jueves, 11 de octubre de 2018

El sabor de la vida

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Malabar en el siglo XV. Los indios cosechan la pimienta que prueba un mercader europeo. Livre des Merveilles du Monde
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Una de las pruebas más duras de la medicina tradicional y para las que las especias eran muy apropiadas era la cura mediante tratamiento de choque. El propio Galeno tenía mucha fe en arrancar por la fuerza al paciente de las garras de la enfermedad. Para un ataque de epilepsia recomendaba un trago de sangre de gladiador, para la hidrofobia sugería echar al paciente a un estanque. Esas recetas insistían a menudo en la raro, lo caro, lo exótico y lo repugnante. En El arte de sanar de Galeno, una de sus obras más leídas en la Edad Media, da un remedio campesino para el dolor de cabeza, que consiste en colocar en la sien una cataplasma de lombrices y pimienta molidos con vinagre. El libro de las medicinas, escrito en siriaco, aconseja una mezcla de pimienta, mirra y excrementos de perro para tratar la ictericia. Mil años después el naturalista Edward Topsell (1572-1625) recomendaba una mezcla de erizo y pimienta para el cólico.
   A menudo ni las autoridades más respetables prescindían de estas cosas, e incluso quienes podían permitirse algo mejor estaban dispuestos a probar los remedios más repulsivos. Marcelo Empírico, el médico de Teodosio el Viejo (374-395), citaba un remedio atribuido a una anciana africana que era "eficaz más allá de cualquier esperanza humana" y que tenía como ingredientes ceniza de cuerno quemado de ciervo, nueve granos de pimienta blanca, mirra y un caracol africano molidos y mezclados en una copa de vino de falerno, el mejor vino de los romanos. La poción, añade, debía beberse mirando a Oriente.
   Desde una vaga creencia en la eficacia de un tratamiento brusco hasta la doctrina de que no se consigue nada sin dolor había un paso muy corto: la escuela de pensamiento de "si duele es sano", que ha gozado de buena salud hasta hace muy poco. Este impulso parece ser la única explicación a la regularidad con que las especias se aplicaban a sitios donde en apariencia eran muy poco necesarias, como la nariz, el ano y los genitales. Juan Gil de Zamora recetó pimienta para varias enfermedades del ano, con la idea de que una cantidad suficiente de especias quemaría la enfermedad. En el Libro de secretos, atribuido a Alberto Magno (c1200-1280) se recomienda la pimienta y el lince molido para las almorranas y la "carne que crece en torno a las nalgas". La gota se trataba aplicando directamente especias, con la esperanza de que su efecto picante y ardiente expulsara la enfermedad.
   Aunque tales remdios no curaran, seguramente distraían, y lo más probable es que fuesen menos incómodos o dañinos que diversos tratamientos pensados para el cerebro, una parte del cuerpo que se consideraba especialmente propensa a los humores fríos y húmedos. Juan Gil de Zamora recetaba pimienta y canela para la epilepsia, la gota, la locura, el reuma y el vértigo, dolencias que atribuía a enfermedades frías y húmedas del cerebro. Los métodos para hacer llegar las especias al órgano afectado podían ser verdaderamente horribles. Puesto que la nariz se consideraba la ruta más directa, las especias a menudo se introducían sin más en las fosas nasales.[...]
   Este tipo de remedios fuesen o no dolorosos, en su mayoría no debieron de causar ningún daño permanente. No obstante, dados los riesgos que implicaban, la regularidad con que se aplicaban resultaba como mínimo sorprendente. En los manuscritos médicos griegos del siglo V aparecen colirios de pimienta mezclada con cobre, azafrán, opio, plomo y calamina. Pedro Hispano, que luego se convertiría en el papa Juan XXI autor de Dietas universales y dietas particulares, una de las obras médicas más consultadas de la Edad Media, afirmaba que "la pimienta es buena para la visión borrosa". Para la "visión borrosa" el manuscrito anglosajón conocido como Herarium Apuleii Platonici recomienda, de forma oscura pero alarmante, una cataplasma hecha de celidonia molida, miel, pimienta y vino, y añade que conviene "frotar los ojos por dentro"[...]
 Dado el extremo dolor e incluso el daño permanente que podían producir la puesta en práctica de estos trucos de magia requería cierta desfachatez por parte de quien los aplicaba y credulidad por parte del público, o ambas cosas. Y de hecho muchos de ellos pueden calificarse de teatrales, pues se basaban mayormente en un grado de mistificación y deslumbramiento en el que tanto el médico como el paciente rico consideraban activos y no pasivos el coste y la escasez de las especias: si  costaba más, debía de ser mejor. Éste era un instinto que los médicos procuraban cultivar. Juan de Gaddesden, médico del rey inglés Eduardo II (1284-1327), confesó sin tapujos su interés por cobrar un buen dinero, al referirse a los remedios que sólo divulgaba si el precio era alto. Guilles de Corbeil (1140-1220), médico del rey Felipe Augusto (1165-1223), aconsejaba sin rubor a los médicos que adaptaran tanto sus tarifas como sus medicinas a la salud financiera de sus pacientes: si el paciente era rico, "el médico debería cargar los precios" y prescribir sólo las especias más raras y caras.[...]
   A menudo el médico y el especiero colaboraban para estafar al paciente. El "médico" de Chaucer había llegado a un acuerdo mutuamente provechoso con los boticarios que le abastecían de especias caras y ambos se llenaban los bolsillos a expensas del cliente: "Tenía sus farmacéuticos a mano para suministrarle drogas y jarabes. De este modo cada uno actuaba en beneficio del otro"...


Las especias
Historia de una tentación
Jack Turner

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