Fuente:http://lamusicaesmiamante.blogspot.com.es/2012/08/el-blues-el-diablo-y-los-cruces-de.html?m=1
Ilustración: Neil Harpe |
"El blues es como el diablo viene y te lanza un hechizo", Lonnie Johnson en 'Devil's got the blues'.
El blues es un lamento íntimo, solitario. Los lugares de los hombres del
Delta estaban impregnados de esa soledad: estaciones de tren nocturnas,
cabañas de madera perdidas en la plantación o caminos recónditos por
donde apenas pasaba gente. No necesitaban a nadie. Su espíritu libre y
vagabundo solo les pertenecía a ellos. Como mucho a su guitarra, en el
caso de que no fuera robada, claro. Siempre conseguían esfumarse como
sanguijuelas de todos los sitios. Unas copas, una discusión o una pelea y
se alejaban de las poblaciones para adentrarse en la noche con decisión
y misterio. Cerca de la medianoche, en un cruce de caminos cualquiera,
aguardaban. Primero unos acordes de su desvencijada guitarra, unas notas
de blues para llamar su atención. La espera podía alargarse, pero no
había tregua para los temerosos... De repente, como surgido de las
profundidades del averno, aparecía él, en forma de sombra nocturna.
Les arrancaba la guitarra, la afinaba y empezaba a tocar. Después de un
tema se la devolvía. El pacto se había consumado. A partir de ese
momento ningún guitarrista podría superarle. El bluesman había vendido
su alma a cambio de la genialidad musical.
En la mitología de Mississippi existen muchas leyendas, pero tal vez el
ritual de vender el alma al diablo sea uno de los que más haya calado en
la cultura popular. Aunque para muchos historiadores y biógrafos sea un
episodio anecdótico, testimonial, irrelevante o incluso sonrojante, lo
cierto es que para muchos seguidores del blues supone uno de sus grandes
atractivos y se producen devotos peregrinajes hacia los supuestos
lugares donde estos bluesmen negociaron con Satán. Uno de ellos, tal vez
uno de los mayores reclamos turísticos de Mississippi, se encuentra en
Clarksdale en la intersección entre la Autopista 61 y la Autopista 49. Allí, se dice, vendió Robert Johnson su alma. Sin embargo, el pacto con el diablo no es ni mucho menos algo solo propio del sur de Estados Unidos...
Ya en el paganismo
que prosiguió a la caída del Imperio Romano, en plena expansión del
cristianismo, a partir del siglo IV de nuestra era, venían recogidas una
serie de rituales considerados maléficos, entre los que se encontraba
el pacto con el diablo. En la imaginería cristiana encontramos el mito de Teófilo,
un clérigo insatisfecho y desdichado que decide vender su alma al
diablo para prosperar. En la Alemania del siglo XVI aparece el mito de Fausto,
personaje legenderario - inspirador de multitud de novelas, óperas y
películas- que ante la insatisfacción en su vida decide tratar con el
diablo. Derivado del mito de Fausto encontramos al diablo Mefistófeles,
que según cuenta la leyenda popular alemana era el subordinado de
Satanás que se encargaba de capturar almas. En el siglo XIX el famoso
violinista italiano Niccoló Paganini pactó con el diablo para convertirse en el mejor músico de todos los tiempos.
Generalmente, la naturaleza del pacto siempre es la misma: se vende el alma al diablo para conseguir un poder fabuloso o habilidades sobrenaturales. Pero según la Demonología cristiana, el pacto -que podía ser oral o escrito- consistía en aquelarres, sacrificios, conjuros o invocaciones donde para perpretar el cambio era necesario ofrecer al diablo niños recién nacidos o relaciones sexuales. En la música esa naturaleza carnal se transforma y la recompensa es el virtuosismo musical. Aún así tan importante resultaba el demonio -protagonista del pacto- como el lugar donde se pertrechaba...
Generalmente, la naturaleza del pacto siempre es la misma: se vende el alma al diablo para conseguir un poder fabuloso o habilidades sobrenaturales. Pero según la Demonología cristiana, el pacto -que podía ser oral o escrito- consistía en aquelarres, sacrificios, conjuros o invocaciones donde para perpretar el cambio era necesario ofrecer al diablo niños recién nacidos o relaciones sexuales. En la música esa naturaleza carnal se transforma y la recompensa es el virtuosismo musical. Aún así tan importante resultaba el demonio -protagonista del pacto- como el lugar donde se pertrechaba...
Los cruces de caminos y la magia hoodoo
En un cruce de caminos (crossroads) la carretera se bifurca. Es un lugar fronterizo, alejado de la ciudad, que no pertenece a nadie, el escenario ideal para llevar a cabo todo tipo de hechizos y rituales mágicos. Es precisamente en estos cruces de caminos donde la tradición africana se funde con la europea. Los dioses Hermes, en Grecia, y Mercurio en la antigua Roma eran los guardianes de los caminos. Para Ted Gioia, los cruces de caminos son un remanente del universo de creencias africanas que se extiende mucho más allá de los confines del Delta. Allí moran los demonios. Por ello encontramos ofrendas en cruces de caminos entre los devotos del candomblé en Brasil o en la santería cubana, como un punto de encuentro entre lo terrenal y lo divino.
En un cruce de caminos (crossroads) la carretera se bifurca. Es un lugar fronterizo, alejado de la ciudad, que no pertenece a nadie, el escenario ideal para llevar a cabo todo tipo de hechizos y rituales mágicos. Es precisamente en estos cruces de caminos donde la tradición africana se funde con la europea. Los dioses Hermes, en Grecia, y Mercurio en la antigua Roma eran los guardianes de los caminos. Para Ted Gioia, los cruces de caminos son un remanente del universo de creencias africanas que se extiende mucho más allá de los confines del Delta. Allí moran los demonios. Por ello encontramos ofrendas en cruces de caminos entre los devotos del candomblé en Brasil o en la santería cubana, como un punto de encuentro entre lo terrenal y lo divino.
Cuando los esclavos negros se asentaron en el sur instauraron la práctica del hoodoo,
un tipo de magia de herencia africana, desarrollada a través de la
combinación de esas tradiciones del continente negro con las propias
indígenas y criollas. Los cruces de caminos son tradicionalmente el
lugar más popular para la práctica de hoodoo. El ritual consiste en todo
tipo de encantamientos, muy arraigados en la cultura popular
afroamericana. De hecho la figura del hoodoo man -hechicero
creador de conjuros de amor, desamor, fortuna o desgracia- aparece en
las letras de muchos blues de los años 20 y 30.
Este tipo de creencias se mezclaron también con las historias europeas del diablo y con referencias a la Biblia, procedentes de la tradición misionera española. Según apunta Leroi Jones, las manifestaciones artísticas derivadas de esta tradición (devil songs, fiddle sings o canciones del maíz ) fueron consideradas pecaminosas por la jerarquía eclesiástica. Incluso en algunos lugares del sur los conjuros, las maldiciones o los diálogos con el diablo se castigaban con pena de muerte o como mínimo con azotes.
De la verosimilitud de estas historias y de cómo llegaron a pasar al blues existen multitud de interrogantes. Quizá fueran invenciones de las comunidades afroamericanas sureñas, surgidas durante la primera mitad del siglo XX, para dar una respuesta a su condición de inferioridad con respecto a los blancos. El Diablo, como símbolo del mal, generaba simpatías en el oyente negro que necesitaba un agente de oposición para vivir en un mundo dominado por blancos. Para otros es la resonancia americana de un relato intemporal africano. En todo caso, la dicotomía entre lo sagrado y lo infernal es una constante en el blues y ya hablamos de ella cuando nos referimos a Son House.
Este tipo de creencias se mezclaron también con las historias europeas del diablo y con referencias a la Biblia, procedentes de la tradición misionera española. Según apunta Leroi Jones, las manifestaciones artísticas derivadas de esta tradición (devil songs, fiddle sings o canciones del maíz ) fueron consideradas pecaminosas por la jerarquía eclesiástica. Incluso en algunos lugares del sur los conjuros, las maldiciones o los diálogos con el diablo se castigaban con pena de muerte o como mínimo con azotes.
De la verosimilitud de estas historias y de cómo llegaron a pasar al blues existen multitud de interrogantes. Quizá fueran invenciones de las comunidades afroamericanas sureñas, surgidas durante la primera mitad del siglo XX, para dar una respuesta a su condición de inferioridad con respecto a los blancos. El Diablo, como símbolo del mal, generaba simpatías en el oyente negro que necesitaba un agente de oposición para vivir en un mundo dominado por blancos. Para otros es la resonancia americana de un relato intemporal africano. En todo caso, la dicotomía entre lo sagrado y lo infernal es una constante en el blues y ya hablamos de ella cuando nos referimos a Son House.
Tommy Johnson |
Aunque el primer blues que hace referencia en la la letra al diablo data
de 1924 'Done sold my soul to the devil' de Clara Smith, el primer bluesmen en vender su alma y difundir la historia fue Tommy Johnson.
Nacido en 1896 al sur de Jackson, Johnson destacaba del resto de
cantantes del Delta por su versatilidad. Bebedor errante firmó clásicos
como 'Canned heat blues' o 'Cool drink of water blues' donde muestra una
majestuosidad vocal propia de los field hollers.
En realidad la historia del pacto con diablo se debe a su hermano, el
reverendo LeDell Johnson, que la difundió espontáneamente a un
investigador que profundizaba en el blues del Delta. El efecto
escandaloso que esta historia provocaba en el público ocasionó que
muchos bluesmen potenciaran el componente demoníaco al hablar de su
música.
Sin ir más lejos, un contemporáneo de Johnson, Peetie Wheatstraw se jactaba de ser 'el yerno del diablo' en su blues 'Devil's son in law'
y en ocasiones se promocionaba como el 'sheriff del infierno' con la
intención de crear un personaje solemne con el que el público negro
pudiera identificarse. Estas estrafalarias historias también constituían
una gran estrategia de marketing. El cazatalentos del Delta H. C. Speir publicó un retrato de Skip James donde se le veía con cola, cuernos y tridente, para publicitar el lanzamiento de su 'Devil got my woman', pieza, por cierto, que tiene más que ver con un desengaño amoroso que con el propio Lucifer.
Algunos han querido ver en los bluesmen la encarnación de los poetas
románticos del siglo XIX. Hombres brillantes y autodestructivos que se
rebelaron contra las convenciones y murieron jóvenes debido a los
excesos de una vida entregada a los placeres satánicos. Vida y
arte son inseparables en ese caso. Sin embargo aunque esos bluesmen
creyeron estar tocando la música del diablo, ninguno pudo asumir el
desafío demoníaco de llegar a una verdad más elevada -máxima
ejemplificada en la frase de William Blake "el camino del exceso conduce
al palacio de la sabiduría"-, ya que esa deificación romántica es
totalmente ajena a la cultura afroamericana. La proyección de un
personaje byroniano sobre el cantante de blues, principalmente la figura de Robert Johnson, responde más a una visión occidentalizada que
a la propia realidad del Delta. Es como si los intelectuales blancos
quisieran recrear la música blues del diablo a su propia imagen y
semejanza.
Robert Johnson y el blues del diablo
Y llega el momento en que debemos acercarnos (someramente por ahora) a
Robert Johnson, sin duda el bluesmen que ha pasado a la historia como el
más famoso de todos los pactantes con Satán. Nació en 1911 en el
poblado de Hazelhusrt, Mississippi. Seguir con cierta fidelidad los
hechos que marcaron su vida no es tarea fácil. Muchas veces parece
imposible disociar la visión de ese personaje romántico con la verdadera
historia. Algunos autores han querido ver en la vida de Robert Johnson
una parábola religiosa: el joven miserable y atormentado, inmerso
en una vida de excesos que en su lecho de muerte se arrepiente y
renuncia al camino oscuro. A este misterio contribuye también la escasez
de fuentes -apenas unas fotografías reales- y testimonios
contradictorios de sus coétaneos. De hecho, en la época en la que vivió
Robert Johnson uno de cada diez mil hombres negros de Mississippi se
llamaban así. Eso teniendo en cuenta que el propio Johnson, en su huida
vital constante, en muchas ocasiones se cambiaba el nombre. En una
localidad podía ser conocido como Robert Sax, y en otra cercana emplear
el nombre de Robert Moore, Robert James o incluso intercambiaba su
nombre de pila.
Los detalles de su carrera (apenas grabó 29 canciones) y sus andanzas
personales (tuvo varias mujeres, le perseguían amantes despechados) son
amplios y estimulantes. Excelsas biografías como 'Escaping the Delta: Robert Johnson and the invention of blues' o 'Searching for Robert Johnson'
aportan algo de luz a los aspectos más importantes. Sin embargo el caso
que nos ocupa aquí es el episodio del cruce de caminos. Aunque no tiene
ningún vínculo familiar con Tommy Johnson, sí que pudo tomar de él la
historia del pacto con el diablo. De hecho, Tommy le sirvió de
inspiración en la guitarra. Al ser preguntado por sus influencias Robert
Johnson mencionó a Lonnie Johnson y "otro Johnson" que era una reputado guitarrista de la época (Tommy Johnson).
Durante la etapa de su desarrollo musical, se cree que Robert Johnson
recibió la tutela de un enigmático guitarrista de Alabama llamado Iker
Zinermon quien afirmaba que había aprendido a tocar la guitarra en un
cementerio, de noche, sentado sobre una tumba. Puede que el pacto con el
diablo también se deba a una interpretación de Johnson de ese
aprendizaje a altas horas de la noche. Sin embargo parece que en las
letras de algunos de sus blues es donde se aprecia esa influencia
demoníaca. Tan solo escuchando temas como 'Crossroads', 'Preaching the
blues (up jumped the devil)' o 'Hellhound on my trail' se advierte la
imagen de un hombre poseído por el demonio. Aunque el testimonio
revelador es su explícito 'Me and the devil blues' donde canta abiertamente: "Hola Satanás, creo que es la hora de irse. El diablo y yo íbamos caminando de un lado a otro".
No hay ningún dato que demuestre la relación entre Johnson y el diablo,
parece más una historia inventada por biógrafos o él mismo. Lo que sí
está claro es que después del episodio del cruce de caminos se convirtió
en un reputado guitarrista de la época. Ya no era el 'pequeño Robert'
del que se habían burlado otros bluesmen como Son House. Puede que la
respuesta simplemente esté en el entrenamiento y la práctica. Si entregó
su vida al diablo nunca lo sabremos con certeza. Robert Johnson murió
en 1938 a los 27 años de edad envenenado por un marido celoso.
Curiosamante en otro cruce de caminos...
Muchos otros bluesmen que han hecho referencia al diablo están la lista Spotify: Devil's blues, recomendada para la lectura.
'Me and the devil blues' el tema emblemático donde Robert Johnson alude directamente a su relación con Satanás.
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