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Un dhow 
surca el Océano Índico en la actualidad. Por estas mismas aguas, las del
 Golfo Pérsico y las de Egipto comenzaron a navegar los primeros navíos a
 vela conocidos hace unos 8.000 años. Eran embarcaciones de papiro 
atado, con un mástil simple y vela cuadrada. Las velas triangulares como
 esta no aparecerían hasta bastante después.Origen: Wikimedia Commons, dominio público | 
Si quieres llegar a Creta desde la actual Grecia,
 por Citera y Anticitera, hay que cruzar al menos dos estrechos de unos 
treinta kilómetros que jamás estuvieron emergidos en tiempos homínidos. 
Intentándolo desde lo que hoy llamamos Turquía, por Rodas y Cárpatos, 
los tramos mínimos a navegar aumentan hasta los cincuenta kilómetros. 
Cualquier otra combinación saltando entre islas e islotes del Egeo los 
supera. O aquellos tipos nadaban de lujo o tuvieron que utilizar alguna 
clase de navío, seguramente algo más marinero que un mero cacho de 
tronco echado al mar.
Más todavía: si eran sapiens, no pudieron llegar ni desde Grecia, ni desde Turquía, ni desde ningún otro punto de Europa. Más que nada porque hace 130.000 años todavía éramos una especie casi exclusivamente africana que apenas andaba tanteando titubeantemente las fronteras exteriores en el Oriente Medio de los auténticos europeos, esos grandullones neandertal, antes de replegarnos al interior de África durante otros cuantos milenios. Aquí somos todos inmigrantes africanos, que sólo mucho después le arrebatamos Europa al neandertal.
O sea que si aquellos tipos que se olvidaron la 
caja de herramientas por los montes del Sur de Creta eran sapiens, 
tuvieron que llegar desde el Norte de África. Tal cosa implicaría surcar
 las aguas del Mediterráneo Oriental a lo largo de más de doscientos 
cincuenta kilómetros, lo que vienen siendo unas ciento cuarenta millas 
náuticas, sin que se los tragara el mar. Esto exigiría o mucha suerte o 
un conocimiento primitivo pero relativamente sofisticado de las técnicas
 marineras. En suma: o nuestros recontraretatarabuelos sapiens arcaicos 
fueron capaces de recorrer una distancia asombrosa entre África y Creta,
 quizá con alguna especie de balsa o cayuco, o el primo neandertal 
también sabía navegar. Existen indicios de que neandertal cazaba 
mamíferos marinos por la zona de Gibraltar, ¡y sin broncas con ninguna 
patrullera!
Más todavía: si eran sapiens, no pudieron llegar ni desde Grecia, ni desde Turquía, ni desde ningún otro punto de Europa. Más que nada porque hace 130.000 años todavía éramos una especie casi exclusivamente africana que apenas andaba tanteando titubeantemente las fronteras exteriores en el Oriente Medio de los auténticos europeos, esos grandullones neandertal, antes de replegarnos al interior de África durante otros cuantos milenios. Aquí somos todos inmigrantes africanos, que sólo mucho después le arrebatamos Europa al neandertal.
| Mapa del Mediterráneo Oriental con la ubicación de Plakias, Creta, por 
donde alguien se dejó unas herramientas achelenses hace unos 130.000 
años. El camino más corto para llegar a Creta desde un continente es 
partiendo de la actual Grecia por las islas de Citera y Anticitera, lo 
que obliga a recorrer un par de brazos de mar de 30 km. El siguiente es 
saltando por las islas del Egeo, con tramos marítimos de hasta 50 km. 
Sin embargo, hace 130.000 años no había Homo sapiens por esas zonas. Lo 
más cerca que podíamos estar en esos momentos (y está disputado) era en 
la costa norteafricana, a más de 250 km en línea recta. O unos sapiens 
fueron capaces de recorrer más de 250 km por el Mediterráneo sin 
ahogarse hasta hallar una isla totalmente invisible desde su costa, o lo
 hizo desde Europa el neandertal. Origen: Wikimedia Commons, dominio público. | 
Esto es curioso: ahí frente al Cabo de la Nao 
está Ibiza, a unas cincuenta millas, a menudo visible desde los riscos 
del continente. Sin embargo, no nos consta que ningún prójimo se 
acercara a ver si ya habían abierto Pachá hasta la Edad del Bronce o por
 ahí. Mientras tanto, allá bien adentro de la Edad de Piedra alguien se 
dio una vuelta por Creta, totalmente ignota e invisible desde los 
continentes circundantes. Hay que ir saltando de isla en isla para 
descubrirla, o verse arrastrado por alguna corriente afortunada –o 
desafortunada, vete a saber qué se hizo de esa gente; no parece que 
perduraran allí–. Quizá la cosa fuese por barrios. Por cierto, que lo 
del barrio británico no tiene mérito: aunque ocupado como mínimo desde 
el Paleolítico medio, Gran Bretaña fue una península de Europa hasta 
mucho después del Último Máximo Glacial y siempre se pudo cruzar a pie, 
sin campos de infelices frente al muy reciente Canal de la Mancha ni 
nada.
| La embarcación más antigua recuperada hasta el momento: la "canoa" de 
Pesse, un cayuco de pino con 298 cm de eslora y 10.000 años de 
antigüedad hallado en Holanda en 1955, durante la construcción de la 
autopista A28 Utrecht-Groningen por lo que en aquellos tiempos debía ser
 un terreno costero de marismas deltaicas. Los habitantes del sector 
eran pobladores mesolíticos de baja tecnología incluso para su época sin
 ningún grado de urbanización, que estaban aún reocupando el territorio 
tras el Último Máximo Glacial. La primera agricultura no aparecería en 
el área hasta casi tres milenios después. Origen: Drents Museum, Assen, Países Bajos. | 
 El navío más antiguo que han recuperado los 
arqueólogos anduvo por esa zona, en lo que hoy llamamos Holanda. O los 
Países Bajos, si nos ponemos exquisitos. Es un cayuco conocido como la canoa de Pesse,
 con unos tres metros de eslora y 44 centímetros de manga, labrado a 
partir de un solo tronco de pino silvestre hace diez mil años o poco 
menos. Un milenio más reciente es una embarcación de papiro atado 
hallada en el actual Kuwait. Apenas otro milenio después, hace unos 
8.000 años, se comenzó a navegar en cantidad por los ríos y costas de 
Sumeria, Egipto y el Océano Índico. Y de esa misma época, unos siglos 
arriba o abajo, datan las primeras evidencias claras del uso de velas 
para impulsarse. Los más concluyentes son los restos arqueológicos de 
estas embarcaciones de papiro mesopotámicas provistas con mástiles para 
sujetar un velamen, datados del periodo Ubaid-3, oséase hace entre 6.000
 y 6.500 años. Algo más tarde, en los tiempos dorados de la Civilización
 del Valle del Indo, la navegación comercial a vela con Mesopotamia 
estaba firmemente establecida y fue importante para el desarrollo de 
ambas culturas. 
Ignoramos si a alguien se le ocurrió la idea 
antes. Desde que una mente pensante secó al viento una piel, una pieza 
de ropa o cualquier otra cosa por el estilo, tuvo que observar que el 
viento le imprimía una fuerza impulsora. Y sabemos que empezamos a usar 
ropas hace al menos cien mil años, gracias a los piojos. Sí, de los 
piojos, y específicamente del piojo corporal (Pediculus humanus humanus), que según los estudios genéticos evolucionó a partir del piojo de la cabeza (Pediculus humanus capitis)
 y se especializó en vivir en la ropa. Por cierto, que a diferencia del 
piojo de la cabeza y de ese otro tan desagradable que llamamos ladillas,
 con los que llevamos conviviendo desde que aparecimos y no pueden 
hacernos mucho más daño que incordiar, ese nuevo piojo corporal al que 
no estábamos adaptados resultó ser un vector primario para la fiebre 
recurrente epidémica, la fiebre de las trincheras y el tifus 
exantemático. Quizá, después de todo, eso de vestirnos no fue tan buena 
idea.
El caso es que según estos estudios genéticos, el
 piojo corporal se diferenció del de la cabeza adaptándose a la ropa 
hace en torno a 107.000 años. Al menos durante todo ese tiempo tenemos 
experiencia manipulando primero pieles y después tejidos y telas. Si en 
cien milenios nadie con un kilo largo de cerebro inteligente dedujo que 
sujetar uno de esos harapos a su balsa o cayuco le aplicaría la misma 
fuerza que cuando lo secaba al viento, pues así será, pero tampoco es 
imposible que sucediera y no nos haya quedado rastro. El caso es que 
para cuando empezaron a asomar las primeras grandes civilizaciones, 
incontables veleritos llevaban ya una buena temporada surcando el Golfo 
Pérsico, las costas del Mar Arábigo y puede que más allá. 
La máquina vela.
La máquina vela.
| La diferencia conceptual entre una vela y un ala es mínima: son 
superficies aerodinámicas que funcionan de una manera muy parecida, con 
la diferencia de que el ala no se ajusta al viento y la vela sí. En 
esencia, ambas producen una fuerza de sustentación (L) y una resistencia
 aerodinámica (D) perpendicular a la dirección del viento aparente (Va) 
en función del ángulo de ataque (α). En el ala de un avión, 
fundamentalmente paralela a la superficie, la sustentación es vertical y
 eso hace que se eleven y vuelen; en la vela de un barco, 
fundamentalmente perpendicular a la superficie, la sustentación es 
horizontal y eso produce un empuje lateral. La resultante de 
sustentación y resistencia es la fuerza total (Ft). En la segunda parte 
veremos que en realidad la cosa es un poquito más complicada. Origen: Wikimedia Commons, dominio público. | 
 Ya, ya sé que no parece una máquina. Cuando pensamos en máquinas imaginamos acero, grasa y petróleo, microchips y electricidad, cosas así. Pero la vela es una máquina, y además estupenda. El diccionario de la RAE nos cuenta que una máquina, en su primera acepción, es un “artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza.” Y la segunda dice que se trata de un “conjunto de aparatos combinados para recibir cierta forma de energía y transformarla en otra más adecuada, o para producir un efecto determinado.” No se me ocurren muchas maneras mejores de describir lo que es y hace un velamen con todos sus aparejos: tomar la energía cinética del viento y transferírsela al navío de manera controlada para aprovecharla como una fuerza de impulsión y maniobra.
Muy posiblemente las primeras velas fuesen 
cualquier trapo –o piel– grande más o menos sólido y regular que se 
pudiera atar a unos maderos fijados a la embarcación, formando así un 
precario aparejo. Pero esto, así a pelo, aunque fuese un gran invento, 
no es una ocurrencia muy buena. Te deja por completo a merced de los 
vientos, sin control alguno. Si les da por soplar un poco fuerte, un 
timón o unos remos no lo van a arreglar. Así que también seguramente 
desde el principio, o inmediatamente después de los primeros ahogados, 
descalabrados contra el acantilado más próximo o desaparecidos más allá 
del horizonte –tú ya sabes cómo solemos aprender las lecciones la gente 
humana…– debieron idear algunos dispositivos sencillos para dirigir y 
regular la fuerza del viento.
Por supuesto, el recurso más básico es desatar o cortar los nudos que sujetan la vela al mástil. El mero hecho de deshacerse de ella, o simplemente liberarla en parte de tal modo que deje de oponerse al paso del viento, anula esa transferencia de energía cinética y por tanto su eficacia propulsiva. Para la máquina. Lo que pasa es que eso, así a lo bestia, no es muy práctico. Es como si tu coche sólo tuviese dos modos de marcha: parado o a toda mecha. Y para todo lo demás, a empujar; en su equivalente náutico, a darle al remo.
Además, dado que la vela no sólo es una máquina 
propulsora sino también de maniobra, te quedas sin más dirección que la 
que puedas lograr utilizando un remo como timón, a mano. El timón pata 
negra no aparece hasta que lo inventaron los chinos hace unos dos mil 
años. O sea, cuando ya teníamos buques de más de cien metros de eslora 
con capacidad oceánica. Un libro del siglo III, “Cosas extrañas del Sur”,
 asegura que durante la dinastía Han ya había juncos con cuatro velas 
capaces de transportar 700 personas y 260 toneladas de carga; otro, 
escrito por el viajero Kang Tai, habla de juncos de siete mástiles que 
llegaban hasta Siria sin Canal de Suez para atajar ni nada. En la 
Antigüedad existió un Canal de Suez conectando el Mar Rojo con el Delta 
del Nilo; lo mandó construir el faraón egipcio Necao II y lo ordenó 
completar el rey persa Darío I hace 2.500 años, sobre la base de una 
multitud de pequeños canales preexistentes con recorrido general 
Este-Oeste que desde muy viejo facilitaban el cruce del Mar Rojo por la ruta Norte, entre las grandes ciudades del Egipto faraónico y la Península del Sinaí:
Por supuesto, el recurso más básico es desatar o cortar los nudos que sujetan la vela al mástil. El mero hecho de deshacerse de ella, o simplemente liberarla en parte de tal modo que deje de oponerse al paso del viento, anula esa transferencia de energía cinética y por tanto su eficacia propulsiva. Para la máquina. Lo que pasa es que eso, así a lo bestia, no es muy práctico. Es como si tu coche sólo tuviese dos modos de marcha: parado o a toda mecha. Y para todo lo demás, a empujar; en su equivalente náutico, a darle al remo.
| Según sea la actitud del barco con respecto a la dirección del viento 
aparente (Va), que es la resultante de la dirección verdadera del viento
 (Vt) y la velocidad del navío (Vb), en la fuerza total predomina la 
sustentación o la resistencia. Cara al viento (A), aproximadamente en un
 ángulo de 60º, no se produce fuerza propulsiva. Con viento frontal 
lateral (B) y perpendicular (C), hasta los 180º, la fuerza predominante 
es la sustentación. Con viento en popa lateral (D), hasta los 270º, la 
fuerza total es una resultante de la sustentación y la resistencia. Y 
con viento en popa (E), la fuerza predominante es la resistencia. Origen: Wikimedia Commons, dominio público. | 
“Dijo el rey Darío: Soy persa. Partiendo de Persia, conquisté Egipto. Mandé excavar este canal desde el río llamado Nilo que fluye en Egipto hasta el mar que comienza en Persia. Cuando el canal estuvo excavado como ordené, los barcos iban de Egipto hasta Persia por él, tal como yo pretendía.”
- De una estela junto al Antiguo Canal de Suez, ca. 500 aEC.
Después de un tiempo abandonado, fue reabierto, 
ampliado y mejorado bajo el reinado de Ptolomeo II Filadelfo, hace 2.200
 años, y permitía el “paso de dos trirremes con los remos extendidos”; 
un Suezmax de lo más apañadito. No obstante, cuando empezaron a
 llegar esos grandes juncos oceánicos chinos –que, dicho sea de paso, ya
 habían inventado también la brújula pero aún no la usaban para navegar–
 este Antiguo Canal de Suez ya se había perdido debido al retroceso de 
las costas del Mar Rojo, la acumulación de limos del Nilo y la reducción
 del caudal en el lado oriental de su Delta. Así que si el viajero Kang 
Tai nos cuenta la verdad –y sin duda había abundante tránsito de 
personas y mercancías entre Asia y el Mediterráneo, aunque normalmente 
circulaban por la Ruta de la Seda–, esos juncos de los Han tenían que 
dar toda la vuelta por Sudáfrica y Gibraltar: al menos 16.000 millas de 
viaje, siguiendo más o menos la costa, milenio y medio antes de las 
grandes expediciones europeas.
Pero no adelantemos acontecimientos. Decíamos que
 la vela es una máquina, y ahora te añado que además es una máquina 
compleja. Aunque se pueda idealizar dibujando un cuadradito y una 
flechita perpendicular que represente al viento, sobre un velamen actúan
 numerosas fuerzas que van desde el mero empuje hasta la sustentación 
aerodinámica. De hecho, tan pronto como el viento hincha tus velas y les
 sale barriga, eso que los anglos llaman draught y por aquí solemos traducir como profundidad, se convierte en un perfil aerodinámico (airfoil)
 que mucho después nos permitiría crear alas y palas de hélices y 
turbinas para hacer helicópteros y aviones. Los veleritos de papiro 
atado que se hacían al Golfo Pérsico hace ochenta siglos y los 
gigantescos Airbus A380 que lo sobrevuelan hoy con escala en Dubái se 
originan en la misma tecnología: la que nos enseñaron las velas. Ahora 
enseguidita, en la segunda parte, lo vamos a aprender por aquí también.
Fuente: http://especiales.publico.es/es/gran-regata-cadiz-2016/historia/y-nos-apoderamos-del-viento
| El Canal de los Faraones, Canal de Neco, Canal de Darío o Canal de 
Ptolomeo II unió el Mar Rojo con el Mediterráneo al menos dos milenios 
antes de que Lesseps gestionara la construcción del moderno Canal de 
Suez. El canal antiguo aprovechaba que las costas del Mar Rojo llegaban 
hasta mucho más al Norte que ahora, la presencia de los Lagos Amargos y 
varios uadis y una antiquísima trama de canales menores con una 
direccion general Este-Oeste; al unirlos y ampliarlos, permitió el paso 
de embarcaciones importantes entre ambos mares. Sin embargo, para cuando
 los grandes juncos oceánicos chinos quisieron llegar, llevaba ya muchos
 siglos cegado. Origen: Wikimedia Commons, dominio público. | 
| Los trirremes y sus sucesores fueron los grandes buques militares de las
 civilizaciones clásicas que les permitieron dominar el Mediterráneo. 
Como es sabido, utilizaban una combinación de velas y remeros, en lo que
 podríamos considerar la versión antigua de los veleros motorizados que 
aparecerían mucho después. El trirreme evolucionó a partir del 
pentekontor, un concepto similar que ya usaban los pueblos helenísticos 
del Periodo Arcaico. Cuando Roma obtuvo la supremacía total sobre el 
Mediterráneo y se quedó sin enemigos en el mar, fueron abandonando y 
hacia la Antigüedad Tardía, el conocimiento de cómo fabricarlos se había
 perdido. No volvieron a verse en Occidente navíos tan impresionantes y 
sofisticados hasta casi mil años después. Origen: Wikimedia Commons, dominio público. | 
Fuente: http://especiales.publico.es/es/gran-regata-cadiz-2016/historia/y-nos-apoderamos-del-viento
 
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