En Norteamérica estamos asistiendo a una ofensiva contra la evolución orgánica, especialmente en relación con el ser humano. Defendido por varios grupos cristianos, en gran medida al margen de las religiones cristianas reconocidas, el creacionismo norteamericano varía en sus argumentos, aunque todas sus versiones se remiten a la Biblia. La mayoría aboga por la literalidad bíblica, pero un sector cree que la Tierra es joven y otro no. Los primeros se acogen a la Biblia para todas las cuestiones, incluidas las que tienen que ver con el mundo físico. Algunos grupos de este subconjunto admiten una microevolución limitada (cambios dentro de las especies), pero rechazan la posibilidad de cualquier macroevolución (la transformación de una especie en otra). Para ellos, los seres humanos y los antropoides tienen una ascendencia independiente, y la geología terrestre es resultado de una serie de episodios catastróficos tales como una inundación a escala mundial. Los líderes de estos movimientos proceden a menudo del campo de la ingeniería y otras carreras técnicas ( como Henry Morris, del Institute for Creation Research de San Diego, California, o Walter Brown, del Center for Scientific Creation en Phoenix, Arizona).
Dentro del segundo sector, que agrupa a los que creen en una Tierra más o menos vieja, están los que sostienen que existe un lapso de tiempo entre las secciones del Antiguo Testamento que da cuenta de la antigüedad de la Tierra, que toda la historia geológica se enmarca en el tiempo anterior al Edén, y el resto está revelado en la Biblia. Otros creen que los "días" a los que alude el Génesis no son periodos de 24 horas, sino más largos, pero que, por lo demás, todo está revelado en la Biblia. Otros, más progresistas, creen que el universo se desplegó mayormente conforme a las leyes naturales, pero que Dios intervino en puntos y momentos estratégicos en lo respecta a la vida en la Tierra. Un grupo cada vez más numeroso y efectivo (cuya sede principal es el Discovery Institute de Seattle, Washington) se adhiere a la noción del "diseño inteligente". En contraste con el resto, muchos miembros de este grupo ostentan doctorados (algunos en ciencias) u otras titulaciones profesionales, algunas impartidas por universidades de prestigio. Los hay que tienen puestos académicos en alguna de estas universidades (como P.Johnson, profesor emérito de derecho en Berkeley). Esta doctrina habla de un Creador sobrenatural y personal cuya existencia viene demostrada por la presencia de un orden intrincado y complejo, y que inició y continúa controlando el proceso de la creación hacia algún fin y con algún propósito. Se oponen a la definición de ciencia sancionada por la sentencia del juicio de Arkansas en 1982, según la cual (a) la ciencia está guiada por la ley natural, (b) explica refiriéndose a la ley natural, (c) es comprobable empíricamente, (d) es provisional en sus conclusiones y (e) es falsable.
Los procesos macroevolutivos pueden aceptarse en mayor o menor medida, pero el punto clave es la creencia en un creador personal e implicado. En contraste con los grupos precedentes, una facción de los creacionistas, entre los que se cuenta la mayoría de confesiones protestantes y la Iglesia católica, cree en una evolución teísta. Según esta teoría, hay un Creador que se vale de las leyes de la naturaleza para llevar a cabo un propósito; la ciencia es el método de elección para investigar el mundo, y la evolución no entra en contradicción con el teísmo. La ciencia, que es materialista en su método de investigación, es independiente del dominio de la ética y la moral, que es responsabilidad de construcciones sociales como la religión.
Margaret J. Schoeninger.
Profesora de Antropología. Universidad de California en San Diego
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