martes, 19 de marzo de 2019

Carta al padre

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Kafka a los diez años con sus hermanas
Querido padre:
   No hace mucho me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestarte; en parte, precisamente, por el miedo que te tengo; en parte porque en la explicación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con mediana consistencia. Y si, con esta carta, intento contestar a tu pregunta por escrito, lo haré sin duda de un modo muy incompleto, porque, aun escribiendo, el miedo y sus consecuencias me atenazan al pensar en ti, y porque las dimensiones de la materia exceden con mucho los límites de mi memoria y de mi entendimiento.
   A ti, la cosa siempre se te ha antojado muy sencilla; al menos por la forma en que has hablado de ella delante de mí y, sin discriminación, delante de otras muchas personas. La veías más o menos así: durante toda tu vida has trabajado duro, lo has sacrificado todo por tus hijos, especialmente por mí; en consecuencia, yo he vivido "con todas las comodidades", he tenido plena libertad para estudiar lo que quisiera, no he tenido necesidad de preocuparme por mi alimentación o sea de preocuparme por nada; a cambio, no has exigido gratitud, conoces "la gratitud de los hijos" pero sí, al menos, algún acercamiento, alguna muestra de simpatía; en lugar de ello, siempre me he ocultado de ti, en mi habitación, con libros, con amigos alocados, con ideas excéntricas; jamás te he halado con franqueza, no he ido a ponerme junto a ti en el templo, tampoco he tenido nunca el sentido de la familia, y me he desentendido del negocio y de cualquier otro asunto tuyo; te he endosado la fábrica y luego te he dejado solo; he apoyado a Ottla* en sus caprichos y, mientras que por ti no muevo ni un dedo (ni una vez te he traído una entrada para el teatro), soy capaz de todo por los amigos. Si resumes tu juicio sobre mí, resulta que en realidad no me reprochas nada que sea precisamente indecoroso o malintencionado (con excepción, tal vez, de mis últimos proyectos de matrimonio), sino frialdad, desapego, ingratitud. Y me lo reprochas como si fuera culpa mía, como si, con un simple giro del volante, hubiese podido dar a todo ello una orientación distinta, mientras que tú, no tienes la menor culpa, ni siquiera la de haber sido demasiado bueno conmigo.
   Esta forma habitual tuya de ver las cosas la considero justa únicamente en el sentido de que yo también pienso que eres completamente inocente de nuestro distanciamiento. Pero yo no soy menos inocente que tú. Si pudiera inducirte a reconocerlo, entonces sería posible, no una especie de paz, no una suspensión, pero sí una suavización de tus incesantes reproches.
   Es curioso: tú tienes un presentimiento de lo que quiero decir. Así, por ejemplo, me decías hace poco: "Siempre he sentido inclinación por ti, aunque exteriormente no haya sido como otros padres, porque precisamente no sé fingir como lo hacen otros".Ahora bien,  padre: en conjunto, jamás he puesto en duda tu bondad para conmigo; pero tu observación me parece inexacta. No sabes fingir, es cierto, pero prentender afirmar, por esta única razón, que los otros padres fingen, o bien resulta un puro sofisma que no admite ulteriores discusiones, o bien -y yo pienso que estoy en lo cierto- una expresión velada de que algo no marcha bien entre nosotros y de que tú has sido una de las causas de ello, aunque sin culpa. Si realmente lo piensas así, estamos de acuerdo.....

*Ottilie, la menor de las tres hermanas de Kafka

Carta al padre
Franz Kafka

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