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La última región cerebral en alcanzar la plena madurez (en términos de número de sinapsis, mielinización y metabolismo) es el lóbulo frontal, que no está completamente conectado antes de alcanzar la mitad de la veintena.
Esto tiene implicaciones tremendamente importantes. Primera, no hay ninguna región cerebral a la que se le dé tanta forma durante la adolescencia como al lóbulo frontal. Segunda, no se puede entender ningún aspecto de la adolescencia fuera del contexto de la maduración frontocortical retrasada. Durante la adolescencia, los sistemas límbico, autónomo y endocrino van a tope mientras el lóbulo frontal todavía está trabajando con las instrucciones de montaje, esto explica el por qué los adolescentes son tan depresivos, geniales, estúpidos, impulsivos, inspiradores, destructivos, autodestructivos, generosos, egoístas, imposibles y capaces de cambiar el mundo. Piense en esto: la adolescencia y la primera etapa de la vida adulta son épocas en las que se tienen más probabilidades de asesinar, ser asesinado, dejar el hogar para siempre, inventar una nueva forma de arte, transformar la física, tener un gusto espantoso respecto a la moda, asaltar a un anciana, casarse con alguien que no es de tu grupo, romperse el cuello jugando o convencerse de que toda la historia ha convergido para hacer de este momento el más importante, el más lleno de peligro y promesas, el más exigente en el que te has visto envuelto y con el que marcar la diferencia. En otras palabras, es la época de la vida en la que se toman más riesgos, se buscan más novedades y en el que se siente más afiliación respecto a los colegas. Todo ello por culpa de un lóbulo frontal inmaduro.
¿Es auténtica la adolescencia? Puede que la "adolescencia" sea tan solo un constructo cultural. En Occidente, el gozar de una mejor nutrición y salud dio como resultado que comenzara antes la pubertad, y las fuerzas educativas y económicas de la modernidad presionaron para lograr un hueco en el proceso de desarrollo entre estas dos etapas. Voilà! Se inventó la adolescencia (1).
La neurobiología sugiere que la adolescencia es real, que el cerebro adolescente no es simplemente un cerebro adulto a medio cocinar o un cerebro infantil que se ha dejado fuera de la nevera demasiado tiempo. Además, la mayoría de las culturas tradicionales reconocen la adolescencia como un periodo diferente; es decir, te da algunos, pero no todos los derechos y responsabilidades típicas de un adulto. Sin embargo, lo que inventó Occidente es la adolescencia de más larga duración (2).
Lo que sí parece un constructo de las culturas individualistas es la consideración de la adolescencia como un periodo de conflicto intergeneracional; los jóvenes de las culturas colectivistas parecen menos propensos a poner mala cara a las tonterías de los adultos, empezando por los padres. Además, incluso en las culturas individualistas la adolescencia no es, en todos los casos, una época de acné de la psique y tormenta pasional...
(1) En Occidente, el retraso en la edad en la que un individuo es legalmente adulto también refleja a veces algo tan mundano como la masa muscular. En la Inglaterra del siglo XIII, la edad en la que se alcanzaba la mayoría de edad legal pasó de los quince a los veintiún años -las armaduras de protección se estaban volviendo más pesadas, y no era hasta esas edad más tardía cuando los hombres eran lo suficientemente fuertes como para poder manejar las armaduras en el campo de batalla-. No hay ninguna mención a si también se retrasó la mayoría de edad legal de los caballos que portaban cargas cada vez más pesadas. Pero a veces, los avances tecnológicos han hecho posible que los adolescentes más jóvenes se incorporen al grupo de los adultos -se ha señalado que el desarrollo de las armas automáticas ligeras fue de gran ayuda para que se pudieran utilizar los 300.000 niños soldados estimados que hay en el mundo.
(2) Los cazadores-recolectores no están interesados en "¡Parezca diez años más joven!". Quieren parecer ancianos, para así poder dar órdenes a los de su alrededor.
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La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos
Robert Sapolsky
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