Los hombres, y alguna mujer, reúnen a un importante número de caballos salvajes, que pastan y pasean en libertad durante todo el año, y, una vez en el lugar llamado 'curro', se produce ese mano a mano tan peculiar entre 'aloitadores' y caballos para raparles las crines y marcarlos a fuego.
La tradición oral sitúa el origen de esta singular práctica en una terrible peste que asoló este territorio gallego y que llevó a dos hermanas a pedir protección a San Lourenzo, patrón de la aldea, al que le entregarían como ofrenda y en señal de agradecimiento dos "bestias".
La leyenda, que permanece invariable una generación tras otra, tiene como sustento de veracidad la toponimia y la comprobación de que existió un brote de peste bubónica en la zona en el siglo XVI
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