lunes, 18 de julio de 2016

Sobre el 18 de julio

Sobre las historias de la Guerra Cívil. Todas mienten. Mintió, por ejemplo, Hemingway. Y mintió, por ejemplo, Saint-Exupéry

<p>Niños evacuados durante la Guerra Civil española</p>
Niños evacuados durante la Guerra Civil española
Wikipedia
 Hemingway fue corresponsal de Guerra en España --sus textos los publicó Seix Barral, hace la tira--. Son artículos y crónicas Hemnigway style, desde el bando republicano. Muy buenos. Plis-plas. Hemingway, por otra parte, sabía un huevo de guerras, pues había vivido la que fundó el canon del siglo XX. Sabía tanto de guerras que sabía que ésta se estaba perdiendo, por lo que decidió no informar sobre ello, sino mentir. De hecho, sólo es sincero --es decir, sólo explica esencias de la guerra--, cuando ve algo que le recuerda a su guerra. Saint-Exupéry hizo unas crónicas fantásticas sobre la Guerra en Catalunya --creo que las sacó Galaxia Guttemberg, supongo que serán inencontrables--. Aprovechando una convalecencia por una accidente aéreo, cruzó la frontera. Se plantea a sí mismo si debe de explicar lo importante o lo urgente. Cree que lo urgente es que la República debe ganar al fascismo. Descubre la revolución anarquista catalana, por la que queda, sorprendentemente, fascinado. Cree que también es urgente. Pero, entre lo importante y lo urgente, decide, al contario que Hemnigway, escribir sobre lo importante. Lo importante es el bestialismo, la toma de decisiones éticas en una guerra. Por lo que también miente, pues una guerra también es algo urgente. Él, por cierto, murió por tomar una decisión ética en una guerra. En la IIGM, murió atacando a dos aviones alemanes. No iba armado. Su avión sólo disponía de una cámara. Fue, por tanto, un suicidio. Una decisión ética. Sea la que fuere.

Cuando íbamos a Francia nos hablaban de la Guerra. Eran historias divertidas, para niños. Sin muchos cadáveres. Aún así como todas las historia de la guerra, en ellas había una franca decisión de apostar por lo urgente o lo importante. Las explicaban las mujeres. Los hombres nunca hablaban de la Guerra. Es más, salían de la habitación cuando alguien hablaba. O, incluso, salían del mundo. Es decir, se quedaban mirando, ausentes, un punto en el vacío, como cuando Hemingway miraba un cadáver que le recordaba un cadáver austriaco. Posíblemente, ese punto en el vacío al que miraban, era la Guerra. En este texto les explicaré dos historias. En ambas aparece un héroe. Son, en total, dos héroes diferentes. Un héroe de lo urgente. Un héroe de lo importante. Empezaré por la historia urgente.

 El día en que los militares salieron de sus cuarteles en Barcelona, el tío Manuel, un héroe, estaba haciendo guardia en un cruce, en un pueblo cercano. Le habían dicho desde Barcelona que tenían que impedir que llegaran a la ciudad tropas fascistas. Tenían cuatro armas, una bandera republicana y otra de la CNT. Era poco pero, en contrapartida, era poco probable que llegaran tropas. En eso, llegaron. Era una columna de la Guardia Civil. No llevaban bandera. Se detuvieron a 100 metros de ellos, y prepararon parapetos. Les apuntaron. Estuvieron apuntándose mutuamente durante horas. Al final, el tío Manuel se acercó hasta ellos. Poco a poco. Le apuntaron. En eso, levantó el puño derecho y gritó un viva por la República. Los Guardia Civiles, le respondieron con otro viva. Todo el mundo salió corriendo de sus parapetos y se abrazaron. Se había evitado una carnicería.

Eso mismo día, en el mismo pueblo, con las fábricas ya colectivizadas, sucedieron, además de cosas urgentes, cosas importantes. A mi abuelito le dieron una pistola. Tenía que vigilar la estación de tren, no fuera que vinieran los fascistas. Nadie lo sabía entonces, pero los fascistas nunca llegaron a ningún sitio en tren, o en otros transportes civiles. Bueno. Mi abuelo estaba aterrorizado, esperando a los fascistas. Nunca había visto uno. Se lo imaginaba armado. Miraba a todo el mundo con cara de miedo. Le sorprendió ver reflejada esa cara en las personas que, periódicamente, bajaban del tren. Hasta que descubrió la razón. Le miraban porque iba armado. Él era la única persona armada de toda la estación. “Era el único fascista”, me dijo, riendo. Devolvió la pistola.

Los fascistas, finalmente, vinieron tres años después. Y se quedaron. No hubo piedad. No hubo matices entre lo importante y lo urgente. Pero eso es otra historia.


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