domingo, 2 de junio de 2013

Asociaciones

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Robbin y yo descubrimos que ambos hemos estado pensando en el pequeño Ceratophyllum que habíamos visto cerca del arroyo, con su preciosa carga simbiótica, la bacteria fijadora del nitrógeno. Estamos inmersos en nitrógeno, las cuatro quintas partes de la atmósfera son nitrógeno. Todos, animales, plantas y hongos por igual, necesitamos manufacturar ácidos nucleicos, aminoácidos, péptidos, pero ningún organismo, salvo las bacterias, puede utilizarlo directamente, por lo que todos dependemos de esas bacterias fijadoras del nitrógeno para convertir el nitrógeno atmosférico en unas formas nitrogenadas que los demás podamos utilizar. Sin este proceso, la vida en la Tierra no habría llegado muy lejos.
  El cultivo intensivo de una especie vegetal tiende a consumir con rapidez el nitrógeno del suelo, pero los mesoamericanos descubrieron pronto, al igual que otros pueblos agrícolas, por el método de los tanteos y la experimentación, que cultivar judías o guisantes junto con el trigo ayudaba a restablecer con más rapidez el nitrógeno del suelo. (También descubrieron que los alisos, aunque no son legumbres, pueden fertilizar y enriquecer el suelo de manera similar, posibilitando un cultivo más intenso de otros vegetales. La plantación de alisos ya formaba parte de la agricultura mexicana hacia el año 300 a.C.) como el trébol, la alfalfa y el altramuz, se cultivaban para usarlos como forraje, y estas especies eran incluso más eficaces para restaurar el nitrógeno del suelo que los guisantes o las judías.
  Nuestro compañero, cada vez más entusiasmado por su tema, sigue diciendo que en China y Vietnam el gran restaurador no es una legumbre, no es en absoluto una planta con flores, sino un minúsculo helecho acuático Azolla,, que absorbe y vive con una cianobacteria fijadora de nitrógeno, Anabaena azollae. El arroz sumergido a medias en los arrozales, crece con mucho más vigor si se introduce Azolla en el barro: en Vietnam lo llaman estiércol verde
  Aunque este conocimiento práctico exista desde la Edad de Piedra, nadie conocía las razones del fenómeno. Hubo que esperar al siglo XIX para que alguien descubriera que los extraños nódulos a menudo presentes en las raíces de las legumbres estaban llenos de bacterias, y que éstas, con sus enzimas especiales, podían fijar el nitrógeno atmosférico y procurárselo a la planta. Cuando esas plantas se descomponen, los compuestos de nitrógeno ya asimilables pasan al suelo.


La mayor parte de las plantas del mundo ( más del 90% de las especies conocidas) están conectadas mediante una vasta red subterránea de hifas, en una asociación simbiótica que se remonta a los mismos orígenes de las plantas terrestres, hace 400 millones de años. Estas hifas son básicas para el bienestar de las plantas, y actúan como conductos vivientes para la transmisión de agua y minerales esenciales (y tal vez también compuestos orgánicos) no sólo entre las plantas y los hongos sino también de una planta a otra. David Wolfe escribe que "sin esta frágil y sutil red de filamentos, las altísimas secuoyas, los robles, los pinos y los eucaliptos de nuestros bosques se vendrían abajo en tiempos difíciles". Y un exceso de agricultura tendría el mismo efecto, pues esos filamentos a menudo proporcionan vínculos entre especies muy diferentes, entre legumbres y cereales, por ejemplo, o entre alisos y pinos. Así las legumbres y los alisos ricos en nitrógeno no se limitan a enriquecer el suelo cuando mueren y se descomponen, sino que, a través de la red micélica o de hifas o de filamentos, pueden aportar directamente buena parte de su nitrógeno a las plantas cercanas. Unidas por esos canales subterráneos (así como por las sustancias químicas que segregan en el aire a fin de indicar la disposición sexual o avisar del ataque de un depredador, etc.), las plantas no están tan solitarias como uno pudiera imaginar, sino que forman comunidades complejas, interactivas y que se apoyan mutuamente.
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Diario de Oaxaca
Oliver Sacks

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