Niños evacuados durante la Guerra Civil española Wikipedia |
Cuando íbamos a Francia nos hablaban de la Guerra. Eran
historias divertidas, para niños. Sin muchos cadáveres. Aún así como
todas las historia de la guerra, en ellas había una franca decisión de
apostar por lo urgente o lo importante. Las explicaban las mujeres. Los
hombres nunca hablaban de la Guerra. Es más, salían de la habitación
cuando alguien hablaba. O, incluso, salían del mundo. Es decir, se
quedaban mirando, ausentes, un punto en el vacío, como cuando Hemingway
miraba un cadáver que le recordaba un cadáver austriaco. Posíblemente,
ese punto en el vacío al que miraban, era la Guerra. En este texto les
explicaré dos historias. En ambas aparece un héroe. Son, en total, dos
héroes diferentes. Un héroe de lo urgente. Un héroe de lo importante.
Empezaré por la historia urgente.
El día en que los militares salieron de sus cuarteles en
Barcelona, el tío Manuel, un héroe, estaba haciendo guardia en un cruce,
en un pueblo cercano. Le habían dicho desde Barcelona que tenían que
impedir que llegaran a la ciudad tropas fascistas. Tenían cuatro armas,
una bandera republicana y otra de la CNT. Era poco pero, en
contrapartida, era poco probable que llegaran tropas. En eso, llegaron.
Era una columna de la Guardia Civil. No llevaban bandera. Se detuvieron a
100 metros de ellos, y prepararon parapetos. Les apuntaron. Estuvieron
apuntándose mutuamente durante horas. Al final, el tío Manuel se acercó
hasta ellos. Poco a poco. Le apuntaron. En eso, levantó el puño derecho y
gritó un viva por la República. Los Guardia Civiles, le respondieron
con otro viva. Todo el mundo salió corriendo de sus parapetos y se
abrazaron. Se había evitado una carnicería.
Eso mismo día, en el mismo pueblo, con las fábricas ya
colectivizadas, sucedieron, además de cosas urgentes, cosas importantes.
A mi abuelito le dieron una pistola. Tenía que vigilar la estación de
tren, no fuera que vinieran los fascistas. Nadie lo sabía entonces, pero
los fascistas nunca llegaron a ningún sitio en tren, o en otros
transportes civiles. Bueno. Mi abuelo estaba aterrorizado, esperando a
los fascistas. Nunca había visto uno. Se lo imaginaba armado. Miraba a
todo el mundo con cara de miedo. Le sorprendió ver reflejada esa cara en
las personas que, periódicamente, bajaban del tren. Hasta que descubrió
la razón. Le miraban porque iba armado. Él era la única persona armada
de toda la estación. “Era el único fascista”, me dijo, riendo. Devolvió
la pistola.
Los fascistas, finalmente, vinieron tres años después. Y se
quedaron. No hubo piedad. No hubo matices entre lo importante y lo
urgente. Pero eso es otra historia.
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