En el pasado, la extraordinaria metamorfosis que se observa a lo largo del desarrollo de un organismo parecía superar toda posibilidad de comprensión, e incluso ya entrado el siglo XX muchos biólogos invocaban cierta especie de fuerza vital o «principio del desarrollo» para intentar explicar todos esos cambios. Hoy, gracias en gran parte a los esfuerzos de Christiane Nüsslein-Volhard, el panorama de esta compleja especialidad de la biología aparece mucho más despejado.
Christiane Nüsslein-Volhard © L’Oreal Deutschland
Uno de los logros más conocidos del trabajo de Nüsslein-Volhard fue el que realizó en colaboración con el científico norteamericano Eric Wieschaus. Atrapados por el enorme interés del desarrollo embrionario, ambos consiguieron detectar los procesos que en los primeros estadios de la vida ponen en marcha el plan corporal del futuro organismo.
Desafiando la opinión de la mayoría de sus colegas, Nüsslein-Volhard y Wieschaus decidieron emplear como material de investigación a la conocida mosca de la fruta Drosophila melanogaster. Su trabajo fue una aproximación muy novedosa y valiente, pues a mediados de los años setenta eran muy pocos los especialistas que creían positivo estudiar genéticamente los embriones de drosófila, y que ello fuese una tarea viable. Sin embargo, estos jóvenes científicos demostraron un gran coraje intelectual y una singular independencia investigadora, logrando realizar un descubrimiento que marcó un hito en la historia de la biología del desarrollo.
En efecto, su gran creatividad e intensa dedicación se vieron compensadas en 1995 al serles otorgado el premio más valorado: el Nobel de Fisiología o Medicina. En concreto, consiguieron el galardón por haber identificado entre los miles de genes de la pequeña mosca aquellos responsables de la forma tridimensional de su cuerpo. Mediante lúcidos e ingeniosos experimentos de mutagénesis fueron capaces de demostrar que la arquitectura de un organismo vivo se construye por etapas, y que cada etapa está controlada por un grupo concreto de genes.
Sus espectaculares conclusiones no sólo fueron valiosas por sí mismas, sino que además desencadenaron una actividad sin precedentes en este campo de la biología. Estimularon una multitud de investigaciones que pronto verificaron que la mayoría de los genes que controlan el desarrollo de la mosca de la fruta también regula importantes procesos en otros animales, incluido el ser humano.
Así pues, cuando Nüsslein-Volhard y Wieschaus comenzaron a estudiar el desarrollo de los embriones de drosófila nadie soñaba, ni siquiera ellos, que los genes que descubrirían también podían guiar el desarrollo de los embriones humanos. Hoy, por el contrario, se admite lo que inicialmente fue una formidable sorpresa: el desarrollo de todos los embriones animales aparece sustentado por principios comunes. Esto quiere decir que bajo la gran diversidad de estructuras que se generan a lo largo del eje antero/posterior (desde la cabeza a los pies) de un animal –como los brazos de los vertebrados o las alas de los insectos– subyace el mismo grupo de genes. Este descubrimiento ha tenido un enorme impacto en la biología de finales del siglo XX en adelante; ha abierto innumerables líneas novedosas de investigación, algunas de ellas en el campo de la medicina permitiendo, por ejemplo, conocer mejor las causas que provocan anomalías en los embriones de nuestra especie.
En la actualidad, y desde 1985, Christiane Nüsslein-Volhard es la directora del Instituto Max Planck de Biología del Desarrollo en Tübingen donde continúa realizando una labor de gran calidad en su especialidad y ha consolidado su más que merecido prestigio tanto en su país como a nivel internacional.
Ante una vida investigadora tan exitosa, nos parece interesante incluir aquí un breve comentario sobre la situación de Nüsslein-Volhard como mujer formándose en una carrera científica. Valga recordar que la discriminación de género ha estado, y desgraciadamente en algunos casos aún sigue estándolo, presente en los centros de investigación, y el trabajo de femenino ha sido en muchos ocasiones ignorado, trivializado, desacreditado o apropiado por otros. Las científicas han tenido que afrontar dificultades específicas por ser mujeres en un espacio considerado durante siglos exclusivo de los hombres.
A finales de los años sesenta, la joven Christiane trabajaba junto a un compañero en una investigación puntera de la época, un nuevo método de purificación a gran escala de una importante enzima: la ARN polimerasa. Fue un trabajo tan interesante que consiguieron publicarlo en Nature dentro de la sección de cartas. Sin embargo, pese a que ella hizo la mayor parte del trabajo experimental, su compañero varón aparecía como el primer autor. La razón esgrimida por el director del centro para justificar ese orden fue que «él era un hombre joven y tendría una familia que mantener».
Años más tarde, Nüsslein-Volhard al ser interrogada en una entrevista sobre el tema respondía que en aquellos momentos no vio esa decisión como una discriminación de género: «Como estudiantes graduados, no hablábamos sobre discriminación negativa, pero visto en retrospectiva probablemente he tenido más dificultades que los hombres», aunque insistía en que no pensaba en esas cosas entonces. Según la científica, su falta de concienciación era en realidad una «ventaja», ya que así no se distraía pensando en: «¿Me tratan mal» o «¿Me toman en serio?». En esa misma entrevista, Schaller, el director del laboratorio donde trabajaban, comentaba: «Christiane debió haber sido el primer autor en el artículo de Nature, ya que ella hizo la mayor parte de los experimentos y también participó en la redacción [...]. Pero no hubo desacuerdo dentro del grupo sobre esa decisión».
Esta forma de pensar no es una excepción entre las científicas. Muchas afirman estar convencidas de que en la ciencia no importa el sexo, que se trata de una actividad independiente basada en las capacidades y los logros de cada uno, y que el ser mujer carece de importancia. Sin embargo, la historia muestra que esto no es es así, al menos no del todo.
Y este es el caso de Nüsslein-Volhard, quien con el tiempo ha reconocido que en diversas ocasiones tuvo que enfrentarse a dificultades y obstáculos específicos que no atañían a sus compañeros varones. No obstante, ella ha confesado que no se siente a gusto con esos temas, y cuando cree que alguien espera menos de las mujeres, tiende a responder rápidamente a la defensiva. Nüsslein-Volhard ha visto asociado muchas veces el concepto de «mujeres científicas» con amateurismo, y se niega a admitir que el género predomine en la opinión sobre el trabajo. «A ese respecto, soy muy firme conmigo misma, severa si se quiere. Trato de hacer las cosas por su propio mérito y no por relaciones personales (…) Trato de ser objetiva con la gente.»
En cualquier caso, hoy en día, el nombre de Christiane Nüsslein-Volhard no ha dejado de aparecer en prestigiosas revistas de impacto internacional, en libros o capítulos con excelente crítica. Tampoco ha olvidado mostrar su solidaridad y, por ejemplo, en el año 2004, con el dinero procedente del Premio Nobel, creó una Fundación que lleva su nombre con el fin de estimular a jóvenes científicas alemanas a que se dediquen a la investigación ofreciéndoles ayuda financiera a través de becas, además de un valioso estímulo para que continúen desarrollando sus profesiones.
Fuente: http://mujeresconciencia.com/2014/07/09/como-se-desarrolla-un-embrion-responde-christiane-nusslein-volhard-premio-nobel-alema/
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