domingo, 20 de abril de 2014

Atenas: entre la crisis y los dioses

JORDI SOCÍAS

Una de las reglas fundamentales del buen periodista dice que, por tratarse de un recurso elemental y facilón, nunca hay que entrevistar al taxista que te lleva del aeropuerto al hotel, pero como Vassilis, el hombre que conduce por la carretera rumbo a Atenas, es filósofo, considero que esa regla de oro no se aplica y le lanzo una nutrida batería de preguntas. Antes de la crisis Vassilis era profesor en la universidad y ahora, para sobrevivir, no ha tenido más remedio que ponerse detrás del volante. En el trayecto del aeropuerto a la ciudad me cuenta que, en los últimos cinco años, el número de taxis que había en Atenas se ha reducido a la mitad y que él, con mucha frecuencia, da vueltas durante dos o tres horas antes de encontrar un pasajero. “Los atenienses ya no viajan en taxi”, me dice, “se ha convertido en un medio de transporte para turistas y para ricos”.

El taxi baja por una de las colinas que rodean Atenas y la ciudad empieza a brotar por todas partes, abigarrada, caótica, con un tráfico intenso y un humo espeso que me remite inmediatamente a la Ciudad de México. El humo ha ganado densidad durante el invierno porque el precio del gasoil, para echar a andar la calefacción, ha aumentado el 48% y la gente ha tenido que optar por calentar sus casas quemando madera en la chimenea, y esto produce una gruesa nube de esmog que, cuando no sopla el viento, se instala encima de la ciudad y multiplica por tres la concentración en el aire de monóxido de carbono y dióxido de azufre. Mientras el filósofo intenta una maniobra barroca para sacar el taxi del nudo de automóviles en el que hemos quedado atrapados, le pregunto que cuál es su perspectiva de la aguda crisis griega. “Vivimos como si estuviéramos en guerra”, dice, dedicándome una mirada filosófica por el espejo retrovisor, en la que me apoyo para preguntarle que, dentro de esa guerra que él vislumbra, ¿quién es el enemigo? “Los bancos y los ricos”, responde inmediatamente, y en cuanto pregunto si ve alguna solución, y sugiero que quizá un Gobierno de izquierdas, encabezado por Alexis Tsipras, conseguiría un panorama social menos asfixiante, el filósofo remata: “La única salida posible es la revolución”.

Grecia, que en enero asumió la presidencia semestral de la Unión Europea, lleva seis años en recesión, tiene una tasa de paro del 27,4% y 3,8 millones de personas en situación de pobreza o exclusión social. Ha recibido dos rescates, en 2010 y en 2012, la economía se ha contraído un 25% y, aunque el primer ministro, Antonis Samarás, y su Gobierno esperan un crecimiento de entre el 0,6% y el 1,5% durante 2014, se prevé que Grecia necesitará, a más tardar en mayo, una nueva inyección financiera. De los 11 millones de habitantes que tiene el país, más de tres no tienen acceso a la sanidad pública y los que lo tienen se encuentran con hospitales colapsados, sin camas, ni médicos, ni medicamentos suficientes. Debido a la escasez de jeringuillas, que los yonquis ahora tienen que reciclar, más la falta de condones ha aumentado el índice de infectados de VIH un 200% desde 2011, y además la malaria ha regresado a Grecia por primera vez en cuarenta años, porque el Gobierno no tiene recursos para erradicar al mosquito que la transmite. Entre 2007 y 2011 el número de suicidios en Grecia se incrementó el 45%.

El panorama es negro, espeso como la nube de esmog que cubre Atenas. Ante este paisaje apocalíptico, entre los desastrosos datos económicos que dibujan la ruina del país, las declaraciones contradictorias de los políticos y las notas periodísticas sobre la crisis griega que aparecen cada día en los periódicos de todo el mundo, es difícil encontrar un hilo narrativo que nos permita vislumbrar la verdadera dimensión del caos, el tamaño real de la crisis. Un coro de voces y una colección de imágenes nos pueden dar una pista sobre lo que sucede en Atenas, y sobre lo que está por venir, porque después de caminar durante una semana de arriba abajo por la ciudad, queda claro que el canon para medir a Grecia no puede ser exclusivamente el económico, basta husmear por los barrios y los mercadillos de la periferia de Atenas para percibir que la crisis no va simplemente a remitir, sino que va a dar origen a una nueva forma de vida, donde las jerarquías económicas, políticas y sociales van a tener que reajustarse.
 
“La gente ha dejado de protestar, ha entendido que la fase de protesta colectiva está agotada y ahora cada quien busca una solución personal a su crisis”, dice Fedro, que tiene un puesto de verduras en un mercadillo de la periferia de la ciudad, y que, según el día, participa de la economía alternativa que ha despertado con la crisis: el trueque, el préstamo, el intercambio de mercancías o de servicios. En los mercadillos de la ciudad se ven puestos con detergentes o jabones fabricados en un garaje, con naranjas y patatas cultivadas en el jardín, y unas mesas enormes llenas de esa mala yerba que en España se desecha y que en Grecia forma parte de la cocina tradicional. Se venden solo los productos de la temporada y se exhiben tal cual han salido de la tierra, hay pepinos torcidos, naranjas todavía pegadas a su rama, patatas contrahechas, una estética, digamos, natural, que sumada al ciclo de las frutas y las verduras, que también se observa en restaurantes y supermercados, nos pinta un pueblo muy apegado a los ciclos de la tierra, esos que quedaron representados y asentados en la mitología griega y que todavía marcan los hábitos de los atenienses y además, me parece, a la hora de una crisis brutal como la que vive el país, los ciclos de la tierra funcionan como base, como asidero, como principio de normalidad.

La crisis también ha modificado los horarios de los mercadillos, según Delia, que tiene un puesto de recipientes para curar aceitunas y garrafas de plástico para almacenar el vino, la clientela asiste cada vez más tarde, “porque los precios de los productos van disminuyendo conforme se acerca la hora de cerrar”.
Basta caminar unas horas por Atenas, oler las especias, oír la música y los gritos de los comerciantes del zoco, ver los rostros y la manera de conducirse de la gente, para darse cuenta de que la cuna de Occidente está, en realidad, en Oriente.

En los restaurantes y en los bares de Atenas todavía se fuma, la pésima cobertura de la red de telefonía móvil, que hace que los comensales se desentiendan del teléfono, propicia conversaciones en las mesas, que siempre son a gritos y generalmente de política. A bordo de los automóviles el uso del cinturón de seguridad es optativo y en las avenidas los pasos de cebra son meras sugerencias.

La cultura que define a Europa proviene de Grecia, de ahí viene la ciencia, la filosofía, las matemáticas, y no sería raro que al final de esta crisis descubramos que en Grecia, que hoy es un laboratorio en donde se modela otro tipo de sociedad, se han redefinido los parámetros del continente, y que en el origen del nombre, en ese episodio en el que Europa, una mujer fenicia que es raptada por un toro blanco, que es Zeus, estaba ya esta cifra del futuro: Europa pendiente de Grecia se encuentra, de cierta forma, nuevamente secuestrada por el toro blanco.

Basta caminar unos días por Atenas para darse cuenta de que medir a Grecia exclusivamente con el canon económico es una insensatez y una canallada, se trata de una sociedad llena de valores solares y de esas estrategias para disfrutar de la vida que al final tanto envidian los europeos del norte. ¿Está Grecia al borde del colapso? ¿Será un Estado fallido?, ya se verá, pero lo que es cierto es que se trata de un país del que Europa no puede prescindir.

Como primera medida, propongo a Jordi Socías, el fotógrafo que me acompaña en las caminatas por Atenas, que evitemos el Partenón, los Propileos, el Teatro de Dionisos, y nos concentrémonos en las pequeñas historias, en buscar ese sutil hilo narrativo que nos vaya pintando un panorama de la crisis. Babis, un profesor de Ciencias Políticas que hace fotos en bodas y bautizos para sobrevivir, dice que frente a la crisis su objetivo es “intentar mantener la calidad en ciertos aspectos de la vida” y cree que la situación poco a poco tendrá que mejorar. Cuando le pregunto si cree que un cambio de Gobierno, pensando otra vez en el izquierdista Alexis Tsipras, mejoraría las cosas, responde: “Tsipras está bien, pero no puede solo, necesitaría el apoyo de todos los partidos europeos de izquierdas”.

En Psiri, un barrio en donde abundan los comerciantes, llamados por la melodía de un acordeonista melancólico, bajamos hasta una taberna de obreros, burócratas de corbata, vecinos del barrio, un agujero lleno de humo y toneles de vino, con luz precaria y lepra en las paredes. Dánae, que hace dos años trabajaba en una empresa farmacéutica y desde entonces se encuentra en el paro, nos cuenta que su hija estudió en Barcelona y que ahora ha encontrado un empleo en Londres, “porque aquí no hay manera de ganarse la vida”, dice. Pedimos lo que hay, vino, sardinas, garbanzos, unas yerbas exquisitas que bien podrían ser cardos, y mientras comemos descubrimos en una de las mesas del fondo a Yorgos Kaminis, el alcalde de Atenas. Cinco minutos más tarde me acerco a hablar con él, le explico en inglés de dónde vengo y qué estoy haciendo en Atenas, y él responde en un español impecable que España es un país fundamental para él porque estudió en Madrid.

Kaminis nació en Nueva York y fue el Defensor del Pueblo en Atenas antes de presentarse como independiente a la alcaldía, respaldado por partidos de izquierda como Pasok o Izquierda Democrática. Hace un año fue noticia porque se enfrentó al partido de extrema derecha Amanecer Dorado; el diputado, y bajista de un conocido grupo de black metal, Yorgos Germenis, pretendía repartir comida para celebrar el Jueves Santo ortodoxo en la plaza del Sintagma, el epicentro de la vida política de Atenas; el reparto tenía la particularidad de que era exclusivamente para griegos que pudieran comprobar su nacionalidad con un carné, y el alcalde, fundamentado en que no habían solicitado autorización para realizarlo, lo impidió.


Dos Puertas, en Psiri, donde se mezclan obreros, burócratas, y donde puede encontrarse incluso al alcalde. / JORDI SOCÍAS

Amanecer Dorado tiene su cuartel general en un edificio situado en una importante avenida, que tiene una escalofriante fachada cubierta de consignas y parafernalia nazi. “Cuesta trabajo digerir que ese edificio esté en una capital europea, en la cuna de Europa”, le digo al alcalde al día siguiente, en su oficina, y Kaminis explica que es un partido que cuenta con 18 diputados en el Parlamento, y que incluso un número significativo de policías vota por ellos. El factor que ha disparado la popularidad de la extrema derecha es la larga crisis que arrastra Grecia, que por otra parte también ha dejado a la intemperie un montón de casos de corrupción gubernamental, a varios niveles y en distintos ministerios, y de paso ha evidenciado las costumbres y los usos griegos a la hora de comparar las horas que se invierten en el trabajo y los resultados que ese tiempo produce.

Cosco, una compañía naviera que pertenece al Gobierno de China, alquiló la mitad del puerto de Atenas y en muy poco tiempo la ha hecho mucho más productiva que la otra mitad que sigue en manos de una empresa griega, y que deja menos ganancias y ofrece menos puestos de trabajo. La compañía china pretende expandirse dentro del puerto y, a la vista de los resultados, no es difícil que en el futuro esa puerta crucial de entrada a Europa esté controlada por los chinos. Le pregunto al alcalde sobre esto, y le hago ver que en ese momento, en el salón que está al lado de su oficina, tiene lugar una reunión entre un grupo de chinos y media docena de funcionarios del Ayuntamiento. “Quizá vienen a alquilar la Acrópolis”, le digo, y él puntualiza que Pireo, la ciudad donde está el puerto de Atenas, no pertenece a su alcaldía, pero que, en todo caso, “no hay ninguna razón para impedir la mundialización”, y cuando le pregunto sobre el malestar de la gente, sobre la forma en que ha golpeado la crisis a las familias de Atenas, dice que se trata de “un pueblo con mucho valor al que los políticos han decepcionado”.

Los años de crisis han dejado en Atenas un velo, un look, un fantasma de decadencia, no es una ciudad ruinosa sino descuidada, con la basura desbordando de los contenedores y una cantidad salvaje de grafitis; está mal iluminada y a los edificios y al mobiliario urbano hace años que les hace falta una intervención. En la zona de Exarchia, el barrio de los anarquistas, hay un despliegue policial que parece desmesurado, la vida bulle por las calles de este barrio lleno de bares, restaurantes y pequeños negocios de una manera inexplicable si se contrasta su alegría con los deprimentes datos económicos que asfixian el país y, sobre todo, en ningún momento se tiene la sensación de peligro o de inseguridad, la gente pasea por la calle y vive la vida con gran desenfado, lo mismo que en la mayoría de los barrios que visitamos. Por ejemplo, en el mercado central de Atenas hay un sitio que se llama Stoa Athanaton (la arcada de los inmortales), un auténtico templo de la música griega al que los atenienses acuden, a partir del mediodía y hasta altas horas de la noche, a bailar con grupos que tocan una contagiosa música rebética, que es el tango o el blues de las zonas marginales de la ciudad.

En el barrio anarquista pregunto al dueño de una tienda de bolsos, angustiosamente vacía, que cómo hace para sortear la crisis, y él responde: “No la sorteo, mantenemos la tienda con el sueldo de mi mujer, con la ilusión de tener algo cuando mejore la situación”. La policía es un cuerpo amenazante y omnipresente, una legión de individuos armados hasta los dientes, que se esparce por toda la ciudad, con énfasis en este barrio, en donde tienen aparcado un siniestro autobús gris que les sirve de cuartel móvil. Ahí, al lado del autobús siniestro, mientras el Olympiacos se jugaba la clasificación en la Champions contra el Manchester United, en uno de esos bares en donde los atenienses le dan la espalda a la crisis, hablé con Petros Babasikas, un talentoso arquitecto, que sobrevive dando clases en una universidad que está a dos horas de Atenas, y que pertenece a un colectivo de artistas, escritores, fotógrafos y arquitectos que se llama The Depression Era Project (el proyecto de la era de la depresión), y que trata de documentar la crisis, de narrarla desde diversos puntos de vista, casi siempre artísticos, con la idea central de que esta no va a acabarse sino que tendrán que acostumbrarse a vivir con ella. A los integrantes de este colectivo les queda claro que su país, y el mundo en general, ha cambiado, que nada volverá a ser lo que fue, y que es necesario aprender a vivir en esta nueva era. Están convencidos de que “la entropía, el desastre, la incertidumbre y la insolvencia son también estados mentales que nos conducen a una era en la que la noción de progreso, la idea de crecimiento y el reflejo de mirar hacia el futuro ya no son las formas dominantes ni de percibir ni de crear en el mundo”.

El arquitecto Petros mira Atenas como un palimpsesto, como una serie de capas superpuestas debajo de las cuales la ciudad guarda su identidad múltiple; “está a salvo y nadie lo sabe”. Y yo recuerdo esas líneas de Cavafis, que sitúan a Grecia más allá de la crisis, más allá de la troika y de la Unión Europea, más allá del tiempo: “El que hayamos despedazado sus estatuas, el que los hayamos arrojado de sus templos, no significa que hayan muerto los dioses”.


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