Everest, Nepal.
Steven dosRemedios |
Escalar las montañas más altas de la Tierra se ha
convertido en uno de los retos más ansiados por el ser humano desde el
siglo pasado. Cada vez son más las personas que quieren experimentar la
sensación de haber pisado cimas como la del Everest, el techo del mundo,
y ese afán ha provocado que las condiciones en las que se producen
actualmente muchas ascensiones tenga poco que ver en ocasiones con el
espíritu clásico de esta actividad. La aparición de expediciones
comerciales que facilitan el objetivo lo máximo posible a sus clientes,
con ayudas como el oxígeno artificial, ha generado un gran debate, hasta
el punto de que muchos igualan ese hecho al dopaje que se produce en
otras disciplinas y no lo consideran alpinismo.
Los datos de Himalayan Database, el registro sobre
ascensiones a los picos más altos de la cordillera que inició la
periodista Elizabeth Hawley, son elocuentes. Si entre 1993 y 1997 el
51,87% de los alpinistas que alcanzaron la cumbre de alguna de las
montañas de más de 8.000 metros del Himalaya lo hicieron sin oxígeno
embotellado, el porcentaje descendió hasta el 10,79% entre 2013 y 2017.
El Everest es donde más se repite esta situación. Tan sólo 11 de las 648
cimas que registró el pasado año, a sólo diez del récord histórico de
2013, se lograron sin la ayuda de oxígeno. En los últimos cinco años
sólo 25 personas han llegado a su cumbre sin utilizar botellas de aire,
frente a las más de 2.000 que sí lo hicieron.
Hace diez años, la Asociación Mundial Antidopaje
estipuló que “la utilización de medios artificiales (como el oxígeno
embotellado) para el enriquecimiento de la sangre del deportista debe
ser considerada doping”, lo que daba a entender que no debían
ser tenidas en cuenta ni contabilizadas de forma oficial las cumbres
conseguidas bajo esas condiciones. Ocurre que la incidencia de esa
normativa afecta más a la cuestión ética que a la práctica. Hay que
contar, además, con que los testimonios de los protagonistas sean
verídicos, lo que no siempre es comprobable. Y pese a que puede afectar a
los alpinistas profesionales que buscan un reconocimiento, no influye a
los aficionados que se pueden permitir desembolsar una importante
cantidad de dinero a cambio de vivir una aventura o tener una foto de la
que presumir.
El aventurero y escritor Sebastián Álvaro Lomba, que fuera director del programa Al filo de lo imposible
de TVE, tiene una opinión bien clara a la hora de definir las
diferentes formas de escalar una montaña: “Lo que realizan las
expediciones comerciales no se puede ser catalogado como alpinismo. Es
otra cosa que no se merece ser llamado así, sino como turismo”. Una
afirmación que la justifica señalando que “hay personas que en los
últimos metros de escalada son llevadas a caballo, literalmente, por los
sherpas; las botellas de oxígeno empiezan a emplearlas desde el campo
2, y son cargadas por los porteadores con un tubo de goma más grande
para que les llegue el aire a los clientes y no se tengan que preocupar
en cargar con ellas. La situación se ha desvirtuado a estadios máximos”.
Hay quien defiende que estas expediciones comerciales producen
beneficios económicos para la zona y sus habitantes. Cada año aumenta el
número de personas cuyo trabajo está relacionado con el turismo en el
Himalaya (se calcula que en Nepal serán medio millón en 2021) pero
Álvaro no termina de ver clara esa cuestión: “Buena parte de las
montañas de más de ocho mil metros están concentradas en una zona muy
concreta entre Nepal, Pakistán, China e India, y su ascensión se ha
convertido en una fuente de negocio, de comercialización y de codicia.
Algo, por cierto, que también hemos hecho los europeos con los Alpes y
los Pirineos. Es cierto que el nivel de vida de algunos habitantes del
valle del Khumbu (el hogar de los sherpas) y de Katmandú (capital de
Nepal) está mejorando, pero este tipo de economía se concentra en las
manos de muy poca gente y se está pagando un coste medioambiental y
social muy elevado”.
Resulta evidente que estas expediciones han crecido
porque existe una demanda de personas que quieren experimentar la
sensación de llegar a la cima de las montañas más altas del planeta y
consideran que nadie tiene derecho a impedírselo. “Si esta gente quiere
sentir lo que es estar en lo más alto del Everest debería leer más y
apuntarse menos a este circo de las vanidades. Esas emociones las pueden
encontrar igual subiendo una montaña en el Pirineo o en los Alpes y con
las fuerzas que te dan tus posibilidades. No se parecen a las
empaquetadas al gusto de clientes poco exigentes y con mucho dinero que
se dan en el Everest y que son más propias de un parque de atracciones
de Disney en París. Supongo que los que suben en estas condiciones no
pensaran que tienen que ver con gente como Mallory, Messner o Hillary”,
afirma Álvaro.
El problema de la presencia de personas con poca o
nula experiencia en este tipo de montañas son los peligros a los que se
exponen. “Hay gente que quiere acceder a cumbres más altas de lo que su
organismo y su preparación le da –explica el director de Al filo de lo imposible–.
Como lo que más nos falta en las épocas modernas es tiempo, lo que
hacen es acortar los plazos. En lugar de hacer un aprendizaje largo de
la disciplina del alpinismo, que tiene que ver con la gestión del riesgo
y tu propia vida, dejan esas decisiones en manos de personas que muchas
veces son incompetentes, como se ve en los accidentes que suceden, cada
vez más numerosos. Muchos de los sherpas no lograrían pasar un examen
pequeño de titulación de guía acompañante en España”.
¿Qué hacer para evitar los problemas que conlleva la
masificación de las montañas? ¿Es necesario poner algún tipo de límite?
Sebastian Álvaro es partidario de esa opción. “Hace 100 años éramos
2.300 millones de personas en la Tierra y el año pasado creo que hemos
superado los 7.400 millones. Cuando hace 140 años surge la idea en
Estados Unidos (posteriormente extendida por todo el mundo) de proteger
los parques nacionales y otros lugares, entre los que deben estar las
montañas, se dejó que fueran los estados los que regularan esas áreas y
las protegieran a cambio de dejarlas abiertas a las personas. La presión
de la gente sobre esas zonas ha ido en aumento y en algún momento habrá
que poner prohibiciones o cotos. Es impensable que pueda seguir
habiendo todos los años 1.500 personas en el campo base del Everest sin
que el medio ambiente se vea perjudicado”.
En 2016, Nepal anunció que estaba estudiando una nueva
normativa a aplicar en las ocho montañas de más de ocho mil metros que
hay en su territorio. El borrador incluía prohibir las ascensiones a los
que no demostraran haber escalado al menos una montaña de 7.000 metros
en el país así como vetar las ascensiones en solitario y a las personas
de más de 75 años. De momento, no se ha tomado una decisión definitiva
al respecto.
Álvaro sí diferencia entre los aficionados que se
apuntan a estas expediciones comerciales y los alpinistas contrastados
que en momentos puntuales han utilizado oxígeno, como es el caso del
veterano Carlos Soria. “Hay que decir que él tiene muchas más
ascensiones a ochomiles sin botellas de oxígeno que con ellas y cuando
las ha usado lo ha dicho y es comprensible por la edad que tiene (78
años). Entiendo que es difícil sustraerse a la presión que tiene por
completar los 14 ochomiles (le faltan dos) y por eso lo está haciendo”.
De forma paralela a esta creciente problemática, son
actualidad dos expediciones que son más fieles al estilo clásico del
alpinismo y que llaman la atención por el reto que persiguen. Una es la
que encabeza el alpinista vasco Alex Txikón, que pretende coronar sin
oxígeno el Everest en invierno, algo que no logra nadie desde los
polacos Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy en 1980, hecho aún inédito en
la historia de la montaña si nos ceñimos estrictamente a una expedición
desarrollada dentro de la estación de invierno. El sherpa Ang Rita sí
llegó a la cima sin la ayuda del oxígeno el 22 de diciembre de 1987 pero
su ascensión se inició en otoño. Txikón ya intentó esta misma gesta el
año pasado pero se tuvo que retirar a los 8.000 metros por culpa de los
fuertes vientos, que en esta época pueden alcanzar los 150 km/h.
acompañados de una temperatura de hasta -60ºC. El escalador de Lemoa
está acompañado por el pakistaní Ali Sadpara, con quién ya logró coronar
sin oxígeno el Nanga Parbat en el invierno de 2016, y por seis sherpas.
El alpinista Alex Txikon, en el campo base del Everest / Foto cedida por el el equipo del alpinista. |
La otra expedición está formada por 13 alpinistas
polacos y busca coronar el K-2, la segunda montaña más alta de la Tierra
con sus 8.611 metros y para muchos, más complicada de ascender que el
Everest. Nadie hasta ahora ha sido capaz de llegar a su cima en
invierno, ni siquiera con oxígeno, elemento que, para añadir más
dificultad, no va a usar este grupo encabezado por el propio Krzysztof
Wielicki, que ya intentó sin suerte esta aventura en el invierno de
2002-2003.
Sebastián Álvaro tiene algún reparo sobre la expedición de Txikón, que formó parte de su equipo en Al filo de lo imposible.
“Está montada a la mayor gloria de Alex y yo nunca he creído en eso y
sí en buenos equipos de escalada. No le quito ningún mérito a uno de los
tipos más fuertes del alpinismo español pero es una expedición hecha a
la vieja usanza. Los que van con él deben considerarse trabajadores a
sus órdenes, no compañeros de escalada. Y todos ellos, menos Alex, van a
ir con botellas de oxígeno, incluido, al parecer, Ali Sadpara. Si es
así, si la ruta la va a abrir gente que lleva botellas, si te van
marcando la huella el día final a la cumbre del Everest, ¿se puede
considerar la expedición con o sin oxígeno?”.
Más entusiasmado se muestra Álvaro con el intento de
los polacos al K-2, aunque es pesimista con su culminación. “Todos los
que forman el grupo son escaladores de primera categoría, son la flor y
nata del alpinismo polaco. Sin embargo creo que tienen pocas
posibilidades de llegar a la cumbre porque estamos ante un reto que, en
mi opinión, está por encima de las posibilidades del ser humano. Pero
sólo el intentarlo merece la pena y el hecho de que estén allí es para
quitarse el sombrero. Las condiciones son tan duras que van más allá del
esfuerzo de una prueba, entra casi dentro del sacrificio. Pero hay que
jugar la partida y estamos ante el invierno más cálido desde que hay
registros. Quién sabe si se encuentran ante una ventana de tiempo cálido
y la pueden aprovechar. Si consiguen llegar a 8.000 metros para mí ya
será un éxito increíble”.
Fuente: https://ctxt.es/es/20180103/Deportes/17112/Himalaya-escalada-turismo-deporte-dopaje.htm
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