domingo, 7 de octubre de 2018

Una tarde en el hospital donde vuelven a la vida las mujeres violadas del Congo

Furaha, cuyo nombre en suahili significa 'Alegría', es operada tras una violación múltiple. ALBERTO ROJAS
 Cuando atraviesas la puerta del hospital Panzi, en la zona alta de Bukavu, la capital de Kivu Sur, te llaman la atención cuatro cuestiones: 1.- Hay cientos de mujeres violadas descansando en sus jardines, hablando en susurros en sus pasillos, recuperándose en sus habitaciones. ¿Cuál es la dimensión real de la violencia sexual en esta zona? 2.- Estamos, posiblemente, en el lugar más limpio, ordenado y decente del Congo. 3.- El sufrimiento físico y mental que estas mujeres han padecido es inimaginable, pero saber que están en las mejores manos es un consuelo. Y 4.- A penas hay seguridad privada en la puerta del centro y desde luego ninguna pública. En su interior trabaja uno de los médicos más amenazados del mundo, que ya ha sufrido cuatro atentados contra su vida y sigue acudiendo a diario a trabajar. Hablamos de Denis Mukwege, el ginecólogo que ha operado a miles de mujeres asaltadas por grupos armados como arma de guerra.

En el interior del centro se acaba la inquietud de las calles, la criminalidad, el ruido o la violencia. Dentro las reglas son estrictas y se respira ambiente de jardín japonés. Los equipos del doctor no sólo reparan los cuerpos de las mujeres, sino que vuelven a activar sus mentes. Las mujeres congoleñas son muy valientes: muchas luchan con todas sus fuerzas contra sus violadores, a veces varios militares a la vez, y después de la violación quedan paralizadas, incapaces de mover los brazos. Allí, en la primera fase, comienzan un curso impartido por antiguas pacientes ya sanadas para coser vestidos, monederos, cestas de mimbre. El objetivo es que comiencen a mover las extremidades, que vuelvan a comunicarse, que ganen toda la autoestima robada por los criminales. Con la venta de estos productos ganan un dinero necesario para seguir alimentando a su familia mientras ellas se recuperan.

En segundo término se les explican sus derechos y la posibilidad de denunciar a sus asaltantes. El hospital les proporciona ayuda legal gratuita. Por desgracia, sólo una ínfima minoría denuncia. Las posibilidades de condenar a los perpetradores de violencia en el Congo son mínimas. La impunidad es total. El miedo a la venganza, además, también funciona. No es una visita fácil: Hay mujeres enteras y mujeres quebradas para siempre. Una de ellas, cuyos ojos fueron arrancados por los violadores, intuye la presencia del periodista. "Creemos que el violador era alguien conocido por ella, la dejó ciega para que no pudiera identificarlo". Otra fase es la operación propiamente dicha. El hospital Panzi cuenta con los mejores quirófanos junto al Heal Africa de la ciudad gemela de Goma, la capital de Kivu Norte, que también sufre la epidemia de la violencia sexual como arma de guerra. 

Una mujer violada por varios militares, es atendida por personal médico en la ciudad de Goma. ALBERTO ROJAS
  Hasta allí viajan ginecólogos de todo el mundo para aprender de los doctores congoleños de los equipos de Mukwege, los mejores del mundo en reparaciones de vaginas de mujeres violadas y fístulas obstétricas, una de las lesiones más graves, casi siempre consecuencia también de una violación. Mukwege, el director de este milagro, es el más relevante en esta lucha, pero no el único: la locutora Caddy Adzuba, desde los micrófonos de Radio Okapi, denuncia a diario la plaga de violaciones; Justine Masika, abogada cuya hija fue violada y asesinada, persigue legalmente a los perpetradores desde su oficina, aunque esté en el punto de mira de todos ellos...

Fuente: http://www.elmundo.es/internacional/2018/10/06/5bb7743922601dd0108b45f6.html

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