Hoy nos hemos unido a
los fuegos de la Inquisición. Quemamos personas vivas de una fe
diferente a la nuestra y dijimos que es nuestro D’s que lo requiere. Hoy
nos unimos a las hordas de los cosacos, con odio asesino y salvaje, sin
ver al otro, sólo viendo que somos diferentes. Hoy nos unimos a los
asesinos nazis, matando a un niño brutalmente por su raza y etnicidad.
Hoy dejamos de ser el
Pueblo Elegido, porque para esto no fuimos elegidos. Tal vez necesitemos
otros dos mil años de Exilio para recordar quiénes deberíamos ser. Hoy
perdimos cualquier superioridad moral que queríamos creer que teníamos.
Somos exactamente como ellos. También somos asesinos. Todos nosotros.
Los que lo prendieron en llamas, los que gritaron “muerte a los árabes”,
los que declararon que la Torá nos pide matar y asesinar y vengarnos.
Aquellos que vieron todo esto y no hicieron nada, aquellos que mañana
aún no harán nada.
Especialmente aquellos
que tratan de encontrar paz para sus consciencias en las comparaciones:
“ah, pero nosotros no celebramos asesinatos”, “nosotros no enseñamos a
odiar en nuestras escuelas”, “nosotros no consideramos a los
terroristas, héroes”. Pero no es sobre ellos, D’s Altísimo, ¡es sobre
nosotros! Es sobre perdernos a nosotros mismos, sobre nuestro fracaso
como nación. Evidentemente hemos fallado.
En el futuro, cuando
estudien las leyendas sobre la destrucción de nuestra sociedad, de
nuestro Estado, ellos leerán: “Por el asesinato, la quema, el salvaje
homicidio de Muhammad Abu Jdeir, nuestro Templo fue destruido, nuestra
Tierra fue desolada y fuimos exiliados entre las Naciones”.
Nunca la paz se vio más lejana. Nunca estuve tan avergonzado de ser israelí. Nunca estuve tan avergonzado de ser Judío.
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