domingo, 14 de octubre de 2018

Hijas de ningún dios

El negocio del tráfico de mujeres para su explotación sexual en México 

Barrio de la Merced, donde se calcula que trabajan unas 3.000 mujeres en el sector de la prostitución.Nuria López Torres
 Un gramo de cocaína se vende, se consume y se acaba. A una mujer se la puede vender veinte, treinta o cuarenta veces al día. Y otras cuarenta más al día siguiente. La explotación de personas es una de las actividades delictivas más jugosas del mundo. Un negocio que arrebata la condición humana a sus víctimas para convertirlas en meras mercancías. En México, un país roído por el crimen organizado, los tratantes campan impunemente y la esclavitud sexual es el destino de muchas mujeres desaparecidas.

“Se habrá ido con el novio”, le dijo la policía a María Soledad Sánchez cuando fue a denunciar que su hija Aylin, de catorce años, había desaparecido al bajar a comprar la cena. No importó que una vecina hubiese visto cómo tres tipos la subían a un coche a la fuerza. El protocolo de la Fiscalía dice que deben pasar 72 horas para presentar una denuncia por desaparición. Cuando pasaron esos tres días, le volvieron a repetir que a lo mejor la adolescente estaba embarazada y que se había ido por gusto.

Muchas mujeres secuestradas y explotadas como esclavas sexuales no regresan con sus familias, en caso de ser liberadas, a causa del estigma social.Nuria López Torres
 María Eugenia tampoco sabe qué pasó con su hija Diana Angélica, desaparecida a su vez a los catorce años. Los testimonios se repiten: el de las madres de Aylin y Diana Angélica, el de la madre de Nayeli, el de la hermana de Mónica. Todas ellas son jóvenes desaparecidas a las que las autoridades no buscan. O en algunos casos fingen hacerlo, pero sin resultados.

Desde 2007, bajo las últimas dos administraciones, se ha documentado la desaparición de unas 35.000 personas en México. Una de cada cuatro desaparecidos es una mujer. A diferencia de los hombres, en las chicas hay un patrón físico. Son más jóvenes que la media y generalmente de complexión alta, según el análisis hecho por la organización Data Cívica.

Aylin, la hija de María Soledad, ya no está en las estadísticas. Su madre la encontró seis meses después de aquella noche en la que no regresó. Para ello tuvo que adentrarse en el mundo de las trabajadoras sexuales, contratar a matones e incluso ir a programas de la televisión a denunciar la desaparición. Finalmente descubrió que a su hija la había secuestrado un proxeneta que la torturó hasta conseguir que se prostituyera para su beneficio. Su madre asegura que Aylin todavía tiene las huellas de las cadenas en las muñecas. Las otras cicatrices no se ven, pero le rompen el alma.

“La tenían encadenada a una plancha donde los clientes la violaban, y él cobraba. La dejaron días enteros sin comer, sin tomar agua. La obligaron a comer suciedad hasta que doblegaron su voluntad y aceptó venir a un lugar donde tiene otras jóvenes: la mayoría son niñas de secundaria”, cuenta María Soledad con tono enérgico, intentando que el dolor no la resquebraje, mientras le tiemblan los labios. “Algunas trataron de escapar y terminaron muertas, algunas desaparecieron, y algunas ya se resignaron. Hubo una que escapó como testigo protegido de Estados Unidos, porque el proxeneta formaba parte de una red transnacional de trata que explotaba mujeres latinas allá”, añade.

Rebeca y dos chicas más fueron rescatadas por un policía federal del edificio donde los explotadores las tuvieron encerradas durante tres años y medio. Nuria López Torres
 La madre de Aylin habla en un espacio seguro, en la casa de Brigada Callejera, una organización que integra a trabajadoras sexuales, supervivientes de trata y otras mujeres que llaman a la defensa de sus derechos y a la movilización comunitaria. La habitación es un consultorio precario donde se hacen revisiones ginecológicas y se reparten condones y apoyo emocional al por mayor. Abajo está el mayor prostíbulo al aire libre de América: el barrio de La Merced, en la Ciudad de México.

La Merced es un mercado enorme. Conformaba los antiguos abastos de la capital y, aunque ahora es para minoristas, agrupa decenas de bloques donde se venden frutas, verduras, menaje, ropa nueva y usada, zapatos, remedios médicos, música, comida preparada... y mujeres. Unas 3.000, según los últimos cálculos de Brigada Callejera. Se ven a simple vista. Pueblan las aceras día y noche. Entre el griterío de los comerciantes y el tránsito de los compradores, hay una sucesión de chicas —algunas muy jóvenes— con tacones y ropa llamativa. Están paradas a pocos metros de distancia unas de otras, mirando sus celulares u ofreciendo sus servicios a quienes se acercan. Aquí no hay negociación: es una explicación rápida, la tarifa está marcada. Pueden ser apenas siete euros por “un rato”, que suele ser de unos quince minutos. Cerca hay hoteles en los que ni siquiera se cambian las sábanas o casas conchabadas. Muchos de los vendedores que las rodean son parte de la mafia que explota a las mujeres.

EL NEGOCIO DE LA EXPLOTACIÓN
Con la globalización, el mundo se ha convertido en un burdel donde hay países que exportan víctimas, otros por donde transitan y otros, como Estados Unidos o muchos países europeos, de destino, donde se encuentran los “consumidores” de esas víctimas. Ningún país es inmune. La trata está en el pódium de la lista de negocios ilícitos más lucrativos, junto al tráfico de drogas y de armas. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 25 millones de personas son víctimas de las diferentes modalidades de trata en todo el planeta. En México, el 93% de las víctimas de trata son mujeres y el 26% menores de edad, según la propia Comisión Nacional de Derechos Humanos. A menudo las explotan en otras ciudades diferentes a las suyas, o son llevadas a Estados Unidos.

México es un país de origen, tránsito y destino de víctimas de trata. Por sus clubes pasan muchas mujeres de América Central y del Sur, así como de Europa del Este, Asia y África. El destino final de algunas es Estados Unidos.

El Gobierno mexicano ha firmado convenciones para erradicar la violencia contra las mujeres y la trata con fines de explotación sexual, tiene una Fiscalía Especial y albergues para víctimas. En noviembre lideró la primera Cumbre Hemisférica sobre Trata. Sin embargo, “la complicidad de las autoridades sigue siendo un grave problema”, señala un informe de Estados Unidos sobre tráfico de personas en México. El documento reconoce la gravedad de “la corrupción relacionada con la trata de personas entre funcionarios públicos; en particular, las fuerzas del orden y las autoridades judiciales y de migración del ámbito local”. La ONU calcula que cada año alrededor de 21.000 menores mexicanos son captados para la explotación sexual. Eso son más de 57 cada día. Y de esta cifra, 45 de cada 100 son niñas indígenas.

Una trabajadora sexual baila en una fiesta organizada por la ONG Brigada Callejera.Nuria López Torres
Tienen métodos ensayados una y otra vez para captarlas. A Aylin, la hija de María Soledad, la levantaron, es decir, la raptaron. El crimen organizado tiene a hombres que controlan determinadas zonas o barrios, se fijan en una posible víctima —casi siempre muy joven y de complexión delgada—, la vigilan unos días para conocer su rutina y, cuando pueden, la suben de forma violenta a una camioneta.

Otra táctica, más sofisticada, es la del enamoramiento. Hombres que se dedican a cautivar a niñas hasta que consiguen alejarlas de sus familias —tienen estipulado un tiempo de tres meses de media para conseguirlo—, y se las llevan a otro estado. Es allí cuando el novio cambia radicalmente y la obliga a prostituirse. Tienen toda una red de mujeres trabajando para ellos, y hay familias enteras que se dedican a embaucar niñas. Una vez caen en la red de trata, la maternidad es una forma de control sobre las mujeres explotadas: las víctimas que han logrado escapar explican cómo a las más jóvenes las embarazan rápido para utilizar luego las amenazas contra sus hijos como herramienta de presión.

ATRAPADAS
Mérida era una niña indígena cuando conoció a su padrote, como llaman a los chulos en México. Era la menor de siete hermanos y se crio con su tía porque su madre no tenía recursos para alimentar a tantos hijos. A su tía la llama la “mamá mala” porque no recibió de ella más que golpes y regaños. Vivían en una aldea de maizales, burros y perros hambrientos. Entonces apareció él. “Muy guapo, guapíiiisimo, se pasaba de guapo y yo allí en el pueblo, prietita, morenita, trenzuda, chancludita y él blanco, bien parecido, bien vestido, pues dije: guau”.

No podía creer que aquel chico tan elegante le hiciera caso. Se enamoró. Se veían a escondidas. Hasta que a las pocas semanas él propuso que se fueran a la capital, que allí se casarían, crearían un hogar y una familia. El sueño duró un par de meses. Un día él llegó llorando: se había metido en un lío y si no pagaba una deuda podía ir preso. La única solución era que ella se acostase con un conocido, le dijo.
Ahí empezó una cadena de esclavitud. Los hombres desfilaban por su casa. Él le pegaba y la amenazaba. Luego la llevó a la Merced, a ser una más de las cuatro que él “regentaba” en la calle. Mérida no quería, pero él le amenazaba con quitarle el hijo que habían tenido o incluso con matarla, explica ahora en la clínica de Brigada Callejera, ya liberada de él y con años de dedicarse a la prostitución por cuenta propia.

María Eugenia, madre de Diana Angélica, es entrevistada durante una manifestación de familias con hijos desaparecidos en México D.F.Nuria López Torres
 En la misma clínica, sentada en una camilla, también la joven Rebeca López recuerda momentos duros. “Me tocó ver cómo mataban a golpes a una muchacha porque no dio todo el dinero que había ganado un día. Me tocó ver que a otra la asesinaron porque no quiso salir a trabajar a la calle; a esa sí, a sangre fría la mataron”. Tiene 26 años y sorprende que, tras todo lo que ha sufrido, siga viva y cuerda.

Su padrastro abusó de ella entre los cinco y los siete años. Su abuela, para poner fin a aquello, la mandó con su padre biológico, un traficante de mujeres que ya había explotado a su madre. La pequeña tenía once años cuando el padre comenzó a utilizarla como mercancía: la mandó a Florida, con un socio que comenzó a prostituirla junto a otras chicas mexicanas y suramericanas. Ella no hablaba nada de inglés. Un día les cayó un operativo policial y detuvieron a todas las chicas por formar parte de una red de prostitución ilegal. Cuando ya pensaban que la policía estadounidense las iba a mandar a migración —tampoco tenían papeles— y deportarlas, las entregaron de nuevo a su padre y sus otros dos socios. Los tentáculos de la corrupción no entienden de nacionalidades.

Con 17 años consiguió escapar y regresar a su país. Llegó a la Ciudad de México y, desesperada por encontrar un trabajo, llamó a un anuncio en el que solicitaban chicas jóvenes como trabajadoras domésticas. Rebeca acudió a la cita con el empleador. Para cuando se dio cuenta, estaba montada en una camioneta con más de una docena de chicas, rumbo al Hotel Liverpool, un picadero de mala muerte en la Merced, a menos de un kilómetro del Congreso de los Diputados.

Las amenazaron, las amarraron de pies y manos y las dejaron dos días sin comer, explica. Al tercero, dos señoras las cambiaron, las maquillaron y les dieron instrucciones: se quedarían en el cuarto sin salir para nada. Por aquella habitación pasaban veinte hombres al día, a veces hasta veinticuatro. El horario de la noche era de seis de la tarde a ocho de la mañana. Si no cumplían, no les daban comida y no les permitían bañarse. Si un cliente se quejaba de alguna chica, la golpeaban. No había día de descanso, ni siquiera aquellos en los que estaban con la menstruación. Cuando tenían la regla, les ponían una esponja en el fondo de la vagina que fungía de tapón para el sangrado. Cada tanto se la cambiaban y, sin rechistar, a seguir trabajando. Así pasó Rebeca tres años y medio, encerrada en el hotel, como un objeto sexual al que manosear y penetrar sin descanso. Sin que nadie denunciase que tantos hombres entrando y saliendo del edificio cada media hora era, por lo menos, raro.

CORRUPCIÓN Y COMPLICIDAD
El informe del Instituto Belisario Domínguez del Senado de México a propósito del Día Mundial Contra la Trata no titubea: “La trata es un negocio constituido por redes de complicidad entre el poder político, económico y el crimen organizado, y hay nexos entre hombres propietarios de negocios sexuales metidos en la política”. La Procuraduría General de la República estima que en México hay 47 grupos de delincuencia organizada involucrados en la trata de personas para fines sexuales y laborales.

Después de tres años y medio encerrada en aquel hotel Rebeca fue rescatada por un policía federal,
que durante tres meses había estado investigando el lugar. Cada semana la visitaba haciéndose pasar por cliente fijo. Ella le facilitó toda la información que pudo. Una vez lanzada la operación, el agente acogió a Rebeca y su compañera de habitación en su casa mientras hacían las declaraciones y el reconocimiento de los detenidos. La esposa del policía las apoyó con comida y ropa. Un día después, llamaron a casa del agente para notificar a su mujer que él había sido asesinado.

“La policía y las autoridades están compinchadas, protegen a los padrotes. Las denuncias han traído problemas: asesinatos de compañeras, encarcelamientos, algunas golpeadas, otras desaparecidas…”,  explica Elvira Madrid, fundadora de Brigada Callejera. Ella entró en contacto con el mundo de la explotación sexual hace 27 años por un trabajo académico y nunca más abandonó a estas mujeres, pese a haber recibido múltiples amenazas. “Seguimos denunciando, pero aprendimos que no podemos ir solas, y que tenemos que darle seguimiento a los casos porque la policía los abandona. En la calle, los patrulleros extorsionan a las trabajadoras sexuales, las golpean y las violan”.

Ahora Rebeca, María Soledad o Mérida la ayudan. Rebeca sigue ejerciendo la prostitución, pero por cuenta propia. “Es difícil cuando ves que pudiste tener otro tipo de familia y no es así. Pero aprendes que cuando estás más abajo es cuando te debes de sentir más arriba. Cuanto más te pisoteen, más debes salir adelante. Y si sigo aquí es porque tengo algo que hacer y tengo que superarme”, dice al final de la entrevista, y es el único momento en que se desmorona: cuando piensa en el futuro. Hasta entonces había relatado su experiencia con la serenidad de quien ya ha sufrido demasiado. Si hacemos un promedio a la baja de la tortura que sufrió encerrada en el hotel, Rebeca fue violada unas 15.000 veces en tres años y medio. Pero no fueron tres años. Fue, en diversas modalidades, desde los cinco años. No hay números que expliquen esta experiencia.

María Soledad Sánchez logró el encarcelamiento del tratante de su hija. Fue gracias a que un tribunal de Nueva York presionó a México por delincuencia organizada transnacional. En la actualidad está preso, pero María Soledad asegura que todavía tiene a más de un centenar de mujeres explotadas a través de su red. “Las autoridades están coludidas con este tipo de sujetos, porque ganan tanto dinero, la rebanada de pastel es tan grande, que las compran. A los que investigaban el caso de mi hija les dieron 50.000 pesos [unos 2.500 euros], y lo dejaron ir”, narra la mujer.

En 2016, el Gobierno mexicano rescató a 707 víctimas de trata sexual, según el informe estadounidense. En comparación, en 2015 había identificado a 1.814 víctimas. No basta. La oficina de la ONU contra la Droga y el Delito ha detectado 363 municipios donde la población vive en condiciones de alta vulnerabilidad a la trata de personas en México. Existe incluso un corredor de tratantes en torno a Tenancingo, un municipio a 130 kilómetros de la capital, conocido por vivir de la explotación sexual y donde ni la prensa ni la policía son bienvenidas. A aquellos que intentan entrar los sacan con amenazas, o bien compran su complicidad. Aquí las personas se tratan como mercancías desechables: lo que impera es la delincuencia organizada y la violencia, el dinero fácil y un consumo sin escrúpulos.

Fuente: https://www.revista5w.com/why/hijas-ningun-dios

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