De las enfermedades de la infancia no me curé de alguna: la alergia tan atroz a ser feliz en las tardes de huertos maduros y regados, cuando empezaba a doler la cualidad de desmesura inútil del deseo y deseé la fiebre, metáfora primera, ingenua y clandestina, de la otra manera de mirar. Mas la fiebre no dura y apuramos lentas convalecencias desde entonces.
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