Entrevista Michel Foucault por Gilles Deleuze. “Microfísica del Poder”.
Michel Foucault:
Un mao me decía: «entiendo bien por qué Sartre está con nosotros, por
qué hace política y en qué sentido la hace: respecto a ti, en último
término, comprendo un poco: tú has planteado siempre el problema del
encierro. Pero Deleuze verdaderamente no lo entiendo». Esta cuestión me
ha sorprendido enormemente porque a mí esto me parece muy claro.
Gilles Deleuze:
Se debe posiblemente a que estamos viviendo de una nueva manera las
relaciones teoría–práctica. La práctica se concebía tanto como una
aplicación de la teoría, como una consecuencia, tanto al contrario como
debiendo inspirar la teoría, como siendo ella misma creadora de una
forma de teoría futura. De todos modos se concebían sus relaciones bajo
la forma de un proceso de totalización, en un sentido o en el otro. Es
posible que, para nosotros, la cuestión se plantee de otro modo. Las
relaciones teoría–práctica son mucho más parciales y fragmentarias. Por
una parte una teoría es siempre local, relativa a un campo pequeño, y
puede tener su aplicación en otro dominio más o menos lejano. La
relación de aplicación no es nunca de semejanza. Por otra parte, desde
el momento en que la teoría se incrusta en su propio dominio se enfrenta
con obstáculos, barreras, choques que hacen necesario que sea relevada
por otro tipo de discurso (es este otro tipo el que hace pasar
eventualmente a un dominio diferente). La práctica es un conjunto de
conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría un empalme de una
práctica con otra. Ninguna teoría puede desarrollarse sin encontrar una
especie de muro, y se precisa la práctica para agujerearlo. Por ejemplo,
usted; usted ha comenzado por analizar teóricamente un modo de encierro
como el manicomio en el siglo XIX en la sociedad capitalista. Después
desembocó en la necesidad de que personas precisamente encerradas se
pusiesen a hablar por su cuenta, que operasen una conexión (o bien al
contrario es usted quien estaba en conexión con ellos), y esas personas
se encuentran en las prisiones, están en las prisiones. Cuando usted
organizó el grupo de información sobre las prisiones fue sobre esta
base: instaurar las condiciones en la que los prisioneros pudiesen ellos
mismos hablar. Sería completamente falso decir, como parecía decir el
mao, que usted pasaba a la práctica aplicando sus teorías. No había en
su trabajo ni aplicación, ni proyecto de reforma, ni encuesta en el
sentido tradicional. Había algo muy distinto: un sistema de conexión en
un conjunto, en una multiplicidad de piezas y de pedazos a la vez
teóricos y prácticos. Para nosotros el intelectual teórico ha dejado de
ser un sujeto, una conciencia representante o representativa.
Los que
actúan y los que luchan han dejado de ser representados ya sea por un
partido, ya sea por un sindicato que se arrogaría a su vez el derecho de
ser su conciencia. ¿Quién habla y quién actúa? Es siempre una
multiplicidad, incluso en la
persona, quien habla o quien actúa. Somos todos grupúsculos. No existe
ya la representación, no hay más que acción, acción de teoría, acción de
práctica en relaciones de conexión o de redes.
M. F.:
Me parece que la politización de un intelectual se hace
tradicionalmente a partir de dos cosas: su posición de intelectual en la
sociedad burguesa, en el sistema de la producción capitalista, en la
ideología que ésta produce o impone (ser explotado, reducido a la
miseria, rechazado, «maldito», acusado de subversión, de inmoralidad,
etc.); su propio discurso en tanto que revelador de una cierta verdad,
descubridor de relaciones políticas allí donde éstas no eran percibidas.
Estas dos formas de politización no eran extrañas la una a la otra,
pero tampoco coincidían forzosamente. Había el tipo del «maldito» y el
tipo del “socialista”.
Estas dos politizaciones se confundirían
fácilmente en ciertos momentos de reacción violenta por parte del poder,
después del 48, después de la Comuna, después de 1940: el intelectual
era rechazado, perseguido en el momento mismo en que las «cosas»
aparecían en su «verdad», en el momento en que no era preciso decir que
el rey estaba desnudo. El intelectual decía lo verdadero a quienes a aun
no lo veían y en nombre de aquellos que no podían decirlo: conciencia y
elocuencia.
Ahora bien,
lo que los intelectuales han descubierto después de la avalancha
reciente que las masas no tienen necesidad de ellos para saber; saben
claramente, perfectamente, mucho mejor que ellos; y lo afirman
extremadamente bien. Pero existe un sistema de poder que obstaculiza,
que prohibe, que invalida ese discurso y ese saber. Poder que no está
solamente en las instancias superiores de la censura, sino que se hunde
más profundamente, más sutilmente en toda la malla de la sociedad. Ellos
mismos, intelectuales, forman parte de ese sistema de poder, la idea de
que son los agentes de la «conciencia» y del discurso pertenece a este
sistema. El papel del intelectual no es el de situarse «un poco en
avance o un poco al margen» para decir la muda verdad de todos; es ante
todo luchar contra las formas de poder allí donde éste es a la vez el
objeto y el instrumento: en el orden del «saber», de la «verdad», de la
«conciencia» del «discurso».
Es en esto
en lo que la teoría no expresa; no traduce, no aplica una práctica; es
una práctica. Pero local y regional, como usted dice: no totalizadora.
Lucha contra el poder, lucha para hacerlo aparecer y golpearlo allí
donde es más invisible y más insidioso. Lucha no por una «toma de
conciencia» (hace tiempo que la conciencia como saber a sido adquirida
por las masas, y que la conciencia como sujeto ha sido tomada, ocupada
por la burguesía), sino por la infiltración y la toma de poder, al lado,
con todos aquellos que luchan por esto, y no retirado para darles luz.
Una «teoría» es el sistema regional de esta lucha.
G.D.:
Eso es, una teoría es exactamente como una caja de herramientas.
Ninguna relación con el significante… Es preciso que sirva, que
funcione. Y no para uno mismo. Si no hay personas para utilizarla,
comenzando por el teórico mismo, que deja entonces de ser teórico, es
que no vale nada, o que el momento no llegó aún. No se vuelve sobre una
teoría, se hacen otras, hay otras a hacer. Es curioso que sea un
autor que pasa por un puro intelectual, Poust quien lo haya dicho tan
claramente: tratad mi libro como un par de lentes dirigidos hacia el
exterior, y bien, si no os sirven tomad otros, encontrad vosotros mismos
vuestro aparato que es necesariamente un aparato de combate. La teoría
no se totaliza, se multiplica y multiplica. Es el poder quien por
naturaleza opera totalizaciones, y usted, usted dice exactamente: la
teoría por naturaleza esta contra el poder. Desde que una teoría se
incrusta en tal o cual punto se enfrenta a la imposibilidad de tener la
menor consecuencia práctica, sin que tenga lugar una explosión. incluso
en otro punto. Por esto la noción de reforma es tan estúpida como
hipócrita. O bien la reforma es realizada por personas que se pretenden
representativas y que hacen profesión de hablar por los otros, en su
nombre, y entonces es un remodelamiento del poder, una distribución del
poder que va acompañada de una represión acentuada; o bien es una
reforma, reclamada. exigida. por aquellos a quienes concierne y entonces
deja de ser una reforma es una acción revolucionaria que, desde el
fondo de su carácter parcial está determinada o a poner en entredicho la
totalidad del poder y de su jerarquía. Es evidente en el caso de las
prisiones: la más minúscula, la más modesta reivindicación de los
prisioneros basta para desinflar la pseudo-reforma PIeven. Si los niños
consiguen que se oigan sus protestas en una Maternal, o incluso
simplemente sus preguntas, esto sería suficiente para producir una
explosión en el conjunto del sistema de la enseñanza: verdaderamente,
este sistema en el que vivimos no puede soporta nada: de ahí su
fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su fuerza de
represión global. A mi juicio usted ha sido el primero en enseñarnos
algo fundamental, a la vez en sus libros y en un terreno práctico: la
indignidad de hablar por los otros. Quiero decir: la representación
provoca la risa, se decía que había terminado pero no se sacaba la
consecuencia de esta reconversión «teórica» —a saber, que la teoría
exigía que las personas concernidas hablasen al fin prácticamente por su
cuenta.
M. F.:
Y cuando los prisioneros se pusieron a hablar, tenían una teoría de la
prisión, de la penalidad, de la justicia. Esta especie de discurso
contra el poder, este contradiscurso mantenido por los prisioneros o por
aquellos a quienes se llama delincuentes es en realidad lo importante, y
no una teoría sobre la delincuencia. El problema de la prisión es un
problema local y marginal puesto que no pasan más de 100.000 personas
cada año por las prisiones; en total actualmente en Francia hay
probablemente 300 ó 400.000 personas que pasaron por la prisión. Ahora
bien, este problema marginal sacude a la gente. Me ha sorprendido ver
que se pudiesen interesar por el problema de las prisiones tantas
personas que no estaban en prisión; me ha sorprendido que tanta gente
que no estaba predestinada a escuchar este discurso de los detenidos, lo
haya finalmente escuchado. ¿Cómo explicarlo? ¿No será porque de un modo
general el sistema penal es la forma. en la que el poder como poder, se
muestra del modo más manifiesto? Meter a alguien en prisión encerrarlo,
privarlo de comida, de calefacción, impedirle salir hacer el amor…,
etc., ahí está la manifestación del poder más delirante que se puede
imaginar. El otro día hablaba con una mujer que había estado en prisión y
ella decía: «cuando se piensa que a
mí, que tengo cuarenta años, se me ha castigado un día en prisión
poniéndome a pan sólo». Lo que me llama la atención en esta historia es
no solamente la puerilidad del ejercicio del poder, sino también el
cinismo con el que se ejerce como poder, bajo la forma más arcaica, la
más pueril, la más infantil. Reducir a alguien a pan y agua, eso se nos
enseña de pequeños. La prisión es el único lugar en el que el poder
puede manifestarse de forma desnuda, en sus dimensiones más excesivas, y
justificarse como poder moral. «Tengo razón para castigar puesto que
sabéis que es mezquino robar, matar…». Es esto lo que es fascinante en
las prisiones, que por una vez el poder no se oculta, no se enmascara,
se muestra como tiranía llevada hasta los más ínfimos detalles, poder
cínico y al mismo tiempo puro, enteramente «justificado» ya que puede
formularse enteramente en el interior de una moral que enmarca su
ejercicio: su tiranía salvaje aparece entonces como dominación serena
del Bien sobre el Mal, del orden sobre el desorden.
G. D.:
Al mismo tiempo lo inverso es igualmente verdad. No son solamente los
prisioneros los que son tratados como niños, sino los niños como
prisioneros. Los niños sufren una infantilización que no es la suya. En
este sentido es cierto que las escuelas son un poco prisiones, las
fábricas son mucho más prisiones. Basta con ver la entrada en Renault. O
en otros sitios: tres bonos para hacer pipi en el día. Usted ha
encontrado un texto de Jeremias Bentham en el siglo XVIII que
precisamente propone una reforma de las prisiones: en nombre de esta
alta reforma, establece un sistema circular que hace a la vez que la
prisión renovada sirva de modelo, y que se pase insensiblemente de la
escuela a la manufactura, de la manufactura a la prisión e inversamente.
Es esto la esencia del reformismo, de la representación reformada. Al
contrario, cuando las gentes a otra semejante invertida, no oponen una
representatividad a la falsa representatividad del poder. Por ejemplo,
recuerdo que usted decía que no existe justicia popular contra la
justicia, eso sucede a otro nivel.
M. F.:
Pienso que, bajo el odio que el pueblo tiene a la justicia, a los
jueces, a los tribunales, a las prisiones, no es conveniente ver
solamente la idea de otra justicia mejor, más justa, sino, y en primer
lugar, y ante todo, la percepción de un punto singular en el que el
poder se ejerce a expensas del pueblo. La lucha anti-judicial es una
lucha contra el Poder. no creo que esto sea una lucha contra las
injusticias, contra las injusticias de la justicia, y por un mejor
funcionamiento de la institución judicial. Es asimismo sorprendente que
cada vez que ha habido motines, revueltas y sediciones, el aparato
judicial ha sido el blanco, al mismo tiempo y al mismo título que el
aparato fiscal, el ejército y las otras formas de poder. Mi hipótesis,
pero no es más que una hipótesis, es que los tribunales populares, por
ejemplo en el momento de la Revolución. han sido una manera, utilizada
por la pequeña burguesía aliada a las masas, para recuperar, para
recobrar el movimiento de lucha contra la justicia. Y para recobrarlo.
se ha propuesto este sistema de tribunal que se refiere a una justicia
que podría ser justa, a un juez que podría dictar una sentencia justa. La forma misma del tribunal pertenece a una ideología de la justicia que es la de la burguesía.......Más información http://ssociologos.com/2013/04/21/entrevista-a-michel-foucault-los-intelectuales-y-el-poder/
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