Creemos
que sí, pero no. Estamos, como dice Ernesto Sábato, abstraídos de la
sociedad de las relaciones humanas y nos acoplamos a la cotidianeidad de
nuestras vidas. De la televisión a las pantallas táctiles una multitud
mira atentamente. Lo importante es ver, y creernos cómo estamos
conectados a través de ese ver, que no es mirar. Observamos una realidad
creada por unos pocos y en la redistribución del microespacio que nos
asignan residimos involucrándonos en una realidad que, en cierto
sentido, carece de verdad.
Alejándonos.
La calidad de vida no se determina por el dinero y aquello de lo que
dispongo, más bien por el tiempo que me queda para disponer y la
compañía con la que he de rehacer (restaurar todo aquello que perdí
mientras buscaba el camino de mis fondos y perdía aliento al regresar).
Con una
facilidad que debería hacernos interrogar accedemos a todo, y
convencidos de una mejora en la calidad de nuestras vidas somos capaces
de olvidar con quien hablé ayer… ¿En qué red social, comunicándome sin
descanso, perdí a mi interlocutor? ¿Dónde delegué el sonido de la
lluvia, del viento y de los mares? ¿Quién me sigue, sin tan siquiera
saber quién soy?
Es posible
que nuestro sentido de la independencia haya hecho olvidar la
importancia que conlleva estar pendiente de aquello que nos rodea y,
sobre todo, de quienes nos rodean. Los vínculos se van fragmentado, y la
globalización termina por descentralizarnos y sumirnos en su
despreocupada uniformidad.
Las nuevas
herramientas de comunicación asemejan la puerta de salida de emergencia
a nuestras soledades o incluso nuestras carencias, pero se convierten
sin esfuerzo alguno en un nuevo plan de escape, en la mayor prolongación
de nuestro individualismo.
Los nuevos
lazos que se enumeran por seguidores no contrarrestan nuestra
debilidad; la afianzan. El super yo sale fortalecido y los primeros
brotes de éxtasis te conmueven cuando ya son cien quienes han decidido
rastrear en tu camino. Cuando son mil, llega una primavera que brota
flores desde el estómago. Popularidades inanimadas de distracción
masiva.
¿Nos
encontramos realmente con los demás? ¿Sabemos de la vida de los otros?
¿Estamos al corriente? Considero que hay una adulterada articulación que
patrocina el acceso masivo a la información. Y corremos el serio
peligro de convertirnos en nuestros propios impostores, disfrazados de
identidades temerosas llenas de insuficiencias. ¿Quién desea habitar una
pantalla pudiendo lucrarnos con nuestros sentidos? Parece ser… que
media humanidad.
Las
fronteras de la identidad se están puliendo en beneficio de una
sospechosa transformación hacia el bienestar otorgado por las nuevas
tecnologías.
Pero no
hay mucho que comunicar en este entorno de “suspicacia”. Creemos meditar
consumiendo información, pero apenas si somos capaces de cultivar un
poco de sabiduría. Nuestras cualidades subjetivas ganadas a pulso en ese
arduo trabajo de interconexión se erigen en pórtico, posiblemente,
hacia una existencia de mayores posibilidades. Al final de la jornada,
decidimos salir a correr…
El mayor
peligro consiste en quedarnos atrapados en la inconsciencia de una
estrategia que maquilla la vida. Sospechamos que algo va mal, pero no
terminamos de comunicarnos, tal vez porque ya nos hemos conformado con
ser y estar con los demás a través de éstos medios.
La
saturación y la inmediatez son un contenido hueco. Nos hemos exiliado de
la capacidad de profundizar, reflexionar y contemplar el mundo desde
una perspectiva individual y crítica. Y somos ya, un animal globalizado,
sumiso a cada nuevo embiste de las ciencias “aplicadas” en perfectas
técnicas de interiorización de lo banal.
Las formas
de pensamiento han sufrido un cambio drástico, y con ello, un nuevo
modelo de comprensión y aprehensión de la realidad. Modelo que
lógicamente ha comportado una progresiva transformación de las formas
comunicativas.
En el
deseo de constatar este cambio no se pretende difundir una idea
“criminalizada” de las sucesivas corrientes tecnológicas, sino
interrogarnos sobre las alternativas de uso que habremos de tener con
ellas. En la razón del presente artículo sí mantenemos serias dudas
sobre la hipotética relación entre el progreso, la fingida
democratización, y el bienestar.
Salir al
encuentro constante de emociones en las actuales condiciones moldeará un
nuevo estado de cibermalestar, en el que la dispersión y la siempre
inconclusa manifestación de la satisfacción terminarán por adentrarnos
en el laberíntico y agotador proceso de búsqueda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario