“Seres humanos que en pleno siglo XXI fueron separadas de la sociedad, su familia y sus amigos”.
Aunque parezca increíble de creer, hay sociedades en que la palabra
“bruja” no refiere a una rubia adolescente sobreviviendo a la secundaria
o a una película donde aparece Cher encantando a un maniático Jack
Nicholson, sino que dirige a la mente un temor oscuro que se debe
castigar con la vida y, en ocasiones, la muerte. Puede que estemos a
años luz de aquellos años en que las mujeres sospechosas eran llevadas a
la hoguera por supuestos actos demoniacos y pactos con el Diablo; no
obstante, dichas acusaciones son todavía muy reales en determinadas
regiones.
En Gambaga, la República de África Occidental, se encuentra un lugar
llamado Ghana; ese terrible sitio de aislamiento y soledad está
destinado, por extraño y anacrónico que resulte, a todas esas mujeres
con el cargo de brujería sobre sus hombros. Seres humanos que en pleno
siglo XXI fueron separadas de la sociedad, su familia y sus amigos para
cumplir una condena de mal comportamiento espiritual.
“Establecido hace más de 200 años, Gambaga es un campo de concentración con alrededor de 130 mujeres viviendo en él”.
Bajo un supuesto de seguridad y prevención, estas africanas, en su mayoría ancianas, viven en un punto apartado de sus comunidades, soportando las inclemencias del rechazo y las acusaciones vacías. Todos los días es un reto para ellas el continuar adelante en un apartheid basado en la superstición y las dudosas tradiciones de su nación.
Establecido hace más de 200 años, Gambaga es un campo de concentración con alrededor de 130 mujeres viviendo en él; muchas de ellas, enjuiciadas después de enviudar o al ser las presuntas culpables de una enfermedad en sus familias. Por otro lado, si uno presta un poco de atención, si se escucha pausadamente su mirada, es posible notar que no son otra cosa más que cuerpos frágiles y corazones fracturados.
“Con una población que tiene entre los 17 y los 90 años de edad, este campamento se rige por esperanzas, anhelos o resignaciones”.
De esa manera las retrató Eric Gyamfi, fotógrafo norteamericano que, después de cursar algunos talleres y seminarios sobre estudios africanos, se interesó en explorar el caso más de cerca. Viajando hasta el distrito de Mamprusi, explicó que sus intereses no eran otros más que captar el sentimiento de tales mujeres como él hubiera tomado una foto de su abuela: sencilla, sincera y tiernamente.
Enfatizando sus arrugas, miradas, sonrisas e imperfecciones, Gyamfi provee con cada captura un testimonio visual, un discurso más allá de las palabras, capaz de compartir la situación de cada modelo; desde aquella enclaustrada que fue golpeada por su marido y otros hombres al ser acusada de embrujar a su sobrino, hasta otras que lo único que cometieron fue una viudez prematura.
Con una población que tiene entre los 17 y los 90 años de edad, este
campamento se rige por esperanzas, anhelos o resignaciones; hay reclusas
que saben perfectamente que nunca saldrán, otras que sueñan con una
libertad futura y algunas que prefieren estar allí, colateralmente a
salvo de la discriminación y el repudio.
Gyamfi espera realmente que con esta serie fotográfica, el espectador,
el mundo entero, se dé cuenta de que no hay bruja alguna en esos
retratos; al contrario, sólo existen víctimas del abuso y la ignorancia.
Seres humanos que no son distintos a nosotros y son tan vulnerables,
sensibles, buenos, malos y fuertes como cualquiera.
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