Varios torturados durante el franquismo narran las torturas a las que fueron sometidos por la policía española en Asturias.
La Justicia española ha devuelto recientemente el pasaporte a "Billy, El Niño", policía español acusado por torturas por la Justicia argentina, que pide su extradición para ser juzgado allí por sus crímenes ante la falta de procesos judiciales en España.
De forma similar a la violación, la tortura constituye un crimen
estigmatizador que pesa sobre las víctimas, creando una situación de
doble injusticia en la que a las vejaciones sufridas se añade el
carácter vergonzante que puede llegar a tener para quienes la sufrieron.
Cuando hechos tales suceden en el marco de una dictadura, la acción
legal en busca de justicia para las víctimas y castigo para los
torturadores resulta inviable. Pero incluso más allá de la pervivencia
de un régimen dictatorial, del trauma que representa una experiencia de
este tipo y del silencio a que frecuentemente da lugar se deriva la
impunidad de los perpetradores, no ya en el plano judicial sino también
en el social. De este modo, quienes han violado reiteradamente los
derechos humanos pueden aparecer como probos servidores del Estado y
eficientes funcionarios sin tacha, en tanto que sus víctimas arrastran, a
menudo para el resto de sus vidas, la merma de autoestima y la ausencia
de reconocimiento y de reparación.
Contrarrestar estos fenómenos requiere una labor de restitución de la
verdad, documentando históricamente los hechos con el debido rigor,
afirmando socialmente una memoria reparadora de la injusticia,
reivindicando el sufrimiento de las víctimas y otorgándoles la palabra
para que puedan hacer oír su voz. Si son portadores de un trauma
acrecentado por el silencio y el olvido, cabe apelar al poder
terapéutico de la palabra como medio de superación. Y, al mismo tiempo,
realizar socialmente un ejercicio de higiene democrática.
No hay comentarios:
Publicar un comentario