miércoles, 26 de diciembre de 2012

El miedo a la inteligencia

Fuente: http://yometiroalmonte.com/Articulo.aspx?id=469

¿Qué es primero: el ser, o su circunstancia? No podemos saber a ciencia cierta si los seres humanos copiamos las mentiras de nuestro entorno o si estas son, finalmente, un producto espontáneo y puramente individual de la infinita necedad que siempre caracterizó a la especie.



La gran mayoría de las encuestas coinciden en que los individuos de ambos sexos prefieren a una persona divertida, culta, imaginativa, es decir, inteligente, con la que compartir sus días. No obstante, habríamos de tener en cuenta la naturaleza de estas entrevistas: la situación de anonimato y distancia frente a un encuestador que se halla al otro lado del teléfono, probablemente en otro país, proporciona al subconsciente del encuestado la sensación de confianza y seguridad, a la manera del confesionario o el diván del psicoanalista, de forma que, al responder, el sujeto lo que hace en esencia es hablar consigo mismo

El secreto de la filantropía, que decía el poeta, y la purga de las dolencias interiores. El proceso pecado- culpa- expiación, queda así completado como en esos trámites dominicales que el experto en remordimientos solventa rutinariamente al amparo de la fe de sus feligreses: "haced lo que digo, no lo que hago".

Total, que a la hora de sopesar los pormenores de cada circunstancia, más vale no hacer lo que uno dice, y lo contrario. Dinero, vivienda y coche, por ejemplo, son grandes motivaciones para agarrar a un/ a imbécil por la cintura mientras se halaga el fino sentido del humor que tiene el vecino. Pero este acceso regular a joyas y diesel apuntala un vacío allí donde la realidad no alcanza, esto es, las proteínas alucinadas encargadas de generar un conflicto entre ese mundo material y el interior.

Metafísica de la supervivencia, pragmatismo, ambición, o simplemente miedo. Un caso meridiano de esta disociación lo encontramos a diario en la prensa: las promesas de inversión para el desarrollo, la ciencia y la tecnología aparecen en la misma portada junto a la fuga de cerebros, los pelotazos inmobiliarios y las estafas de distinta catadura, incluidos analfabetos que acumulan cargos, sueldos o mansiones.

O sea, que la voz de nuestros políticos, banqueros y empresarios va por un lado, y los hechos por otro. Los idiotas son mecidos con cantos de sirena a cambio de votos, y aquellos que alcanzan a informarse enferman de un perpetuo estado de irritación que se agrava con cada nuevo timo publicado, como es el caso de la última excrecencia, también llamada reforma laboral  ("ponte serio, que si no...").

En el epicentro de esta electrólisis, miedo y necesidad van juntas de la mano. Es menester dilatar al máximo la desinformación y la cultura de la estupidez, entretener cada vez peor y conservar a la inteligencia en formol, rodeada de falsas elecciones, sonidos estridentes y mal gusto... Antes eran balas, y ahora deuda, pero el resultado es muy parecido: muerte a la inteligencia y vida a la necrofilia, un way of life que le sirvió a Millán- Astray para fundar la Legión Española y trincar un puesto de procurador en las Cortes del sumo necrófilo y apostólico 

"Distintos ritos, distintos mitos, la misma sustancia", que decía Vicent. Ahora bien: ¿representa éste panorama que hemos cedido ante el poder de la majadería y su omnipresencia? ¿O es que ésta omnipresencia es de verdad inevitable, es decir, que mayoritariamente somos así, y lo que vemos por doquier es la imagen del triunfo de nuestro tánatos?

Sea como fuere y a la luz de la deriva que han ido tomado nuestras facetas organizativas sociales e individuales, la sensación de barullo progresa adecuadamente en las diferentes realidades que emergen de cada una de ellas. En el ámbito laboral, por ejemplo, lo más normal hoy día es que el trabajador se vea obligado a rendir cuentas ante media docena de superiores distintos, que a su vez hacen lo propio, generando de esta forma una burocracia que acaba por no simbolizar absolutamente nada excepto la burocracia misma: la muerte de la realidad, y un filtro que por su propia característica de inútil aniquila cualquier rastro de imaginación o conocimiento.

Así es cómo acaba financiándose lo inservible, alabándose la ignorancia y relegando a la inteligencia al lugar lo más alejado posible de lo material. Corolario por contraste: el inteligente es incapaz, más aún, molesto, y hasta peligroso. Dado que cada vez encuentra menos posibilidades de acercamiento a lo tangible, lo más probable es que sólo se dedique a ocasionar problemas, ya sea en una relación, en el trabajo, o cruzando un semáforo.

Es entonces cuando el miedo a la inteligencia asoma como denominador común en cada auditoría, cada papel triturado en la oficina, toda esa burocracia que ha permeado finalmente en la manera que todos tenemos de vincularnos unos con otros. Un recelo que encumbra al malestar, la mentira y la mediocridad en unas alturas jamás vistas.



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