La actualidad mundial es especialmente convulsa y la 
creciente crisis en Turquía compite con otras noticias. Para muchos, el 
intento de golpe de Estado de la semana pasada y sus consecuencias son 
un recordatorio de la creciente inestabilidad mundial y de la cercanía 
del peligro, ya que Turquía es un destino turístico popular. Sin 
embargo, es importante no perder de vista lo siguiente: el gobierno 
turco, cuyas tendencias represivas van en aumento, está librando una 
guerra contra la democracia con la complicidad de nuestros gobernantes.
Turquía es nuestro aliado en la OTAN. Es un mercado prioritario para 
nuestras exportaciones de armas, cuyo valor asciende a 550 millones de 
libras (660 millones de euros). La nueva primera ministra de Reino Unido
 ha mostrado su firme apoyo al gobierno democráticamente elegido de 
Turquía así como a sus instituciones. En vez de condenar las medidas 
represivas de la última semana, Theresa May se ha limitado a recordar 
que "Turquía debe respetar el orden constitucional" y ha reafirmado la 
importancia del Estado de derecho.
Analicemos los hechos. Turquía tiene un extenso 
historial de violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, sus 
aliados occidentales no han alzado la voz contra estas acciones, que no 
han tenido ningún tipo de consecuencia para el gobierno turco.
En el contexto del conflicto con las guerrillas kurdas que 
reivindicaban su independencia en la década de los noventa, las fuerzas 
de seguridad turcas destruyeron más de 4.000 pueblos y asentamientos, a 
menudo con incendios que arrasaban con todo. El balance fue de cientos 
de miles de desplazados y más de 30.000 víctimas mortales. Turquía es 
uno de los países con más periodistas en la cárcel. "Desde 2013, el 
gobierno ha ido aumentando su autoritarismo y su intolerancia hacia los 
disidentes y ha impulsado medidas extremas, como por ejemplo silenciar a
 los medios de comunicación", indica Andrew Gardner, el analista de 
Amnistía Internacional para Turquía.
La situación no 
hizo más que deteriorarse después de que el conflicto con los 
guerrilleros kurdos se reanudara en julio de 2015. Según Amnistía 
Internacional, la presión del gobierno sobre los medios de comunicación 
durante ese periodo no tiene precedentes. El gobierno utilizó las leyes 
antiterroristas para impulsar enjuiciamientos masivos. El pasado 
septiembre, un grupo de abogados británicos redactó un informe sobre el 
pésimo historial de derechos humanos de Turquía y denunciaron la falta 
de independencia del poder judicial, la censura en internet, las 
limitaciones a la libertad de expresión y el trato degradante que sufren
 los detenidos. "Los aliados de Turquía han estado inusitadamente 
callados y no han pedido a Turquía que ponga fin a estas violaciones", 
señala Gardner. El gobierno de Reino Unido no puede estar en absoluto 
sorprendido por la actuación del gobierno turco durante la ultima 
semana. En los últimos años ya había apuntado maneras.
Según Hisyar Özsoy, uno de los portavoces del Partido Democrático de 
los Pueblos (HDP) –el principal partido de izquierdas en la oposición–, 
"Europa ha mostrado al gobierno autoritario de Erdogan su cara más 
amable porque cree que este puede frenar temporalmente la llegada masiva
 de refugiados".
El intento de golpe de Estado de la 
semana pasada no tiene justificación; en eso deberíamos estar todos de 
acuerdo. "Para nosotros, mostrar nuestro rechazo fue una cuestión de 
principios, aunque creamos que las instituciones democráticas del país 
tienen defectos muy graves", afirma Özsoy.
Los 
golpistas deben rendir cuentas ante la justicia por los crímenes que han
 cometido. Amnistía Internacional afirma que atacaron a la multitud 
desde helicópteros. "Eso es lo que tiene que ser, justicia", indica 
Gargner. También deberán rendir cuentas aquellos civiles que, bajo la 
atenta mirada de los agentes de policía, atacaron a soldados que iban 
desarmados.
La "justicia" no tiene nada que ver con 
mantener a los arrestados incomunicados en centros de detención que no 
son los oficiales. No tiene nada que ver con darles un trato degradante 
durante la detención, como se desprende de las fotografías de soldados 
acusados de haber participado en la intentona de golpe, con moratones y 
heridas en la cara. Bajo ningún concepto "justicia" implica la 
reinstauración de la pena de muerte, como han avanzado algunos altos 
cargos del gobierno. La duración de las condenas también tiene que ser 
proporcionada. Entre los 7.500 detenidos se encuentran muchos jueces y 
fiscales. No son sospechosos de haber participado en el intento golpista
 sino que están siendo interrogados a causa de su ideología política.
Nuestros aliados turcos utilizan la intentona de golpe de Estado como 
excusa para llevar a cabo una purga masiva de más de 50.000 personas, 
entre las que se encuentran profesores y decanos universitarios. A 
muchos periodistas les han revocado la acreditación de prensa y no 
pueden trabajar.
"Se está convirtiendo en un castigo 
colectivo", afirma Özsoy: "La represión se está expandiendo y afectará a
 toda persona que no apoye al gobierno". Como señala Gardner, se los 
discrimina en base a sus opiniones políticas. Todas las víctimas de la 
purga sufrirán las consecuencias en carne propia, con condenas o con la 
pérdida de su medio de subsistencia. También sufrirán las consecuencias 
la ya de por sí maltratada democracia turca, el sistema laico y la paz y
 la seguridad. "El país está al borde de una guerra civil", alerta 
Özsoy. Occidente cree que mirando hacia otro lado obtendrá favores del 
gobierno, especialmente en lo relativo a los refugiados. Sin embargo, 
como señala el HDP, ¿a qué precio? Si Turquía cae presa de la 
polarización política, la violencia y el conflicto, en especial con los 
guerrilleros kurdos, ¿cuáles serán las consecuencias no solo para el 
país sino también para Europa y Oriente Medio? El intento de terminar 
con la oposición en Turquía tal vez no será un proceso tan limpio como 
afirman los matones de Erdogan.
Y es precisamente en 
este punto donde el papel a desempeñar por el Reino Unido y Occidente es
 crucial. Siempre que se habla de la actitud de los aliados de Occidente
 frente a determinadas acciones de los países aliados y se cuestiona su 
responsabilidad, la respuesta suele ser relativista: ¿Y qué hay de las 
acciones mucho más condenables de regímenes cuya enemistad con Occidente
 es más que conocida, como Corea del Norte? ¿Por qué no hay protestas 
ante la embajada de Corea del Norte en Londres?
Nuestros gobiernos no son los cómplices del totalitarismo de Corea del 
Norte. No proporcionan armas a los dictadores del país, no los apoyan y 
tampoco son sus aliados. De hecho, nuestros gobiernos a menudo condenan 
las violaciones de derechos humanos de este país.
En 
cambio, cuando tienen que lidiar con las acciones de aliados como 
Turquía nuestros gobiernos no logran condenarlos públicamente y mucho 
menos impulsan medidas para que estos actos tengan consecuencias para 
sus responsables. Si nosotros, como ciudadanos, presionamos a nuestros 
gobiernos para que no se queden de brazos cruzados cuando un país como 
por ejemplo Turquía, Israel o Arabia Saudí comete una violación de los 
derechos humanos, tal vez exista la posibilidad de propiciar el cambio.
Con demasiada frecuencia, la política occidental apuesta por la 
"estabilidad" en detrimento de la democracia. Los aliados occidentales 
de Turquía tienen la responsabilidad de defender los derechos y 
libertades fundamentales y de apoyar el proceso de democratización de 
los países aliados. No hacerlo pone en riesgo la paz y la seguridad 
mundiales. Tal vez estos sean tiempos convulsos y se cometan muchas 
injusticias, pero si crees en los valores democráticos y en los derechos
 humanos tienes la responsabilidad de pedirle a tu gobierno que defienda
 estos principios.

 
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