Photo by Joséluis Vázquez Doménech
La ausencia de vínculos inquebrantables, esos que anteriormente denominábamos para siempre,
se deshacen. Pero se mantiene la necesidad, el impulso de amarrar
lazos allí donde embarcan las emociones, con la diferencia de que ahora
el proceso de individualización requiere más de nosotros mismos, y de un
complemento energético para consolidar el propio esfuerzo. Sin el
respaldo anterior de las instituciones de gran poder socializador, la
autonomía esclarece aún más la sociedad de lo íntimo.
Refugiados (pero conectados), intuyendo
que no habrá ligadura que cien años dure, que no habrá garantía alguna
de perpetuidad. La exploración dentro de esta jaula de oro encierra una
excepcional paradoja: conectar sí, pero sin atar bien los términos de
cada unión, con el firme propósito de proseguir otro camino para cuando
las circunstancias se alteren.
Lo que subyace es un sentimiento de
debilidad y desprotección, donde por un lado encontramos el detonador
perfecto para buscarnos, pero por otro una balsa ligera, donde se
construye anémicamente una frágil relación para sitiarla.
Este sentimiento procede de un hecho social que se ha instaurado en nuestras relaciones y, por tanto, en nuestra psique: somos fácilmente descartables.
Así, queremos correspondernos, aunque desconfiando de hacerlo
eternamente (vestigio caduco que pesa como una losa), y pensando que
ello limitaría nuestra libertad.
Con esta situación transitamos entre el
sueño del deleite a través de “las relaciones” y la pesadilla que se
instala por las frustraciones que acarrean. Y precisamente porque
dichas comparecencias no resultan satisfactorias, escudriñamos una
nueva, deambulando constantemente entre la esperanza y el temor,
huyendo de una dependencia que parece nos disminuye.
Los suplementos de los periódicos y las
revistas semanales tienen un remanente excelente para llenar sus
columnas con profusos consejos y seducirnos con infinidad de posibilidades.
Pero son incapaces de resolver el misterio que ya se constata; hay un
deseo creciente de tocarse, y al mismo tiempo un fervor latente para que
no deje huella.
La confusión se instala en el difícil
camino que va de las parejas a las redes, del compromiso a estar en
contacto… La virtualidad tiene una fácil puerta de entrada, y un más
cómodo portón de salida (borrar un contacto responde fácilmente a la
sencilla pauta de desabastecerse de complicación alguna).
Puede deducirse de éstas líneas que es la
calidad la que está en desuso, la que se fragmenta sin remedio ante la
perenne existencia de un inestable discurso. Y cuando la calidad
desmerece se investiga en la cantidad, enamorándonos y desenamorándonos como consuelo de esa oquedad, repitiendo el suceso vulnerables al amor… y la penumbra.
Conectados (pero refugiados), intuyendo que el tiempo es otro.
joséluis vázquez doménech, sociólogo
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