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Sobre todo desde que, señalan, en 1998 naciera en EE.UU. la ciencia de la felicidad, la psicología positiva, que, bien financiada por fundaciones y empresas, en pocos años ha introducido la felicidad en lo más alto de las agendas académicas, políticas y económicas de muchos países. Una ciencia quizá no tan sólida, más bien endeble, ni tan nueva, dicen los autores –bebe de la psicología de la adaptación o la cultura de la autoayuda–, alrededor de la cual florece una poderosa industria con terapias positivas, servicios de coaching o aplicaciones como Happify, que promete “soluciones efectivas y basadas en la ciencia para una mejor salud emocional y mayor bienestar en el siglo XXI”.
Una ciencia y una industria que venden una noción de felicidad, apuntan Illouz y Cabanas, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal”: no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales. Riqueza y pobreza, éxito y fracaso, salud y enfermedad, son fruto de nuestros propios actos. Estamos obligados a ser felices y sentirnos culpables de no sobreponernos a las dificultades. Los autores reconocen que poner la felicidad en cuestión es hoy hasta de mal gusto. Pero señalan que no escriben contra la felicidad sino contra la visión reduccionista de la buena vida que la ciencia de la felicidad predica.
Que la felicidad es hoy omnipresente es indudable. Si en Amazon había hace unos años 300 títulos con la palabra felicidad ahora hay 2.000. La ONU instituyó en el 2012 el día internacional de la Felicidad. Incluso florece una corriente de economistas como Richard Layard que se han propuesto sustituir un parámetro tan cuestionado como el PIB por índices de felicidad. Unos índices que encabeza Finlandia, y en el que España está en el puesto 36 por debajo de Arabia Saudí. David Cameron, tras anunciar en 2007 los mayores recortes de la historia de su país, decidió que era el momento para adoptar la felicidad como índice: los británicos no debían pensar sólo en meter dinero en el bolsillo, sino en lo que les hace más felices.
Cabanas, profesor de la Universidad Camilo José Cela, señala que se propone una felicidad que es “un estilo de vida que apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción, no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”.
Y advierte que “la psicología positiva lleva 20 años
diciendo que han descubierto las claves de la felicidad, pero están por
ver. Incluso dijeron que habían descubierto la fórmula de la felicidad
como si fuera una ecuación. Afirmaban que la felicidad en casi el 90% se
debe a factores personales y las circunstancias no importan. Clase,
nivel de ingresos o educativo, género, cultura, no importan. Las
circunstancias no nos hacen felices, somos nosotros, es psicológico.
Muchos se han desdicho de esa idea”.
Y el psicólogo señala que en esta nueva ciencia “no es
suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor
posible, y por eso no sólo el que lo pasa mal necesita un experto, sino
cualquiera para sacarse el máximo rendimiento, aprender nuevas técnicas
de gestión de sí mismo y obtener nuevos consejos para conocerse mejor,
ser más productivo y tener más éxito. La felicidad así es una meta en
constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y tiene
que ver siempre con una mirada hacia dentro, nos hace estar muy
ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante
vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser
atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional.
En vez de generar seres satisfechos y completos genera
happycondriacos”.
Luego, en el terreno ideológico, es una psicología conservadora.
“Propone que las soluciones a problemas estructurales tienen soluciones
individuales. Pero los trabajadores que viven en un estrés constante no
lo tienen porque no gestionen bien sus emociones, es que la situación
laboral es precaria, insegura y muy competitiva”. Justamente por eso
esta psicología positiva ha entrado con fuerza en la empresa y la
educación. “En las empresas obligan a pasar cursos de resiliencia y
mindfulness para aprender que eres tú el que ha de encontrar la forma de
estar mejor en el trabajo, de eso depende la productividad. Y en la
educación se dice que el objetivo es hacer que los alumnos sean felices.
Habría que ver qué tipo de ciudadano queremos construir. Crítico y
centrado en el conocimiento del mundo o un alumno emocional centrado en
el conocimiento de sí mismo. Es complicado que la psicología en vez de
ser una herramienta pase a dictar lo que debe ser la educación”.
Además, desactiva el cambio social. “Admiten que las
circunstancias algo influyen pero es muy costoso cambiarlas y no merece
la pena. Debes cambiarte a ti mismo. Abogan poco porque la idea de buena
vida esté relacionada con una buena vida colectiva”, dice Cabanas, y
explica qué pasa cuando la psicología positiva ataca emociones como la
ira. “Las emociones no son positivas o negativas. Tienen diferentes
funciones según la circunstancia. Y son siempre políticas. La ira puede
ser mala a veces y buena para luchar por reparar injusticias. Cuando
dices que es tóxica, desactivas una emoción política muy importante.
Cuando estamos indignados, nos ponemos las pilas.”.
En ese sentido concluye que “hoy declarar que no eres feliz es
vergonzoso, como si hubiéramos perdido el tiempo, hubiéramos hecho algo
mal, podríamos hacer algo y no lo hacemos, somos personas negativas.
Pero el concepto de felicidad no ha sido igual en la historia. El actual
tiene raíces norteamericanas. Y no tiene las claves para la buena vida.
La única buena noticia es que de esta noción de felicidad se sale. Y
hay valores más importantes:la buena vida es justa, solidaria, íntegra,
comprometida con la verdad. No es estar preocupados por nosotros mismos
todo el tiempo”.
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