Tintín recibe a un sorprendido Armstrong recién llegado a la Luna. / |
A la NASA no se le había ocurrido poner en el exterior de las Gemini unos pasamanos para agarrarse como los niños se cogen a la pata de la mesa, así que Cernan las pasó canutas. El pulso se le aceleró a 180. El traje, en un más difícil todavía, se acondicionaba en aquella etapa inicial con aire caliente, así que al pobre Cernan se le empañó el cristal de la escafandra. Avanzaba a ciegas. “¿De qué os sirve ese accesorio? ¿De alacena, de caja o de escritorio?”, bromeaba sobre su nariz Cyrano. A Cernan le sirvió la suya de limpiaparabrisas, que se dice pronto. La carrera espacial fue a veces tan cómica como una carrera de sacos. Bienvenidos a bordo de un nuevo capítulo de las crónicas lunáticas. El día 20 pisamos la Luna.
Esta verídica anécdota espacial es solo una excusa para hablar de Tintín y las insensateces de su viaje a la Luna en 1950, porque aunque es cierto que es una obra referencial, repleta de profecías que 19 años más tarde se cumplieron, contiene, siendo Hergé un tipo tan obsesivo con el rigor, viñetas inverosímiles y licencias argumentales más propias de Luciano de Samosata, que por dejarlo dicho ya, fue el primer autor que allá por el siglo II de nuestra era noveló un viaje al satélite de la Tierra.
La tripulación del cohete tintinesco era, de entrada, de lo más desconcertante: Tornasol y su sordera, Tintín que se lleva a su perro, Frank Wolff, que resulta ser un saboteador, Hernández y Fernández que se cuelan a bordo por error y, antes de llegar a Haddock, que merece un punto y aparte, Jorgen Boris, un espía de la potencia rival, la filosoviética Borduria, que viaja como polizón en las bodegas. ¿Qué podía salir mal?
El espacio, sobra decirlo, no es un entorno amigable. Una buena salud es una condición indispensable. Walter Schirra protagonizó uno de los más agrios viajes de la NASA porque se resfrió, nada del otro mundo en su New Jersey natal, pero un problemón mayúsculo en el espacio, como con él se descubrió para la ciencia. Los rusos, por ejemplo, dedicaron algunos de sus primeros vuelos orbitales a comprobar si era posible ingerir alimentos en el espacio. No las tenían todas. La ausencia de gravedad no resultó ser un obstáculo. Pero la mucosidad nasal, ¡ay!, parece que sí la agradece. Schirra era el comandante de la misión Apollo 7, así que la órdenes a bordo las daba alguien a quien sus senos nasales ya no le obedecían. Los mareos y jaquecas que padeció y como ello afectó a su gestión de la misión invitan a concluir que la tripulación del cohete que Syldavia envió a la Luna en 1953, por muy Armstrong que fuera Tintín, no era la más adecuada.
Tintinólogos y tintinófilos estarán ya maldiciendo al bachi-buzuk, diplodocus y marinero de agua dulce que todo esto firma, pero todos ellos saben que los dos álbumes que Hergé dedicó al viaje a la Luna no son los más memorables del belga, aunque, eso sí, despuntan por su propósito de rigor científico. Tanto es así que, en una portada de la revista infantil Tintín, Hergé rindió un sincero homenaje a quien fue su principal fuente de inspiración, uno de los más olvidados teóricos de la exploración espacial, Alexander Ananoff, nacido en la provincia rusa de Georgia en 1910 y fallecido, con menos de los obituarios que se merecía, en 1992.
Los historiadores de la carrera no se olvidan nunca de Konstantin Tsiolkovski, nacido también en el Imperio Ruso, en 1857, al que no dudan en llamar padre de la cosmonáutica, y ciertamente era un avanzado a su época, pues no solo dio con la ecuación matemática que permite lanzar un cohete, sino que, además, fue un buen publicitario de sus teorías: “La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no se puede vivir en una cuna para siempre”.
El tratado sobre astronáutica de Ananoff, sobre la mesa de trabajode Tornasol |
Lo dicho. Sin ser el Everest profesional de Hergé, aquel doble álbum adquirió una dimensión julioverniana que pocas de las otras aventuras de Tintín adquirieron, porque fue profética. Se publicó 12 años antes de que Kennedy prometiera que Estados Unidos plantaría su bandera en la Luna antes de que concluyera la década de los 60.
PEl alunizaje del Apollo 12, ilustrado por Hergé para 'París Match' / |
Fuente: https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20190707/errores-aciertos-viaje-tintin-luna-7532898?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=cm
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