¿Nos asesinaron los españoles, nos robaron el oro?
Si los españoles no hubieran llegado a lo que hoy es México, nosotros, simplemente No existiríamos (o tal vez estaríamos odiando a los portugueses, franceses o ingleses, si ellos hubieran llegado antes).La historia de Europa está repleta de crueldades, abusos y crímenes de todo tipo, pero no por ello se odia a los romanos (italianos), anglosajones, franceses o alemanes. Esto no significa justificar ninguna guerra, aunque sea en nombre de Dios.
Con los habitantes primigenios de México no ocurrió como con la España invadida por los moros, por ejemplo, donde la separación de razas se mantuvo fuertemente (hasta cierto punto). Acá hubo una mezcla y es lo que hoy somos: mexicanos.
Así, odiamos lo español, pero, ¿a qué dios adoramos? ¿Qué idioma hablamos y escribimos? ¿De dónde vinieron la música, los instrumentos, el caballo y la vestimenta del charro…?
Es realmente curioso: los que pretenden ser indígenas, aborrecen al español que dicen los “destruyó”, pero se sienten orgullosos de sus costumbres católicas, que los frailes obligaron a seguir a los primeros mexicanos.
Por otro lado, no fueron los españoles quienes vencieron al gran imperio azteca. Eran como medio millar de españoles. Sin la ayuda de otras tribus, no habrían vencido.
No se entiende que tan reducido grupo venciera a tantos miles. Claro, también tuvo participación la “guerra bacteriológica” que, sin querer, trajeron: viruela, peste, tifoidea, sarampión… que mató indios a pasto.
Los azteca eran más o menos como los romanos, dominaban a la mayoría de naciones y les exigían tributos para dejarlos en paz. Este hartazgo se puede leer cuando se quejan los habitantes de Teocalhueyacan: “Motecuzohzoma y los mexicanos nos hacen muy desgraciados, nos atormentan mucho. ¡Hasta las narices nos ha llegado la miseria!” (Códice Florentino. Cap. XXVI). Citado por Tzvetan Todorov en Relatos aztecas de la conquista.
Como los tlaxcalteca eran pobres, “nomás” entregaban unos cinco mil jóvenes para que los del Imperio les sacaran el corazón. Por eso, ellos, los tlaxcalteca, totonaca y otros se aliaron a los europeos para quitarse el yugo azteca (también por eso los purépecha no acudieron al llamado de Cuitláhuac). Cortés solamente utilizó el odio contra los azteca para ganar.
En ese tiempo no existía el concepto de “nacionalidad mexicana”, se habla de eso después de la Independencia.
Por eso no se puede decir que “nos robaron nuestro oro”, ¿cuál? No existíamos como nación. Si hubiera existido un concepto parecido, la gran alianza que se diera hubiera impedido la destrucción de esas culturas… por un tiempo.
Afirma Enrique Krauze en su libro De héroes y mitos:
“[…] una actitud que los ideólogos suelen confundir con el nacionalismo: el patriotismo.
“Agresivo o defensivo, el nacionalismo presupone la afirmación de lo propio a costa de lo ajeno. Es una actitud que pertenece a la esfera de poder.
“El patriotismo, en cambio, es un sentimiento de filiación: pertenece a la esfera del amor. […] La duda metódica y la búsqueda de la verdad deben desplazar a la admiración sentimental. La Historia de Bronce debe someterse a una crítica severa, en varias direcciones”.
Los azteca, odiados y temidos
Una
de las tribus nahuas más pobres llega al valle del Anáhuac cuando ya
están asentadas varias tribus; por eso les llaman “azteca” (“cuyo rostro
nadie conoce”). Ellos se llamaban a sí mismos tenochca y luego mexica
(no había plural). Piden permiso a los tepaneca para pasar por sus
tierras y se establecen en Chapultepec. Ahí viven tranquilos un tiempo
hasta que se les ocurre (como a los romanos con las sabinas) robar
mujeres de Tenayuca.
Es la primera vez que
otros se unen para atacarlos. Irritados tepaneca, colhua y xochimilca,
los vencen y los hacen esclavos, incluido su jefe Huitzílhuitl; una
parte escapa a los islotes del lago. A otro núcleo tenochca, el señor de
Culhuacán, Cóxcox, le dio permiso (con la idea de que murieran
envenenados) para vivir en Tizapán, lugar de serpientes venenosas. Los
azteca se las comen.
Los tenochca ganan
prestigio luchando al lado de Cóxcox en la guerra contra Xochimilco y le
piden a su hija para esposa de su jefe. Cóxcox accede. Los azteca lo
invitan a la ceremonia, a la que acude el feliz padre, sólo para ver que
los agradecidos tenochca sacrifican y desuellan a su hija, con cuya
piel se viste un sacerdote (este ritual de quitar la piel y vestírsela
seguirá en honor de Xipe Totec).
Ante el enojo de
Culhuacán, los tenochca huyen al lago y se unen a sus hermanos ya
establecidos ahí. Pasa el tiempo y convencen de nuevo a los de Culhuacán
de que le otorgue un jefe para fundar una dinastía y así llega
Acamapichtli.
Más tarde, en época de
Itzcóatl (con quien comienza el poderío azteca) y, ante la actitud del
jefe de Azcapotzalco, Maxtla,, al asesinar a Chimalpopoca, de Texcoco, y
también al señor de Tlatelolco, se unen con los texcocanos y los de
Tlacopan y se crea la famosa Triple Alianza.
Los tenochcas resultan
más listos. Primero, se reparten el botín mayor entre ellos y los de
Texcoco, dejando lo menor para Tlacopan, y luego se alzan como los
líderes (en su historia, los triunfos sólo se los anotan ellos; los
texcocanos sí le dan el crédito al azteca).
Es desde ésta época que
Tlacaelel comienza a ser el poder tras el trono, y aconseja a Itzcóatl
de que los códices anteriores a ellos sean quemados; los desaparecen y
“rehacen” la historia. Es posible que por esta fechas haya nacido el
mito del nopal y la serpiente.
Con Itzcóatl se inicia
el avasallamiento de las tribus de Mesoamérica. Se incrementa con
Moctezuma I, quien revivió la Guerra Florida (conseguir prisioneros para
el sacrificio; sólo los de Tlaxcala proporcionaban más de cinco mil al
año). Se entiende el odio tlaxcalteca.
Axayácatl es quien
amplía los dominios hasta Oaxaca y Tehuantepec. Pero sufre una gran
derrota contra los purépecha. En esta época entran en guerra con sus
aliados de Tlatelolco.
Tenochtitlán sigue
encumbrándose, los azteca son temidos y odiados. La mayoría de tribus no
comparte su gusto por la carne humana. Los mexicas se comen a los
prisioneros en rituales a Huitzilopochtli (aunque hay una tesis que
apunta en otro sentido. Juan Miralles, autor de Hernán Cortés, inventor de México, ed. Tusquets, afirma que los aztecas, también practicaban el “canibalismo gastronómico”).
Con la subida al trono
de Ahuítzotl, el imperio se extiende hasta Guatemala y hasta donde hoy
es Tamaulipas. Para la inauguración del Templo Mayor emprende una
campaña de dos años por el norte de Oaxaca y alcanza el récord en
sacrificios humanos: Más de veinte mil víctimas fueron inmoladas en
honor del dios de la guerra en 1487. El mismo Ahuítzotl sacaba los
corazones acompañado de su aliado Nezahualpilli, quien no heredó la
sensibilidad de su padre Nezahualcóyotl.
Ante esta “hazaña”, que
se conoció “en los confines de Mesoamérica, todos temblaron ante la idea
de que el rey azteca llegara reclutar prisioneros”. Este pavor, deformó
el nombre y durante mucho tiempo en México se llamó “Ahuizote” a quien
se le teme constantemente. El “Coco”.
Se entiende también por
qué los señoríos zapoteca del valle de Oaxaca y de Tehuantepec, no
presentan guerra a los españoles. Como las otras tribus sojuzgadas, los
ven como a sus libertadores; porque muy dóciles no eran los zapotecas,
como lo demostraron en el sitio de Guiengola:
“[…] de solamente las
cabezas de los mexicanos, los naturales desta provincia hicieron una
albarrada [muro o barda de piedra] que está en un cerro, que estará [a]
dos leguas desta villa, que era antiguamente fuerza desta provincia […]”
(Acuña, 1984: II: 114-115).
El
último señor que disfrutó el poder fue Moctezuma el Joven, quien
todavía pudo ofrecer a su dios de la Guerra “doce mil cautivos de una
provincia de Oaxaca”. Lo dicen Tezozómoc, Torquemada y Durán, según
Hubert. H. Bancroft.
Finalmente este
Moctezuma rompió con lo último que le podría ser de ayuda: Texcoco.
Resulta que Nezahulpilli se había casado con una hermana del rey azteca,
quien resultó medio ninfómana. Hay que recordar que las leyes eran muy
estrictas en este sentido, por lo que, en 1498, al caerle el señor
Texcocano en la maroma a su consorte con varios mancebos, hizo uso de su
derecho y la asesinó. Los tenochca mucho se enojaron, pero no pudieron
hace nada.
Fue más tarde que el
rencoroso Moctezuma se vengó al dejar que el ejército texcocano cayera y
fuera destruido en una emboscada y, a la muerte de Nezahualpilli en
1516, el azteca nombró al sucesor sin tomar en cuenta al Consejo de
Texcoco. El aspirante se levantó en armas y la alianza se rompió, para
futuro infortunio de Moctezuma. Sólo faltaba que llegara Cortés.
Mesoamérica, como el
resto del continente, estaba constituido por “naciones” o
ciudades-Estado más o menos como en la Grecia de Alejandro Magno, como
Atenas o Esparta (aunque no era una ciudad), o como los reinos italianos
del Renacimiento: el de Nápoles, el de Venecia…
Es decir, no existía una
nación como hoy la concebimos. Por eso se entiende la participación de
los totonaca, tlaxcalteca o texcocano, en contra de los azteca. Por eso
también no podemos decir: “nos robaron, violaron a nuestras mujeres…”,
somos producto de españoles e indios. A menos que exista alguno que
tenga más de 500 años de edad y sea de sangre pura, puede decir eso.
La Historia de Bronce
El culto a los héroes es
casi tan antiguo como la humanidad, pero en México, se lleva a una
exaltación tal, que se cree se debe a la sustitución del antiguo orden
religioso que se comenzó a desplazar después de la Independencia; así se
observa en la devoción que se le muestra a los huesos de nuestros
héroes, como a las reliquias de un santo.
Ese encumbramiento o
glorificación de los héroes sirvió para consolidar la identidad nacional
y legitimaron la creación de la República. Así nació la “Historia de
Bronce”, comenzando por Cuauhtémoc, que es héroe aunque haya sido
derrotado. La exteriorización está en los versos del gran José Alfredo:
“Con dinero y sin dinero […] sigo siendo el rey”.
Estas ideas chovinistas o patrioteras (creencia que lo del país o región o pueblo al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto),
alcanzan su máxima expresión con José Vasconcelos al frente de la SEP.
Todo lo indio se sublima: en libros, películas, en los murales que
pintan nuestros grandes pintores, en poemas y canciones.
Eso se enseña en la
escuela, donde se nos dice que los españoles “nos invadieron, nos
robaron”… Identificándonos con los indios, con los derrotados…
Aquí sale ganando la
Iglesia católica, porque, también por eso, dice Octavio Paz: “El
mexicano venera al Cristo sangrante y humillado, golpeado por los
soldados, condenado por los jueces, porque ve en él la imagen
transfigurada de su propio destino. Y esto mismo lo lleva reconocerse en
Cuauhtémoc, el joven emperador azteca destronado, torturado y asesinado
por Cortés”.
Subliminalmente, se nos
obligó a pensar que somos azteca, cuando hay descendientes de indígenas
de lugares donde nunca se paró un mexica. Se nos hizo ver a nuestros
héroes como dioses. Y deidades únicas a quienes hay que venerar y
reverenciar ciegamente. Por eso sería un delito decir que Benito Juárez
no habría podido lograr la gran obra sin colaboración de otros, por
ejemplo.
Como se ocultó el pasado
sanguinario de los azteca se nos ocultan los datos negativos de los
próceres, que, finalmente, son seres humanos. No se habla de los
asesinatos de Hidalgo, ni de las violaciones de los “villistas” o se
disimula la decidida participación de la Iglesia en contra de la mayoría
de las luchas.
O se
expulsa del panteón liberal de la patria a quienes la “traicionaron”.
Como a Miguel Miramón, que fue uno de los “niños héroes”, pero en la
Guerra de Reforma estuvo del lado contrario y apoyó el Segundo Imperio.
O se omiten las acciones
desprestigiantes del Ejército mexicano. (Hay qué ver cómo se pusieron
los generales cuando se habló del ’68 en los libros de texto).
O se inventan mitos, como el vuelo con bandera de Juan Escutia; la hazaña del “Pípila”…
Sobre el tema inicial, señala Luis González de Alba en su libro Las mentiras de mis maestros:
“La psicología social
mexicana tiene un magnífico tema de investigación en nuestra
identificación con los vencidos y no con los vencedores, siendo hijos de
ambos. Decimos que ‘ellos’, los españoles, llegaron y ‘nos’
conquistaron. ¿Por qué nos llamamos conquistados si también somos
conquistadores? ¿No tenemos ojos de todos los colores y pieles de todas
las tonalidades? ¿No nos llamamos Carlos, Miguel, Antonio, María,
Carmen? Nos apellidamos González, López, Payán, Cárdenas, Aguilar,
Toledo, Segovia, Cortés. La idílica y tonta visión que tenemos del
imperio azteca la pensamos en español y cuando insultamos a España la
insultamos en español. Un pueblo urgido de psicoanálisis éste, donde, a
pesar de tanto indigenismo, los indios no pueden ni levantarse en armas
sin que un güerito se lleve los reflectores: fatalidad digna de
estudio”.
En El reverso de la
Conquista (1963), un gran estudioso de la cultura prehispánica, Miguel
León Portilla, ya señalaba que no podemos desligarnos de la otra parte
de nuestro origen:
“Estamos persuadidos de
que, acercándonos a la historia y a la literatura indígenas, sin hacer
supresión anacrónica e imposible de lo Occidental, que es ya también
nuestro, acabaremos de comprender en un contexto universal y humano
nuestras raíces, nuestra deficiencias y verdadera grandeza para el
presente y el porvenir”.
Hace más de ochenta
años, Samuel Ramos, publicó El perfil del hombre y la cultura en México
(1934), tomando como base las teorías de Adler dijo que el mexicano (de
cualquier clase social) sufre un complejo de inferioridad. Debido a su
baja autoestima se auto denigra, por eso imita otras formas de vida o de
cultura. Octavio Paz hizo lo propio con El laberinto de la soledad en
1950.
Aunque algunos han
criticado algunas posiciones de Ramos y de Paz, muchos de sus preceptos
están vigentes. Porque la educación ha tenido más tiempo de inducir las
ideas nacionalistas, que no patriotas, en los mexicanos. Y la Iglesia
católica ha continuado su arduo trabajo de alienación.
Sobre esa Historia de
Bronce (sin mencionarla) dice Paz. “Y otro tanto se puede decir de la
propaganda indigenista, que también está sostenida por criollos y
mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le hayan prestado
atención. El mexicano no quiere ser indio, ni español. Tampoco quiere
descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino
como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada […]. Es
pasmoso que un país […] sólo se conciba como negación de su origen”.
Estamos en un nuevo
siglo, hay que estudiar de nuevo la historia. Esa historia que
unificaron los gobiernos para fundamentar su proyecto de nación debe
quedar a un lado. Eso ha dejado un culto morboso o necrófilo por los
huesos de los héroes. Ha impregnado el alma de rencor, no ha permitido
cicatrizar las llagas… no nos permite ver claramente el pasado ni
entender el presente.
Esa historia también
sirve para que los políticos o gobernantes en turno, se “vistan” de
patriotas, hagan guardias, inauguren monumentos, presidan ceremonias,
entreguen ofrendas y hagan discursos.
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