Rosalind Franklin no recibió reconocimiento alguno por su papel en el
descubrimiento del ADN hasta después de muerte. El premio Nobel de
Química de 1944 recayó en el colega de Lise Meitner por el trabajo sobre
fisión nuclear que habían realizado de forma conjunta. El supervisor y
colega de Jocelyn Bell Burnell ganó el Premio Nobel de Física de 1974
por el descubrimiento de los púlsares, realizado por ella.
Estos son algunos ejemplos célebres del efecto Matilda, una extraña afección que provoca que las mujeres científicas sean sistemáticamente ignoradas,
se les niegue el reconocimiento de su trabajo y se las elimine de los
libros de texto y de la historia. (El término se acuñó en el ámbito de
la historia de la ciencia en referencia a una activista del siglo XIX.)
Recientemente, el efecto Matilda se ha manifestado de una forma
especialmente maligna, cuando la científica francesa Marthe Gautier
intentó una vez más que se reconociese su labor en el descubrimiento de
las causas genéticas del síndrome de Down, 50 años después de los hechos.
En 1956 se descubrió que cada célula del cuerpo humano alberga 46
cromosomas (estructuras de ADN helicoidal). Este descubrimiento abrió la
puerta a multitud de nuevas preguntas, entre ellas si un número
diferente de cromosomas podría ser la causa de enfermedades como el
síndrome de Down.
Gautier acababa de terminar su formación médica y, consciente de su posición desfavorable en París como mujer y como hija de granjero,
vio una oportunidad para demostrar su valía ante sus superiores. “Sabía
que tenía que actuar rápido, sin equivocarme y lograrlo a la primera”,
escribió en 2009, en el primer registro público de su descubrimiento.
Encontró un laboratorio en desuso y pidió un préstamo para comprar el
instrumental necesario; extraía el plasma que necesitaba para sus
experimentos de su propia sangre. Tras desarrollar nuevos métodos más
exactos, Gautier hizo su descubrimiento: los pacientes con síndrome de Down tienen 47 cromosomas
en lugar de los 46 habituales (en concreto, tres copias del cromosoma
21 en lugar de dos). Pero necesitaba confirmarlo con un microscopio más
potente que el que tenía en su improvisado laboratorio y entregó sus
muestras a Jérôme Lejeune, un becario que se había interesado por su
trabajo.
Nunca llegó a ver los resultados. De hecho, fue excluida del resto del proceso de investigación.
Cuando se publicaron los resultados en 1960, Lejeune aparecía como
primer autor y el nombre de Gautier estaba mal escrito en el manuscrito.
Fue Lejeune a quien entrevistaron los medios, quien recibió el premio
Kennedy en 1962 y quien se convirtió en profesor de citogenética, a
pesar de que fue ella quien había realizado la investigación
citogenética de la que él se llevó el mérito.
Aunque parezca increíble, Lejeune, que murió en 1994, sigue llevándose el reconocimiento desde la tumba.
Cuando Gautier hizo pública su historia en 2009, la Federación
Francesa de Genética Humana (FFGH) intentó enmendar el error. Se
organizó un encuentro el 31 de enero de 2014 para concederle una medalla
a Guatier, de 88 años, por su papel en el descubrimiento. Un
reconocimiento de una institución científica que llegaba con 54 años de
retraso.
Pero unas horas antes de la ceremonia apareció un representante de la
fundación Jérôme Lejeune con una autorización legal para grabar el
discurso de agradecimiento, con el fin de proteger la memoria del científico. Temiendo posibles represalias judiciales, la FFGH convino entregar el premio a Gautier en privado.
Los defensores de Lejeune afirmaron que no hay ninguna evidencia de
la contribución de Gautier y que se trata de su palabra contra la de él.
Una coletilla usada frecuentemente para silenciar a quienes se encuentran en una posición de desventaja. Pero es mucho más factible que se cooptase su trabajo, al igual que el de tantas otras mujeres en la ciencia.
A menudo se daba por sentado que las científicas no eran más que
peones que ejecutaban las brillantes ideas de sus consejeros. Las
mujeres tenían menos acceso a trabajos remunerados y a recursos de
laboratorio, lo que acrecentaba su papel de forasteras en la jerarquía científica.
Aunque sin duda se han producido avances, la mayoría de científicas hoy
día cuentan desgarradores relatos de contribuciones ignoradas, acoso y
sexismo. Al igual que el fantasma de Lejeuen, el efecto Matilda todavía
persigue a las mujeres en la ciencia.
Fuente: http://www.lamarea.com/2014/07/13/honores-en-vida-para-las-cientificas/
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