El logro más importante es el más obvio y, a la vez, el más relevante: la paz. Los antiguos campos de batalla son un recordatorio de su fragilidad y también de la persistencia de la guerra en la historia de Europa. No se debería olvidar que dos miembros de la UE, Eslovenia y Croacia, sufrieron un conflicto en los años noventa y que un país europeo, Ucrania, es todavía el escenario de combates en una parte de su territorio. Rememorar lo que ocurrió en lugares como Verdún —una de las batallas más largas y sangrientas del conflicto— debería servir para cimentar todavía más lo construido en Europa y para huir de cualquier discurso que llame a la división y al enfrentamiento.
Estas conmemoraciones están teniendo, además, una consecuencia muy paradójica, dado el papel central de Reino Unido en ellas. El presidente alemán tiene previsto viajar a Londres, mientras que Theresa May visitará varios monumentos funerarios en el continente. La primera ministra ha declarado que "los campos de la muerte de Francia y Bélgica están salpicados por los horrores de la guerra, pero muestran también la fuerza y la cercanía de nuestra relación actual y son un testimonio del viaje que nuestras naciones han realizado juntas". Nada más cierto: tanto la miseria que desató el conflicto como la profunda unión del Reino Unido con el resto de Europa, imposible de romper sea cual sea la resolución final del Brexit.
Las conmemoraciones de este fin de semana serán un recuerdo de los muertos, como las amapolas que los británicos lucen en las solapas cada noviembre. Pero representan sobre todo una mirada al futuro de Europa que pasa por la reivindicación de su unión por encima de su pasado de divisiones.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/11/08/opinion/1541704109_249434.html
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