jueves, 23 de mayo de 2019

La libertad


Grigori Mírchev Marinov con su querida osa Vela.

Ninguno de los miembros de la familia Stanev olvidará jamás el día en que el doctor Amil Khalil les quitó los osos.
   Es junio de 2007. En la calle del Geranio de la pequeña aldea de Getsovo en el norte de Bulgaria el verde de los árboles hiere los ojos. Desde primera hora de la mañana no dejan de llegar coches y coches a una casa pareada,con las paredes grises sin revocar. Periodistas, defensores de animales, policías, empleados de la administración, curiosos, vecinos y, además, un montón de niños que andan correteando entre los adultos, tirando palos a los coches, jugueteando. Todos quieren ver cómo acaba -según dirán los medios de comunicación al día siguiente- la bárbara tradición de los osos bailarines. En unos instantes, tendrá lugar un hecho histórico con H mayúscula. Los curiosos irán a contárselo después a los vecinos, y los periodistas, a los espectadores de todo el mundo.
   En la mitad derecha del pareado viven Dimitr Satanev, hombre de muy buena planta, con bigote, y su mujer, Maryka.
   En la izquierda, dos de sus hijos, con sus mujeres y niños.
   Cada uno de esos tres matrimonios tiene su propio oso. Es lo que suele pasar, que los adiestradores de osos vivan unos al lado de otros y estén emparentados entre sí; forman familias multigeneracionales que se dividen el país en pequeñas regiones para no invadir el terreno de otros y no quitarse clientes mutuamente.
   O más bien es lo que solía pasar, porque los Stanev son los últimos adiestradores de osos de Bulgaria y los últimos de la Unión Europea. Por eso hay tantos curiosos y tantos periodistas. Hay algo que está tocando a su fin irremediablemente. A la gente le gusta eso de los finales irremediables.
   Dimitr, en sus sesenta años de vida, nunca se ha dedicado a nada que no fuera el adiestramiento de osos. Acudían a él adiestradores de toda Bulgaria para que les enseñara los trucos del oficio y,a  veces, también para que les ayudara a comprar un osezno. Es perro viejo, listo como él solo, dicen que iba únicamente a lo suyo, pero también tenía mucho encanto personal. Y además de lo suyo sabe lo que no sabe nadie. Siempre tenía a mano un buen consejo y sabía en cada momento quién podía tener un oso para vender.
   También su hermano, Pencho Stanev, bigotudo, con un eterno cigarrillo pegado a la comisura de los labios, es una leyenda. Cuando el director de uno de los zoológicos le pidió un dineral por un osezno, atrapó él mismo un oso en el bosque. Los adiestradores contaban historias parecidas de sus abuelos y de sus bisabuelos, pero dónde se ha visto que alguien en el siglo XX atrapara un oso en el bosque. Esas cosas ya no sucedían. Los gitanos de los Balcanes llevaban años comprándoselos a los directores de los zoológicos o a los cazadores. Eso de atrapar un oso era algo que conocían solo por las leyendas, así que Pencho se ganó inmediatamente el respeto de todo el gremio.
   Unas semanas antes los Stanev habían firmado ante notario que finalmente, tras siete años de batallas, entregarían sus osos a la fundación Cuatro Patas.
   -Los animales de los Stanev son los últimos osos bailarines en la parte civilizada del mundo -dice la gente de Cuatro Patas. Y el jefe del proyecto, el veterinario austriaco Amir Khalil, sonríe de oreja a oreja.
   Los cámaras buscan el mejor sitio posible para filmar. No es fácil: todo sucederá en el estrecho paso que separa la casa de los gitanos y la valla de su vecino búlgaro. "¿Para qué encuadre me preparo?", se preguntan los cámaras. Y andan dándole vueltas a si ponerse sobre el techo del coche, o meterse cámara al hombro, o incluso subirse a un árbol.
   -Era un tema que se vendía solo -me dirá años más tarde una periodista búlgara que estuvo aquel día en Getsovo-. Tienes a unos gitanos que secuestran o que compran ilegalmente crías de osos. Les insertan un aro en la nariz que se llama jolka. Los osos tienen una nariz extremadamente sensible. Meterles algo en la nariz es como si a un hombre le clavaras en el pene un clavo oxidado. Y después se pasan toda la vida tirando de ese aro para obligar a los osos a bailar. Era una imagen muy triste. Estaba claro que los animales sufrían. Aquel día me sentí orgullosa de que la gente de Cuatro Patas consiguiera solucionar ese asunto de una vez por todas.

 Todo el mundo se ha preparado a conciencia para la entrega de los osos.
   La policía está preparada en caso de resistencia. La familia de los Stanev siempre ha intentado llevarse bien con las autoridades. Pero toda la gente del lugar sabe que los osos son lo más importante para ellos y que han hecho lo imposible por no tener que entregarlos.
   La administración está preparada para celebrar un éxito. Es difícil imaginarse una publicidad mejor para toda la región: entre los periodistas presentes están los de los mejores periódicos europeos.
   Los curiosos están preparados para ver un espectáculo.
   Si hay alguien que no está preparado, ese alguien son los osos que andan agitados y nerviosos y no acaban de entender el repentino jaleo.

La familia Stanev espera encerrada en su casa. Está el viejo Dimitr. Están sus dos hijos, su mujer y un tropel de nietos.
   Y están los protagonistas del día.
   Misho, de diecinueve años; Svetla, de diecisiete; Mima, de seis. Están en casa, junto a la familia, con sus jolkas de metal en la nariz y unas cadena de hierro enganchadas a esas jolkas.
   Misho ha estado toda la mañana posando para las fotos y los reporteros se lo han recompensado con chocolate y barras de Snickers. Veselin Stanev, uno de los hijos de Dimitr, para demostrar la íntima relación que su familia tiene con los osos, le ha llegado a meter en la boca a Misho la pierna de su hijo, que apenas si tiene unos meses. El oso ha lamido la pierna. Para Veselin se trata de una demostración del inmenso apego que el oso le tiene a su familia, porque un oso salvaje devoraría primero al bebé, después a Veselin Stanev y, para acabar, a los periodistas y sus cámaras. Pero Misho no era un oso salvaje. Era -subraya Veselin- un miembro más de la familia Stanev. Un miembro de pleno derecho.
   A las diez, llama a la puerta de los Stanev el doctor Khalil para convertir la vida de los osos en un sueño como sacado de un folleto turístico, con su bosque de pinos, su piscina y vistas a las montañas de Rila.
   ¿Qué dice exactamente el doctor Khalil? Probablemente, lo que suele decir en esas ocasiones: "Buenos días, tal como acordamos, hemos venido a por sus osos".
   O simplemente: "Ya saben ustedes a qué hemos venido".
   Es más importante lo que Khalil les va a decir a los periodistas mientras los Stanev estén metiendo a los osos en las jaulas que han preparado antes.
   Dice:"Señoras y señores, el 14 de junio de 2007 se pone fin en Bulgaria a la tradición de los osos bailarines".


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