En su modesta casa del barrio de Ndolofenne, en Saint Louis, Coulibaly conserva sus ajadas medallas y un certificado de la Orden del León que le concedió el presidente de Senegal hace tres años. Pese a su avanzada edad y a fuerza de repetirlo, recita con detalle lugares y fechas como una letanía. “Del campo de Kayes fuimos a Tambacounda, Kaolack, Thies y Rufisque. Luego salimos en barco hacia Marsella. Siete días tardamos en llegar y había chicos de todas partes, de Senegal, Malí, Guinea y Mauritania”, asegura.
A partir de aquí su relato es confuso y enmarañado, salta de una guerra a la otra, de la liberación de París al puerto de Tourane, del barro de Indochina al desierto de Argelia. Pero algunos detalles están clavados en su memoria. “Nos llevó hasta Saigón el barco SS Pasteur. La guerra allí fue durísima, nos mandaban a la selva y pasabas días y días sin dormir, el enemigo salía de la nada de repente, había cadáveres por todos lados”, explica. Al frente de un destacamento de 140 tirailleurs, el sargento Coulibaly se empachó de muerte. Luego vendría Argelia, donde resultó herido, y lo mandaron de vuelta a casa.
Tras 18 años en el Ejército llegó el momento del retiro. “A los tirailleurs nos pagan una pensión que es la cuarta parte de lo que reciben los veteranos blancos. ¿Por qué? Las balas en Hanoi no sabían si eras europeo o negro, en la guerra de Europa muchos hermanos africanos murieron bajo las bombas. También nos prometieron la nacionalidad y nunca lo cumplieron, eso fue una traición. Ya no tengo edad para viajar, pero mis hijos podrían haber ido a Europa a trabajar y buscarse la vida. Si quisiera ir de visita a Francia, país por el que lo di todo, tendría que sacarme un visado, pero para ir a la guerra no me lo pidieron”, asegura con dolor.
Los tirailleurs senegaleses integraban el cuerpo colonial de infantería y fueron reclutados a lo largo y ancho del territorio africano bajo dominio francés. Recibieron el apelativo de senegaleses porque de esta antigua colonia procedían los primeros, pero con el paso de los años llegaban de Guinea, Malí, Chad, Níger e incluso del Magreb, a los que denominaron argelinos o turcos. Tras su creación en 1857 participaron por reclutamiento o de forma voluntaria sobre todo en las dos guerras mundiales (al menos 400.000) y en los conflictos de descolonización, como los citados de Argelia e Indochina.
En Gandiol, a una decena de kilómetros de Saint Louis, Moussa Bitteye pasa casi todo el día acostado en la cama. Escucha con dificultad y le cuesta reconocer a sus propios nietos. También tiene 96 años y hay noches que sueña con aquello y se revuelve inquieto en la cama. A veces se despierta gritando. “Pasábamos cuatro o cinco días en la selva recogiendo a los heridos, a muchos los cargué sobre mis hombros, eran hermanos negros, malienses y senegaleses sobre todo”, explica con dificultad. Su nieto Masseck completa el relato: “Se siente orgulloso de haber sido militar, pero luego tuvo que volver. Era hijo único y su padre lo reclamó. Su vida la pasó entre el campo y el mar, como agricultor y capitán de pesca”.
Uno de los episodios más trágicos de la historia de los tirailleurs no tuvo lugar en una guerra lejana, sino de vuelta a casa. Ocurrió el 1 de diciembre de 1944 cuando un nutrido grupo de ellos que había sufrido prisión y trabajos forzados en Europa fue trasladado a Thiaroye (Senegal) tras la liberación de Francia. Decenas de ellos se rebelaron contra el incumplimiento del pago de sus primas de desmovilización y fueron reprimidos con brutal violencia por sus propios compañeros a las órdenes del general francés Dagnan. La historia oficial habla de 35 muertos, pero se cree que pudieron fallecer al menos 70. El cineasta Ousmane Sembène recogió estos hechos en su película Camp de Thiaroye (1988).
A escasos metros de Bitteye, en la misma Gandiol, vive Issoupha Diop, nacido en 1937, quien estuvo dos años luchando en Argelia. “No tengo ningún recuerdo bueno de ese tiempo, lo más que me marcó fue la muerte de un amigo del mismo batallón. Se adentró en el desierto persiguiendo a un rebelde y luego apareció su cadáver”. El viejo Diop pasa las horas sobre una alfombra en la entrada de su casa, ya jubilado. Fue militar hasta 1972 y llegó a caporal jefe. “Pero nada se parece a la guerra, no es un juego ni una película, es durísima”, dice.
Un puñado de antiguos tirailleurs senegaleses, entre los que se encontraba Sadio Coulibaly, héroes de guerra que se sienten maltratados por Francia, trasladaron al presidente Macron en su última visita a este país africano su malestar por el trato recibido. “Se comprometió a darnos la nacionalidad”, asegura el militar retirado, “pero aún no ha cumplido”. Cada vez quedan menos con vida, pero siguen siendo una herida abierta de una época no tan lejana.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/05/23/planeta_futuro/1558624367_997487.html?hootPostID=95b9d2e6b37446934295af23cee4a733
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