domingo, 17 de julio de 2016

Serbia. Nuevos aires de movilización en Belgrado

Cada dos semanas, al grito de “¿De quién es esta ciudad? Es nuestra”, el número de asistentes a las concentraciones convocadas por el movimiento Ne da(vi)mo Beograd, supera los 20.000. Demandan bienes colectivos, respeto a la ley y responsabilidad de los gestores públicos.

Manifestación el 11 de mayo de 2016. / NE DA(VI)MO BEOGRAD

Belgrado, ciudad de amplias terrazas y vida muchas veces lánguida, tiene su lado expeditivo, incontenible. Esa versión a la que tanto temen los propios balcánicos, acostumbrados a guardar los infortunios tras una sonrisa, un par de amigos y algunos vasos de rakija. El hecho de que un grupo numeroso se junte en la calle es un mal presagio: desórdenes urbanos, hooligans, poetas histéricos y políticos nerviosos.

Cuando Aleksandar Vučić, actual primer ministro serbio, quiso dar un golpe de efecto en 2014 con el proyecto “Belgrado en el agua”, la ciudad reaccionó con escepticismo, con la ceja levantada. Un proyecto entre el Gobierno e inversores de Emiratos Árabes Unidos con una financiación que llegaría a los 3.000 millones de euros, y que pretende urbanizar la orilla del Sava a lo megalópolis del Golfo pérsico: centros comerciales, pisos de lujo, parques y jardines y un rascacielos de 168 metros. En total, casi dos millones cuadrados que parecen querer reconstruir la capital de un país que no llega a los 400 euros de salario medio.

El movimiento Ne da(vi)mo Beograd, juego de palabras con “no damos” y “no ahogamos Belgrado”, reaccionó al desafío, aunque en desigualdad de fuerzas. Un grupo reducido, formado principalmente por gente joven de Belgrado, y acompañado de una pequeña élite intelectual de sociólogos, arquitectos y políticos periféricos, durante dos años, intentaron desmontar la opacidad de la iniciativa, sus atajos legales, el trasfondo ideológico clasicista y la ausencia de sociedad civil en el planteamiento del proyecto urbanístico.
Apenas lograban salir del reducto de pequeñas charlas, apariciones aisladas en los medios y un par de centenares protestando en los alrededores de la sede central, recién remodelada: la ahora ostentosa Cooperativa de Belgrado. Sin embargo, todo cambió el 25 de abril. Un grupo de 30 hombres con pasamontañas y acompañados de una excavadora, a media noche y durante cuatro horas, derruyó una casa, un edificio de la empresa Iskra y el restaurante Savski Expres. La policía no hizo acto de presencia pese a las llamadas insistentes de los vecinos.

Un par de semanas después llegaba la limpieza de los escombros y las vallas de la empresa Beograd Put legitimando lo acontecido. Si la situación no era suficientemente grave, un mes después del suceso moría de un infarto uno de los testigos, un guardia de seguridad, al que aquella madrugada habían requisado la documentación y el teléfono móvil mientras demolían la calle Hercegovačka.

El 4 de mayo el alcalde de Belgrado, Siniša Mali, declaró que “ni Belgrado, ni ninguna institución de la ciudad ha participado en ello, y eso es de lo que soy responsable”. El primer ministro primero acusaba a los responsables de “idiotas” y, más tarde, el 8 de junio, contradecía al alcalde: “Es indudable que detrás de lo que ha pasado en Savamala están los estamentos superiores del Gobierno de Belgrado”.

El Defensor del Ciudadano, Saša Janković, en su informe oficial, acusaba a la policía de incumplimiento de sus obligaciones “de forma premeditada”. Desde entonces, Mali apenas aparece en los medios de comunicación, y los manifestantes piden su dimisión, la del presidente de la asamblea de la ciudad, del ministro de Interior, del director la Policía y de la policía comunal.

Cada dos semanas, al grito de “¿De quién es esta ciudad? Es nuestra”, el número de asistentes a las concentraciones se incrementa hasta superar los 20.000. No son las caras cenicientas de la transición, con barbas de tres días y cuerpos embutidos en cazadoras de cuero barato, víctimas de privatizaciones fraudulentas y abusos de poder, sino las de una nueva generación en su mayoría nacida durante los años 80, que demandan bienes colectivos: respeto a la ley y responsabilidad de los gestores públicos. Unas protestas que no están vinculadas a ningún líder ni partido político o reivindicación nacionalista, ni aspira a satisfacer un interés particular. Dicen que “las calles son sus instituciones y su arma la solidaridad”.

Si bien es cierto que el individualismo económico había socavado la solidaridad y la empatía ciudadana durante la transición, las protestas son una apuesta por el interés general y la conciencia social, en clara oposición a la corrupción y el clientelismo político. Pero su polo de atracción reside en su pacifismo sin fisuras, que ha liberado a los más encogidos, decepcionados con el periodo post-revolución anti-Milošević, comoun optimismo inusual en el clima habitualmente apático de la sociedad serbia, legado del autoritarismo yugoslavo, de la claustrofobia nacionalista y de las diferentes derrotas sufridas durante el fin de Yugoslavia.

Es difícil, a la luz de los hechos, disentir de la justicia de esta nueva acción popular, pero no por ello su aparición está exenta de su dimensión geopolítica. La portavoz de la oficina de exteriores rusa acusaba a la Embajada de EE UU en Belgrado de apoyar las manifestaciones: “Diversas ONG financiadas por extranjeros organizan regularmente manifestaciones de protesta en Belgrado […]. La participación de diplomáticos de Estados Unidos en las protestas podría significar que los activistas serbios no tienen la confianza de sus patrocinadores”. Una estrategia, por otro lado, que es conocida en la región, en Macedonia, Bosnia o Kosovo, en donde los abusos de poder del Estado quedan atemperados o desviados del foco mediático por las acusaciones de intervencionismo extranjero.

Los medios de comunicación, en su mayoría favorables al primer ministro serbio, han terminado por conceder entidad a las manifestaciones, hoy más amenazadas por la canícula veraniega que por sus contradicciones internas o la falta de seguidores. Incluso caras conocidas de la sociedad local, como el entrenador de baloncesto Dušan Ivković, han mostrado su apoyo a los manifestantes.

Ne da(vi)mo Beograd se reunió este miércoles, 13 de julio, a las 18h en frente de la Asamblea de Belgrado. Su símbolo es un pato amarillo, han versionado la canción “¡Ay, Carmela!” al serbio y no les falta ingenio en muchas de sus proclamas. Nuevos aires de movilización en Belgrado. Hacía tiempo que la ciudad no se cuestionaba tanto su languidez. De eso se habla ahora en las terrazas.



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