En 2010 James Ward se proponía acudir a un interesante congreso organizado por Russell Davies, pero fue cancelado a última hora. Para compensar, decidió organizar un Congreso Aburrido ( The Boring Conference), que tuvo un éxito inesperado y que desde entonces se celebra todos los años. No se trata (como parece haber entendido parte de la prensa) de un congreso sobre el aburrimiento, sino de algo más contundente: un congreso repleto de ponencias aburridas e inútiles. “En el congreso no se discute nunca nada interesante, que valga la pena o que tenga importancia”, advierte James Ward. Así en su tercera edición este año, según informa Mark O’Connell en la revista Slate, el público ha sufrido intervenciones soporíferas sobre los más variados asuntos, todos ellos irrelevantes. Sin ir más lejos, una audiencia de 500 personas asistió absorta a una tediosa charla sobre las tostadas y el grave problema para encontrar el punto exacto entre lo crudo y lo cocido. La conferencia se ilustró con diapositivas de rebanadas de pan que iban desde la carbonización total hasta la absoluta ineficacia para tostar de forma homogénea. Otras intervenciones versaron sobre la técnica más perfeccionada para doblar toallas de baño.
Aunque la iniciativa de James Ward no incluye ninguna
reflexión sobre la necesidad del aburrimiento, dado que se corre el
riesgo de que entonces resulte interesante, a nosotros nos ha hecho
pensar en las pocas oportunidades de aburrirnos que permite la cultura
contemporánea, en la que la diversión permanente se ha convertido en
norma. Nos preguntamos si la intolerancia al aburrimiento, promovida hoy
en día por unas autoridades que instalan pantallas de vídeo hasta en
las estaciones de metro, no constituye una pérdida lamentable.
Aburrirse, sobre todo entre los más jóvenes, siempre ha sido el
detonante de la creatividad, la ocasión para conocerse a uno mismo y el
foco de resistencia contra la diversión narcótica patrocinada por el
poder. No ser capaz de aburrirse quizá sea una forma de someterse, como
parece confirmar el éxito que, por tercer año consecutivo, ha tenido el
Congreso Aburrido de James Ward, al que se asiste mediante pago de
entrada.
James Ward mantiene un blog (en inglés) titulado “Me gustan las cosas aburridas”: http://iamjamesward.com/
Sobre la utilidad del aburrimiento y la historia intelectual del concepto, el año pasado apareció el libro de Peter Toohey Boredom: A Lively History
(El aburrimiento, una historia animada), que esperamos se traduzca en
breve al español. El autor, profesor de Clásicas en la universidad de
Calgary, recorre la visión del aburrimiento desde la antigüedad (con
Séneca a la cabeza) hasta la acedía (un pecado para los cristianos) o La náusea de Sartre, para llegar a la conclusión de que aburrirse es de gran utilidad.
Y en estos tiempos en que nos imponen una diversión constante,
añadiríamos nosotros que aprender a aburrirse quizá sea también un acto
subversivo.
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