Fotografía: GLÒRIA SOLSONA |
Con 71 años que ni ella misma cree tener, según admitió, la actriz demostró tener un sentido del humor sin tabúes. Y es que dedicó parte del encuentro a bromear sobre la posibilidad de redirigir su carrera en un futuro hacia el mundo del porno. Aseguró que, cada vez que se pone a verlo y los actores no saben interpretar, se le “corta el rollo en el acto”. Por eso querría mostrar su propia mirada sobre este tipo de cine, del que opina que es poco women-friendly. Le preocupa la percepción del sexo que puedan crearse los chavales que en la actualidad ven porno en sus móviles: “Lo que se muestra sobre lo que supuestamente quieren las mujeres y lo que tienen que hacer los hombres es tan extremo… Es, de alguna manera, infame”.
No sería una visión muy distinta a la que tiene ella sobre la industria cinematográfica en Hollywood. Sarandon reconoce que se está haciendo un gran trabajo en series de televisión, pero en el caso del celuloide, no entiende en qué se está gastando el dinero. “El negocio de Hollywood nunca ha sido innovar”, explicó, “sino lanzar filmes que se puedan vender en todo el mundo”. Y no tuvo miedo al tachar a buena parte de los productores de “dinosaurios”. Consciente de que sus palabras acabarían ocupando titulares en los medios estadounidenses, dejó claro que los objetivos de los productores son evidentes: “Quieren hacer películas protagonizadas por los tíos que les gustaría ser y con las mujeres que les gustaría follarse. Así es como funcionan”.
Insistió en que se comportan como banqueros, sin mentalidad artística, pues “solo les interesa la cantidad de followers que tiene un actor o actriz en las redes sociales”. Su vocación es la de contables, no hacen cine porque les estimule, prosiguió. Ese diagnóstico lo hizo extensible a los grandes medios de su país al denunciar que todos han sido “completamente comprados por las corporaciones”.
Sarandon conversa con el vicepresidente de AISGE Sergi Mateu Fotografía: GLÒRIA SOLSONA |
A favor de romper esquemas
Ante ese panorama, admitió que “tendría más fe en los intérpretes que se lanzan a rodar sus propios proyectos”. Por eso considera vital que hayan surgido plataformas para ver distintos tipos de propuestas o certámenes como el de Sitges, “muy importante para exhibir películas pequeñas”, anotó en compañía de Sergi Mateu (vicepresidente de AISGE) y Àlex Casanovas (presidente de la Asociación de Actores y Directores Profesionales de Catalunya).
En su discurso acerca de la incorporación de la mujer al sector cinematográfico habló de disciplinas más allá de la interpretativa. “Me gusta trabajar con mujeres”, afirmó, “mis últimas cinco películas las han dirigido mujeres. En noviembre voy a rodar un largometraje a las órdenes de una iraní y más adelante colaboraré en otro donde también hay directora”.
El valor de contar de historias en el cine o el teatro reside en que no hay otra manera de mantener vivos nuestros sueños: “Mientras el mundo se hunde a nuestro alrededor, las historias constituyen nuestra manera de expresarnos, de decir lo que queremos, de señalar lo que es importante y lo que no. Es necesario alimentar el alma cuando muchas cosas se mueren”. De ahí que se refiriese a los colegas de profesión congregados en la clase como “guardianes de sueños”.
Cuando el trabajo se funde con la vida
Pese a que no tiene un papel favorito de entre los que pueblan su carrera, su monja en Pena de muerte (Tim Robbins, 1995) fue el que más la conmovió. Vivió de cerca la gestación de la cinta, cuyo director era su hoy exmarido. Conoció a la protagonista real de la historia, la hermana Helen Prejean, con quien trabó una gran amistad. Hasta el punto de considera una más de la familia, pues incluso casó a su hija. Monja y actriz acabarían haciendo realidad el argumento de la película cuando juntas iniciaron una campaña para salvar al condenado a muerte Richard Glossip. Y entre risas añadió: “El hecho de ganar el Óscar ese año se debió a que tenía a todas esas mujeres rezando por mí”.
Sarandon también influyó en el resultado final de Pena de muerte corrigiendo detalles del guion. Por ejemplo, modificó aspectos relativos a la última comida del reo, que ella pudo presenciar gracias a un documental de la BBC. E incluyó además la necesidad que tenía el preso de poder tocar a la monja, de mantener contacto humano con ella, algo que aparecía en el libro pero no se encontraba entre las secuencias del guion inicial.
No era la única vez que le sucedía. La artista explicó que subraya los guiones hasta hacerlos lo más concretos posible y poder entender así qué es lo que pretende el director. Prefiere reducir el número de escenas de un metraje si ello permite aportar más detalles sobre el personaje. Aunque en todo ese proceso no regala ni un gesto, bromeó ante los asistentes: “No me gusta ensayar sentada en la mesa entre lloros. Quizá soy lo que llaman una money-actor, no me emociono hasta que me pagan”.
La influencia de los intérpretes en una secuencia puede dar muy buenos frutos. Sarandon reveló que el secreto de su escena erótica con Burt Lancaster en Atlantic City (Louis Malle, 1980) fue el voyerismo. Y es que el actor pronunció un monólogo sobre cómo la miraba todas las noches y lo que se le pasaba por la cabeza, consiguiendo así evitar una escena tan explícita. Para semejante logro hacía falta “mucho carisma y dedicación”. Esas imágenes son ahora las más recordadas del filme.
A pesar de lo vivido en la gran pantalla, no duda al concluir que le gusta más pisar el escenario: “La diferencia entre teatro y cine es como la diferencia entre hacer el amor y la masturbación”. Porque en el celuloide no hay interacción con un público, que es más divertido, aunque dé más miedo. En caso de subirse de nuevo a las tablas, no lo haría otra vez en Broadway, donde representó Exit the King. Le atraería un montaje de menor empaque, pero que la emocionase igual que el mencionado, pues una cosa tiene clara: “Lo único importante es hacer películas y obras que lleguen a tocar el alma de la gente”. Así definió su filosofía antes de despedirse con el lema “¡La imaginación es la enemiga del fascismo!”.
Ante ese panorama, admitió que “tendría más fe en los intérpretes que se lanzan a rodar sus propios proyectos”. Por eso considera vital que hayan surgido plataformas para ver distintos tipos de propuestas o certámenes como el de Sitges, “muy importante para exhibir películas pequeñas”, anotó en compañía de Sergi Mateu (vicepresidente de AISGE) y Àlex Casanovas (presidente de la Asociación de Actores y Directores Profesionales de Catalunya).
En su discurso acerca de la incorporación de la mujer al sector cinematográfico habló de disciplinas más allá de la interpretativa. “Me gusta trabajar con mujeres”, afirmó, “mis últimas cinco películas las han dirigido mujeres. En noviembre voy a rodar un largometraje a las órdenes de una iraní y más adelante colaboraré en otro donde también hay directora”.
El valor de contar de historias en el cine o el teatro reside en que no hay otra manera de mantener vivos nuestros sueños: “Mientras el mundo se hunde a nuestro alrededor, las historias constituyen nuestra manera de expresarnos, de decir lo que queremos, de señalar lo que es importante y lo que no. Es necesario alimentar el alma cuando muchas cosas se mueren”. De ahí que se refiriese a los colegas de profesión congregados en la clase como “guardianes de sueños”.
Cuando el trabajo se funde con la vida
Pese a que no tiene un papel favorito de entre los que pueblan su carrera, su monja en Pena de muerte (Tim Robbins, 1995) fue el que más la conmovió. Vivió de cerca la gestación de la cinta, cuyo director era su hoy exmarido. Conoció a la protagonista real de la historia, la hermana Helen Prejean, con quien trabó una gran amistad. Hasta el punto de considera una más de la familia, pues incluso casó a su hija. Monja y actriz acabarían haciendo realidad el argumento de la película cuando juntas iniciaron una campaña para salvar al condenado a muerte Richard Glossip. Y entre risas añadió: “El hecho de ganar el Óscar ese año se debió a que tenía a todas esas mujeres rezando por mí”.
Sarandon también influyó en el resultado final de Pena de muerte corrigiendo detalles del guion. Por ejemplo, modificó aspectos relativos a la última comida del reo, que ella pudo presenciar gracias a un documental de la BBC. E incluyó además la necesidad que tenía el preso de poder tocar a la monja, de mantener contacto humano con ella, algo que aparecía en el libro pero no se encontraba entre las secuencias del guion inicial.
No era la única vez que le sucedía. La artista explicó que subraya los guiones hasta hacerlos lo más concretos posible y poder entender así qué es lo que pretende el director. Prefiere reducir el número de escenas de un metraje si ello permite aportar más detalles sobre el personaje. Aunque en todo ese proceso no regala ni un gesto, bromeó ante los asistentes: “No me gusta ensayar sentada en la mesa entre lloros. Quizá soy lo que llaman una money-actor, no me emociono hasta que me pagan”.
La influencia de los intérpretes en una secuencia puede dar muy buenos frutos. Sarandon reveló que el secreto de su escena erótica con Burt Lancaster en Atlantic City (Louis Malle, 1980) fue el voyerismo. Y es que el actor pronunció un monólogo sobre cómo la miraba todas las noches y lo que se le pasaba por la cabeza, consiguiendo así evitar una escena tan explícita. Para semejante logro hacía falta “mucho carisma y dedicación”. Esas imágenes son ahora las más recordadas del filme.
A pesar de lo vivido en la gran pantalla, no duda al concluir que le gusta más pisar el escenario: “La diferencia entre teatro y cine es como la diferencia entre hacer el amor y la masturbación”. Porque en el celuloide no hay interacción con un público, que es más divertido, aunque dé más miedo. En caso de subirse de nuevo a las tablas, no lo haría otra vez en Broadway, donde representó Exit the King. Le atraería un montaje de menor empaque, pero que la emocionase igual que el mencionado, pues una cosa tiene clara: “Lo único importante es hacer películas y obras que lleguen a tocar el alma de la gente”. Así definió su filosofía antes de despedirse con el lema “¡La imaginación es la enemiga del fascismo!”.
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