martes, 21 de agosto de 2012

Daniel Pennac

Para un escritor de éxito, más aún si el éxito es también crítico, no es fácil proveer su obra de nuevos desafíos. A Daniel Pennac (Casablanca 1944), autor de Como una novela y Mal de escuela (Anagrama y Mondadori, en castellano; Empúries, en catalán), se le ocurrió explorar una terra incognita de la literatura, la fe del cuerpo. Diario de un cuerpo (Mondadori/Empuries) emplea la forma del falso diario, el que el protagonista deja a su hija al morir, en el que da cuenta de cuanto le ocurre desde la perspectiva sensorial. Los cinco sentidos, y no la pisque, son la forma en que la biografía del protagonista llega hasta el lector. El falso diarista no trata de comunicar emociones, sino sensaciones, y así el autor habla de cuanto la narrativa apenas explora.
Una cuestión casi previa: uno de los términos que no se usa en el libro y que ni siquiera en las notas de prensa se menciona es el pudor, que planea sobre toda la novela, tanto desde la perspectiva del autor como la del lector. Todo el libro versa sobre lo habitualmente sobreentendido, lo no dicho. ¿Estuvo presente ese concepto de pudor durante la escritura?
Vamos a denominar el pudor de otro modo: hablemos del silencio. Porque en el fondo el ámbito del pudor es el campo inmenso de todo eso que no se dice. Y cuando buscamos, cuando levantamos ese manto de silencio, nos damos cuenta de que las palabras que cubre fundamentalmente están relacionadas con lo físico, con el cuerpo. De hecho, ya Montaigne decía que hablamos alegremente de robar, mentir, matar, engañar, pero no pronunciamos ninguno de los verbos relativos al cuerpo sin ruborizarnos. Y a Montaigne le parecía muy sorprendente. Así que desde ese punto de vista este libro está escrito sobre el silencio, como si cada página fuera un pequeño rectángulo de silencio.
¿Y eso le supuso problema, el temor de convocar el pudor del público?
Como autor no me planteó ningún problema porque el cuerpo era el sujeto y el objeto del libro. En cuanto al lector, en mi veterana experiencia, he visto a menudo que no sabemos nunca en qué momento vamos a producirle un shock al lector, las reacciones del lector son siempre inesperadas. Y por tanto es algo sensato no preocuparse de ellas porque de todos modos nos vamos a confundir. En un 75% de las veces reacciona de forma diferente a como habíamos pensado.
Uno de los juicios más chocantes del libro, no por motivos de pudor, es un pasaje muy corto en el que el personaje se indigna ante quien dice que no quiere visitar a un amigo en el lecho de la enfermedad porque prefiere guardar el recuerdo de cuando estaba bien, de su vitalidad. Este escrúpulo es muy propio de las ciudades, donde la enfermedad y la muerte son invisibles.
Esto es extraordinario. Hace un mes, perdí a un amigo, que era como un hermano, lo conocía desde 1969. Y mi mujer y yo lo habíamos acogido en casa durante los últimos meses de su vida. Casi hasta el final, porque los últimos días, a pesar de haber medicalizado una habitación, tuvo que trasladarse al hospital. Pues cuando lo trasladamos a casa, todo el mundo nos decía, "pero cómo es posible, no os dais cuenta de lo que estáis haciendo…". Pero es muy extraño porque está casi dentro del campo de los prejuicios, es como si prejuzgáramos la incapacidad de los demás de curarse los unos a los otros. Es un prejuicio absoluto. Cuando tienes en casa a alguien muy enfermo, después de tres días, sigues siendo consciente de que es alguien grave, muy enfermo, pero es una compañía como cualquier otra. Es mi viejo amigo, al cual conozco desde hace cuarenta años, él no ha cambiado, la enfermedad no ha modificado su naturaleza. Los cuatro o cinco cánceres que lo invaden no lo han modificado, es el mismo amigo con el cual he pasado cuarenta años de complicidad intelectual, de diversión, de lecturas, de enfados por razones políticas… es mi amigo, mi amigo del alma, y es normal que, si me ha abierto en tantas ocasiones las puertas de su casa, yo le acompañe a la puerta en el momento en que se va. Y esto se aplica a él como se aplica para mis padres, para otros amigos... Si no, es como si sólo pudiéramos vivir la vida con aquellos con quienes es agradable. Es como si me invitaras a cenar y sólo tomara el vino, o el postre. Y quiero añadir algo más.....

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