallado en Holanda en 1955, durante la construcción de la autopista A28 Utrecht-Groningen por lo que en aquellos tiempos debía ser un terreno costero de marismas deltaicas. Los habitantes del sector eran pobladores mesolíticos de baja tecnología incluso para su época sin ningún grado de urbanización, que estaban aún reocupando el territorio tras el Último Máximo Glacial. La primera agricultura no aparecería en el área hasta casi tres milenios después.
Origen: Drents Museum, Assen, Países Bajos.
 El navío más antiguo que han recuperado los arqueólogos anduvo por esa zona, en lo que hoy llamamos Holanda. O los Países Bajos, si nos ponemos exquisitos. Es un cayuco conocido como la canoa de Pesse, con unos tres metros de eslora y 44 centímetros de manga, labrado a partir de un solo tronco de pino silvestre hace diez mil años o poco menos. Un milenio más reciente es una embarcación de papiro atado hallada en el actual Kuwait. Apenas otro milenio después, hace unos 8.000 años, se comenzó a navegar en cantidad por los ríos y costas de Sumeria, Egipto y el Océano Índico. Y de esa misma época, unos siglos arriba o abajo, datan las primeras evidencias claras del uso de velas para impulsarse. Los más concluyentes son los restos arqueológicos de estas embarcaciones de papiro mesopotámicas provistas con mástiles para sujetar un velamen, datados del periodo Ubaid-3, oséase hace entre 6.000 y 6.500 años. Algo más tarde, en los tiempos dorados de la Civilización del Valle del Indo, la navegación comercial a vela con Mesopotamia estaba firmemente establecida y fue importante para el desarrollo de ambas culturas. 

Ignoramos si a alguien se le ocurrió la idea antes. Desde que una mente pensante secó al viento una piel, una pieza de ropa o cualquier otra cosa por el estilo, tuvo que observar que el viento le imprimía una fuerza impulsora. Y sabemos que empezamos a usar ropas hace al menos cien mil años, gracias a los piojos. Sí, de los piojos, y específicamente del piojo corporal (Pediculus humanus humanus), que según los estudios genéticos evolucionó a partir del piojo de la cabeza (Pediculus humanus capitis) y se especializó en vivir en la ropa. Por cierto, que a diferencia del piojo de la cabeza y de ese otro tan desagradable que llamamos ladillas, con los que llevamos conviviendo desde que aparecimos y no pueden hacernos mucho más daño que incordiar, ese nuevo piojo corporal al que no estábamos adaptados resultó ser un vector primario para la fiebre recurrente epidémica, la fiebre de las trincheras y el tifus exantemático. Quizá, después de todo, eso de vestirnos no fue tan buena idea.

El caso es que según estos estudios genéticos, el piojo corporal se diferenció del de la cabeza adaptándose a la ropa hace en torno a 107.000 años. Al menos durante todo ese tiempo tenemos experiencia manipulando primero pieles y después tejidos y telas. Si en cien milenios nadie con un kilo largo de cerebro inteligente dedujo que sujetar uno de esos harapos a su balsa o cayuco le aplicaría la misma fuerza que cuando lo secaba al viento, pues así será, pero tampoco es imposible que sucediera y no nos haya quedado rastro. El caso es que para cuando empezaron a asomar las primeras grandes civilizaciones, incontables veleritos llevaban ya una buena temporada surcando el Golfo Pérsico, las costas del Mar Arábigo y puede que más allá.

La máquina vela.
La diferencia conceptual entre una vela y un ala es mínima: son superficies aerodinámicas que funcionan de una manera muy parecida, con la diferencia de que el ala no se ajusta al viento y la vela sí. En esencia, ambas producen una fuerza de sustentación (L) y una resistencia aerodinámica (D) perpendicular a la dirección del viento aparente (Va) en función del ángulo de ataque (α). En el ala de un avión, fundamentalmente paralela a la superficie, la sustentación es vertical y eso hace que se eleven y vuelen; en la vela de un barco, fundamentalmente perpendicular a la superficie, la sustentación es horizontal y eso produce un empuje lateral. La resultante de sustentación y resistencia es la fuerza total (Ft). En la segunda parte veremos que en realidad la cosa es un poquito más complicada.
Origen: Wikimedia Commons, dominio público.
 Ya, ya sé que no parece una máquina. Cuando pensamos en máquinas imaginamos acero, grasa y petróleo, microchips y electricidad, cosas así. Pero la vela es una máquina, y además estupenda. El diccionario de la RAE nos cuenta que una máquina, en su primera acepción, es un “artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza.” Y la segunda dice que se trata de un “conjunto de aparatos combinados para recibir cierta forma de energía y transformarla en otra más adecuada, o para producir un efecto determinado.” No se me ocurren muchas maneras mejores de describir lo que es y hace un velamen con todos sus aparejos: tomar la energía cinética del viento y transferírsela al navío de manera controlada para aprovecharla como una fuerza de impulsión y maniobra.

Muy posiblemente las primeras velas fuesen cualquier trapo –o piel– grande más o menos sólido y regular que se pudiera atar a unos maderos fijados a la embarcación, formando así un precario aparejo. Pero esto, así a pelo, aunque fuese un gran invento, no es una ocurrencia muy buena. Te deja por completo a merced de los vientos, sin control alguno. Si les da por soplar un poco fuerte, un timón o unos remos no lo van a arreglar. Así que también seguramente desde el principio, o inmediatamente después de los primeros ahogados, descalabrados contra el acantilado más próximo o desaparecidos más allá del horizonte –tú ya sabes cómo solemos aprender las lecciones la gente humana…– debieron idear algunos dispositivos sencillos para dirigir y regular la fuerza del viento.

Por supuesto, el recurso más básico es desatar o cortar los nudos que sujetan la vela al mástil. El mero hecho de deshacerse de ella, o simplemente liberarla en parte de tal modo que deje de oponerse al paso del viento, anula esa transferencia de energía cinética y por tanto su eficacia propulsiva. Para la máquina. Lo que pasa es que eso, así a lo bestia, no es muy práctico. Es como si tu coche sólo tuviese dos modos de marcha: parado o a toda mecha. Y para todo lo demás, a empujar; en su equivalente náutico, a darle al remo.

Según sea la actitud del barco con respecto a la dirección del viento aparente (Va), que es la resultante de la dirección verdadera del viento (Vt) y la velocidad del navío (Vb), en la fuerza total predomina la sustentación o la resistencia. Cara al viento (A), aproximadamente en un ángulo de 60º, no se produce fuerza propulsiva. Con viento frontal lateral (B) y perpendicular (C), hasta los 180º, la fuerza predominante es la sustentación. Con viento en popa lateral (D), hasta los 270º, la fuerza total es una resultante de la sustentación y la resistencia. Y con viento en popa (E), la fuerza predominante es la resistencia.
Origen: Wikimedia Commons, dominio público.

Además, dado que la vela no sólo es una máquina propulsora sino también de maniobra, te quedas sin más dirección que la que puedas lograr utilizando un remo como timón, a mano. El timón pata negra no aparece hasta que lo inventaron los chinos hace unos dos mil años. O sea, cuando ya teníamos buques de más de cien metros de eslora con capacidad oceánica. Un libro del siglo III, “Cosas extrañas del Sur”, asegura que durante la dinastía Han ya había juncos con cuatro velas capaces de transportar 700 personas y 260 toneladas de carga; otro, escrito por el viajero Kang Tai, habla de juncos de siete mástiles que llegaban hasta Siria sin Canal de Suez para atajar ni nada. En la Antigüedad existió un Canal de Suez conectando el Mar Rojo con el Delta del Nilo; lo mandó construir el faraón egipcio Necao II y lo ordenó completar el rey persa Darío I hace 2.500 años, sobre la base de una multitud de pequeños canales preexistentes con recorrido general Este-Oeste que desde muy viejo facilitaban el cruce del Mar Rojo por la ruta Norte, entre las grandes ciudades del Egipto faraónico y la Península del Sinaí:
“Dijo el rey Darío: Soy persa. Partiendo de Persia, conquisté Egipto. Mandé excavar este canal desde el río llamado Nilo que fluye en Egipto hasta el mar que comienza en Persia. Cuando el canal estuvo excavado como ordené, los barcos iban de Egipto hasta Persia por él, tal como yo pretendía.”

- De una estela junto al Antiguo Canal de Suez, ca. 500 aEC.
Después de un tiempo abandonado, fue reabierto, ampliado y mejorado bajo el reinado de Ptolomeo II Filadelfo, hace 2.200 años, y permitía el “paso de dos trirremes con los remos extendidos”; un Suezmax de lo más apañadito. No obstante, cuando empezaron a llegar esos grandes juncos oceánicos chinos –que, dicho sea de paso, ya habían inventado también la brújula pero aún no la usaban para navegar– este Antiguo Canal de Suez ya se había perdido debido al retroceso de las costas del Mar Rojo, la acumulación de limos del Nilo y la reducción del caudal en el lado oriental de su Delta. Así que si el viajero Kang Tai nos cuenta la verdad –y sin duda había abundante tránsito de personas y mercancías entre Asia y el Mediterráneo, aunque normalmente circulaban por la Ruta de la Seda–, esos juncos de los Han tenían que dar toda la vuelta por Sudáfrica y Gibraltar: al menos 16.000 millas de viaje, siguiendo más o menos la costa, milenio y medio antes de las grandes expediciones europeas.

El Canal de los Faraones, Canal de Neco, Canal de Darío o Canal de Ptolomeo II unió el Mar Rojo con el Mediterráneo al menos dos milenios antes de que Lesseps gestionara la construcción del moderno Canal de Suez. El canal antiguo aprovechaba que las costas del Mar Rojo llegaban hasta mucho más al Norte que ahora, la presencia de los Lagos Amargos y varios uadis y una antiquísima trama de canales menores con una direccion general Este-Oeste; al unirlos y ampliarlos, permitió el paso de embarcaciones importantes entre ambos mares. Sin embargo, para cuando los grandes juncos oceánicos chinos quisieron llegar, llevaba ya muchos siglos cegado.
Origen: Wikimedia Commons, dominio público.
Pero no adelantemos acontecimientos. Decíamos que la vela es una máquina, y ahora te añado que además es una máquina compleja. Aunque se pueda idealizar dibujando un cuadradito y una flechita perpendicular que represente al viento, sobre un velamen actúan numerosas fuerzas que van desde el mero empuje hasta la sustentación aerodinámica. De hecho, tan pronto como el viento hincha tus velas y les sale barriga, eso que los anglos llaman draught y por aquí solemos traducir como profundidad, se convierte en un perfil aerodinámico (airfoil) que mucho después nos permitiría crear alas y palas de hélices y turbinas para hacer helicópteros y aviones. Los veleritos de papiro atado que se hacían al Golfo Pérsico hace ochenta siglos y los gigantescos Airbus A380 que lo sobrevuelan hoy con escala en Dubái se originan en la misma tecnología: la que nos enseñaron las velas. Ahora enseguidita, en la segunda parte, lo vamos a aprender por aquí también.

Los trirremes y sus sucesores fueron los grandes buques militares de las civilizaciones clásicas que les permitieron dominar el Mediterráneo. Como es sabido, utilizaban una combinación de velas y remeros, en lo que podríamos considerar la versión antigua de los veleros motorizados que aparecerían mucho después. El trirreme evolucionó a partir del pentekontor, un concepto similar que ya usaban los pueblos helenísticos del Periodo Arcaico. Cuando Roma obtuvo la supremacía total sobre el Mediterráneo y se quedó sin enemigos en el mar, fueron abandonando y hacia la Antigüedad Tardía, el conocimiento de cómo fabricarlos se había perdido. No volvieron a verse en Occidente navíos tan impresionantes y sofisticados hasta casi mil años después.
Origen: Wikimedia Commons, dominio público.


 Fuente: http://especiales.publico.es/es/gran-regata-cadiz-2016/historia/y-nos-apoderamos-del-viento

No hay comentarios:

Publicar un comentario