Un trabajador recoge botellas de plástico en una de las plantas de reciclaje de China. FRED DUFOUR / AFP |
Es probable que en la imagen que encabeza esta información usted vea sólo una montaña de basura de algún lejano y contaminado país.
Lo que no se intuye tan fácilmente es que se trata de su propia basura,
la que usted arrojó al contenedor de su civilizada ciudad.
Una nueva ley china que entró en vigor el uno de enero ha prohibido la importación de residuos desde terceros países,
principalmente papel, plásticos, varios tipos de escoria de minas y
restos textiles, en un intento del Gobierno de Pekín por mejorar su
maltrecha reputación medioambiental. Pero la decisión supone un reto
importante para los países exportadores, porque la dependencia de ese
gran patio trasero de la basura -muy en especial del plástico- en el que
se había convertido China, es enorme.
Un vistazo a los datos arroja cifras
descomunales. Sólo el año pasado, China importó 7,3 millones de
toneladas de residuos plásticos del exterior, sobre todo provenientes de Europa, EEUU y Japón.
Reino Unido exporta allí el 65% de su plástico y en Irlanda la cifra
alcanza el 95%. España, aunque en proporciones más pequeñas, también se
ve afectada: según la Federación Española para la Recuperación y el
Reciclaje, nuestro país derivó a China un millón de toneladas de residuos, de las que 138.417 (un 13%) eran plásticos. La pregunta ahora es: ¿qué hacemos con toda esa basura?
Mientras la industria del reciclaje mundial
ve como “únicas alternativas viables” derivar estos excedentes a nuevos
mercados como Turquía, India, Malasia, Vietnam o Tailandia –con
mucha menos capacidad de recepción- no son pocos quienes interpretan la
decisión china como una evidencia clara de los límites y defectos de un
sistema que es necesario revisar.
“Esto lo que desvela es que el sistema no
está funcionado. En lugar de plantearse el modelo de producción de
plásticos o prohibir algunos materiales de mala calidad que en el 99% de los casos acaban en incineradoras,
lo que se ha conseguido en las últimas décadas es incentivar el
consumo, con la excusa del reciclaje”, denuncia Alodia Pérez,
responsable del área de recursos de Amigos de la Tierra.
Aunque esta semana la Comisión Europea
anunció por primera vez su intención de crear un impuesto al plástico
para reducir su uso, las políticas europeas se han basado hasta ahora en
un plan de economía circular enfocado sobre todo en el reciclaje.
Un informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente
reconoce, de hecho, que “al fijar objetivos de reciclado”, la política
de la UE ha terminado favoreciendo el traslado de residuos a terceros
países. Entre 1995 y 2007, la cantidad de envases de plástico europeos que se reciclaron aumentó de 10 a 14 millones de toneladas, mientras que la cantidad de los que terminaban en Asia se había multiplicado por 11.
La otra gran asignatura pendiente está,
según Julio Barea, de Greenpeace, en un “desastroso” modelo de reciclaje
que termina siendo muy ineficaz.
Lo lógico sería pensar que la basura que uno
deposita en el contenedor amarillo va directa al reciclaje. Pero esto
no sucede exactamente así. Las plantas recogen ese material y lo
almacenan en paquetes de plástico prensado. Pero para poder darle una segunda vida a todos esos desechos se necesita de alguien que quiera comprarlos
para su reutilización. Y aquí surge el problema, porque muchos de ellos
son de tan mala calidad o llegan tan mezclados y sucios, que el precio
se encarece y no compensa reciclarlos. Es así como parte de ellos
terminan en vertederos o exportados a países que sí estaban interesados,
como China.
Fuente: http://www.publico.es/sociedad/plastico-toneladas-plastico-china-no-quiere.html
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